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Columna
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Matanzas calculadas

Hoy quería hablarles de nuestra particular asociación del rifle. Es un decir, una comparación, pero creo que me entenderán. Otra cosa es que estén o no de acuerdo conmigo. Lo de la Asociación Nacional del Rifle ya saben de qué va: se trata de esa siniestra organización presidida por el conocido actor Charlton Heston que agrupa a productores y consumidores de armas de fuego, quienes, remontándose a la más rancia tradición americana, reivindican el derecho individual a poseer casi cualquier tipo y cantidad de armamento sin apenas controles. Una tradición que encuentra amparo en la propia Constitución americana, más concretamente en la denominada Bill of Rights de 1791, donde se sostiene lo siguiente: 'Para su protección personal y con el fin de contar con una milicia bien preparada, las personas de los Estados podrán poseer y portar armas de fuego'. A pesar de los pesares. Es decir, a pesar de que todos los años se producen en los Estados Unidos espantosas matanzas en centros escolares, restaurantes o parques públicos. A pesar de que la primera causa de muerte entre los adolescentes negros sea un disparo. Supuestamente en nombre de la libertad, supuestamente en el ejercicio de un derecho inviolable, el uso generalizado de armas de fuego ha provocado una proliferación de controles, limitaciones y sanciones que, a pesar de todo, no sirven para detener la sangría de muertos y heridos que las armas de fuego provocan cada año por todo el país: un muerto cada 14 minutos, unos 64 al día, 22.000 muertos al año.

Pues bien: me ha dado por pensar hoy que también en Europa tenemos nuestra particular versión de la Asociación Nacional del Rifle. También aquí tenemos un objeto de uso privado cuyo disfrute casi ilimitado reivindicamos como un derecho; un objeto de consumo sumamente deseado, tal vez el más deseado de todos, cuya demanda genera beneficios multimillonarios para sus productores. Un objeto peligroso, cuyo uso provoca cada año miles de muertes, muertes que no se reducen a pesar de que cada vez se introducen más controles y más sanciones. En nuestro caso no son las armas de fuego; en nuestro caso son los coches. Vehículos que alcanzan o superan con facilidad los 180 kilómetros por hora a pesar de que la ley limite la velocidad muy por debajo de esa cifra. Vehículos objetivamente incontrolables en caso de encontrarnos con un imprevisto, por otra parte muy probable: un pinchazo, una mancha de aceite, un golpe de viento, un animal, un bache, una balsa de agua, una maniobra de los vehículos precedentes, una retención, una obra en la calzada, etc. De ahí que diversos autores, técnicos y expertos en circulación vial, hayan propuesto descartar definitivamente el término 'accidente' para referirse a los siniestros producidos en las carreteras al considerar que las connotaciones de imprevisibilidad e incontrolabilidad que el citado término conlleva son absolutamente contraproducentes desde el punto de vista de la prevención. De ahí, también, que otro investigador se refiera a los llamados accidentes de tráfico como una 'matanza calculada'.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el automóvil se ha cobrado en España un alto precio: más de 200.000 personas han perdido la vida y más de 3,5 millones han resultado heridas, algunas de ellas con graves incapacidades. De manera que, como señala Jorge Riechmann en su libro Un mundo vulnerable, la guerra civil ya ha pasado al segundo lugar como causa de muertes violentas en España durante el siglo XX. Y todo ello sin contabilizar los graves efectos del automóvil sobre el medio ambiente, con la expulsión de emisiones contaminantes que alimentan el efecto invernadero, cuya realidad, denunciada hace años por ecólogos y ecologistas, empieza a ser reconocida a raíz de las graves inundaciones que ha sufrido el centro de Europa. Sin embargo, un poderoso lobby compuesto por poderosas industrias y también, hay que decirlo, por unos consumidores que organizamos toda nuestra vida en derredor del coche retrasan la adopción de medidas correctoras.

Aunque el tiempo, por estos pagos, no acompañe, estamos en verano. Decir verano es decir voy y vengo, viaje, velocidad; es decir movimiento. Y decir movimiento, en nuestra cultura, es casi siempre decir coche. No quiero amargarles las vacaciones, pero les ruego piensen por un momento que su coche es como una pistola. Sean prudentes.

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