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Entrevista:Valeriano García | Fundador y propietario de la Librería Estudio | LIBREROS

'LAS COSAS CAMBIARON CUANDO VIMOS EL LIBRO COMO DETERGENTE'

Juan Cruz

Se empeñó en hacer de su librería un negocio y lo ha demostrado hasta tres veces, pues en Santander, su ciudad, ha abierto sucesivamente tres librerías que son negocio. Es un buen lector, aconseja y también juzga, y puede hacer de un libro un éxito. Un librero de siempre, sin miedo al futuro.

Pregunta. ¿Qué es hoy un librero?

Respuesta. Un librero es el intermediario entre el lector y el autor. Y no un intermediario, sino el confidente, no tanto del autor, con quien las relaciones son mucho más escasas de las que debieran ser, pero sí con el lector. Esto ocurre cuando el librero está en estado puro. Yo he ejercido de librero más de cincuenta años y ya no es igual mi relación con el público a cuando era constantemente, no sólo un comunicador de los libros que se publicaban, que eran muchos menos que ahora, sino quien recibía de los lectores toda su experiencia acumulada.

'Hay algunos libros que han alcanzado la cima de las listas de ventas a base de un boca a boca lento'

P. ¿Qué le preocupa más como librero?

R. El vaivén más fuerte puede remontarse a quince o veinte años, quizá algo menos, cuando desacralizamos al libro y lo empezamos a tratar, desde el punto de vista de nuestro mercado, como un producto que podría ser equiparable a un detergente o a una buena botella de vino. El libro no se miraba como un ser diferente, obra de un hombre hecha con todas sus circunstancias, sino como un producto cuya importancia era su rentabilidad, en relación no sólo a lo que producía, sino hasta al territorio que ocupaba dentro del espacio físico de una librería. Nos olvidamos completamente de su contenido y nos fuimos exclusivamente a su rentabilidad. Esos huracanes, que arrasaron bastantes cosas, se van reconstruyendo. Dentro de todo este espacio hemos ido rehaciendo poco a poco esta especie de vendaval arrasador, y el libro va recuperando, en cierta manera, lo que tiene que tener. Quizá lo teníamos también un poco entre algodones.

P. ¿Entre qué está ahora?

R. El libro está mucho mejor tratado que cuando yo empezaba y ha dejado de estar entre vitrinas. Entonces un libro tenía que durar años en los estantes del editor y en los de la librería. Casi podíamos conocer en su integridad la producción española, pues sólo existían editoriales comerciales, no había editoriales oficiales que engordan tan excesivamente el número de libros que se editan, y el mercado no sólo lo dominábamos nosotros, lo dominaban los lectores, que tenían menos medios adquisitivos de los que tienen hoy, razón por la cual, posiblemente, también se publicaba menos. El libro estaba entre algodones, entre cristales. Hoy el libro necesita estar expuesto, necesita ser visible, y para comprarlo casi hay que utilizar los cinco sentidos: la vista, el tacto, el gusto...

P. ¿En qué consiste ese huracán en el que está metido hoy el libro?

R. Se está editando muy por encima de lo que realmente se puede consumir. La oferta te facilita, lógicamente, la venta. Culturalmente es positivo, puesto que estás ofertando una amplísima gama, pero desde el punto de vista de la empresa no siempre es soportable, pues ese desarrollo económico supone una permanente inversión, que a veces no se contrapesa con los resultados.

P. ¿De verdad hay 60.000 novedades?

R. Si sumas los profesionales, los técnicos, los libros de texto de todas las edades, si sumas toda esta vulgarización que se hace, en el buen y en el mal sentido de la palabra, si sumas la ingente cantidad de libros oficiales que ni siquiera encuentran a veces un hueco en el mercado, si la cifra nace del ISBN, pues parece ser que sí, que la cifra es de 60.000 ejemplares. Ahora, ¿cuántos de esos títulos están permanentemente en una librería? Pues muy pocos, porque para que puedan encontrar hueco los que van naciendo hoy, hay muchos cuya vida es excesivamente corta, y a algunos, incluso, se les podría llamar nonatos.

P. ¿Le da rabia esta situación?

R. Sí, muchísima rabia, porque creo que, en esa rapidez, muchos libros no llegan a encontrar el camino. Hay algunos libros que están en el mercado, e inclusive han alcanzado la cima de las listas de ventas, a base de un boca a boca lento.

P. ¿Tiene la tentación de rescatar alguno, de salvarlo de la quema, como en Fahrenheit?

R. Nosotros salvamos muchos. Ésta es la diferencia entre un librero en todo el sentido de la palabra (y todavía quedan en España muchos más de los que la gente quiere reconocer) y lo que es un espacio dedicado a la venta de libros. El librero tiene que tener su propia capacidad de hacer sobrevivir determinados libros, a veces hasta la extenuación, hasta mucho más allá de su paciencia, porque cree que en algún momento ese libro puede ser recuperado. Las librerías, en ediciones muy corrientes, hemos mantenido a Stefan Zweig, por ejemplo, hasta que de repente, cuarenta años después, alguien lo recupera y dice que es un best seller. En las librerías sigue existiendo Marañón, entre otras cosas porque los suyos eran nuestros libros de cabecera cuando empezábamos, y uno se resiste, lógicamente (antes decíamos que el libro es casi un ser vivo), a enterrar a ése que te ha hecho compañía durante tanto tiempo, y al cual, incluso desde el punto de vista económico y no sólo emocional, tienes que ser fiel, porque fue uno de los autores que a ti te ayudó a llegar donde estás.

P. Los libreros de grandes superficies dicen que ellos también son libreros.

R. Respeto la palabra librero a todo el mundo. Igual que todo aquel que vende pan es panadero. Un librero es aquel que es capaz de dar su sello personal al comercio que ha instalado. Ahí empieza la diferenciación, no en el sitio en donde está ubicado sino en la diferencia de los libros que hay en las estanterías e incluso en cómo se venden. Durante mucho tiempo, los libreros hemos ejercido de agente cultural bajo muchas circunstancias, y de eso uno se siente orgulloso.

Valeriano García, en su librería.
Valeriano García, en su librería.PABLO HOJAS

RELECTURAS

De niño, el libro que más manejó Valeriano García fue una edición de Las mil y una noches, 'no sé si en edición de Dalmau o una parecida, anterior a la guerra, que me aportó todo lo que tiene de imaginación. Nuestros libros de niños tenían muy pocos 'santos' y lo leí una y otra vez. Ya en bachiller, recuerdo con mucho cariño el Miau de Galdós, no sólo por ser una novela en todo el sentido de la palabra, sino a través de la cual yo me enamoro del XIX y todas sus consecuencias; esa permanente sustitución del personaje en función del que gobierna, ese mundo tan aleatorio me causó una impresión tremenda. También recuerdo el Tipos trashumantes, por ser el descubrimiento de otro mundo, el del veraneante castellano que llega al mar, a través de la mirada enormemente satírica de Pereda. No eran tanto las lecturas en sí sino el descubrimiento de situaciones. Dos libros que he leído después muchas veces, precisamente por su recuerdo, son La perla de Steinbeck y El viejo y el mar, de Hemingway. Se los he releído a mis hijos creyendo que a través de ellos podrían descubrir cosas, así como creo que nunca les leí entero El principito'. Es un torrente de experiencias, de las cuales la que con más orgullo cuenta es la que le hizo librero de cabecera de mucha gente: 'Lo sigo siendo un poco, y quizá ésos son mis grandes ratos, los de librero de cabecera'.

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