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Crítica:DANZA | ESPECTÁCULOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La boda flamenca de Antonio Márquez

De verdadero éxito puede calificarse esta presentación veraniega de la compañía de Antonio Márquez, que ha pensado en eludir los intermedios y ha ligado en continuidad los tres elementos coreográficos: un preludio, el zapateado (Sarasate) y la boda flamenca, para la que ha contado con el concurso en la redacción de los bailes de Currillo y Matilde Coral. Currillo estuvo varios años en el Ballet Nacional de España y allí llegó a hacer algunas coreografías; Matilde es una reputada maestra y conocedora de la tradición del baile de la mujer y sus figuras.

El preludio es un breve juego de imágenes y luces contrastadas que preparan al espectador sobre una idea estética, sin argumento; el zapateado, sobre la pieza musical homónima para violín y piano de Pablo Sarasate, es desde hace años el caballo de batalla y principal carta de presentación de Márquez, desde que triunfara bailándolo en Reggio Emilia en 1988. El zapateado actual de Márquez es diferente, menos conservador, más al servicio de un cierto divismo, pero igualmente mantiene algunos valores perdurables de la tradición del baile solista masculino clásico español. Lo que no es de recibo es el arreglo machacón y poco afinado al que lo someten un violinista y un pianista sobre la escena con el apoyo de un violonchelo (que se limita al pizzicato); tal desacato perjudica al buen baile de Márquez, que finalmente saca adelante la pieza por sus dotes de virtuosismo con el tacón y el gesto sanguíneo. En cierto sentido, Antonio Márquez ha madurado bien, mantiene el fuste de su figura y unas maneras seductoras con las que siempre se lleva al público de calle. Por otra, no ha resistido a la tentación de descamisarse y lucir pecho (sin depilar, eso sí: los demás artistas del flamenco que bailan sin prenda superior van rigurosamente rasurados), algo que quizás, precisamente él, no necesita para convencer al venerable de su valía y poderes.

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La boda flamenca es apenas un pretexto formal para una pieza llena de buenas soluciones corales y que no cae en los tópicos. Está el cuadro de la boda como tal, pero se trata de un apunte plástico casi al final. Articulado en breves escenas que parten de un corro festivo, los protagonistas se conocen y terminan en el apogeo nupcial. Es un baile sentido, pero sin tragedia. Muy interesantes el cuarteto masculino, de compleja ejecución a compás, y las figuras de conjunto finales, creando líneas coréuticas poco habituales en el ballet flamenco actual.

El vestuario de Pedro Moreno merece todos los elogios. Más que impecable en su esmerada realización por parte de El Salao (la mejor aguja que yo conozca para armar un colín de tradición), goza de un dibujo inicial que aúna la estudiada tradición de los trajes coloniales (siempre más vistos con las entonaciones de guajiras o colombianas): ellas de blanco, puntilla y pasacintas; ellos de indianos, un tanto a la manera de las estampas románticas, con cambios acertados a la bata de fiesta, en la que no se ha escatimado el bordado de mantón y las siluetas de antaño.

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