La frontera de la frontera
La barriada de El Príncipe se erige como un islote al margen de la ley dentro de la ciudad de Ceuta
A menos de un kilómetro de la frontera de Marruecos, en Ceuta, se yergue otra barrera: la barriada Príncipe Alfonso, donde son habituales los apedreamientos de patrullas de la policía, donde ni siquiera la procesión del Cristo del barrio, que tiene que salir vigilada por la Guardia Civil, se salva de las andanadas de piedras.
El Príncipe da cobijo a una sexta parte de los 75.000 habitantes de Ceuta. Hace años, el porcentaje de cristianos era del 80%, según rememora un policía local que nació y vivió allí la primera mitad de su vida. En la actualidad, no hay casi ningún habitante del barrio que no tenga origen marroquí.
Este mismo agente destaca que el 80% de la delincuencia de Ceuta tiene su origen en este barrio. Pero como en todas estas zonas marginales, el índice de delincuencia dentro de El Príncipe es bajísimo, casi despreciable para las estadísticas. Lo que allí pasa casi nunca se hace público fuera. Las cuentas se saldan entre ellos. Un alto cargo de la Policía Local aseguraba días atrás: 'Si nos preguntan si hay Policía Local en El Príncipe, diremos que sí. Hay seis auxiliares, sin armas y musulmanes, que hacen recuento de lo que pasa, pero por lo demás, casi nunca entramos'.
Los jóvenes del barrio responden a los controles policiales con apedreamientos
Una visita por la mañana a las calles principales de la barriada de El Príncipe dan una idea de que allí las normas son diferentes. En el suelo de una pequeña plaza, decenas de personas venden y otras tantas compran verduras de temporada, artículos de confección o lo que se preste. Todos, la mercancía y los vendedores, han pasado por la mañana desde Marruecos. A menos de cien metros está el edificio del Mercado de Abastos construido por el Ayuntamiento. No hay nadie. Sólo hay un puesto abierto de los más de 20 disponibles. Una anciana intenta vender lo que sea, pero a aquel local no se puede ir porque lo ha decidido sabe Dios quién de entre los habitantes de los fantásticos palacetes que se levantan entre los dédalos de callejuelas, de poco más de metro y medio de anchas. La Policía Local admite que la gran mayoría no tiene permiso de obra y que no cumple ni uno de los requisitos mínimos de seguridad.
En el cafetín de esa plaza, decenas de jóvenes se agolpan en su interior. Fuman hachís y ven en la televisión la cadena Al Yazira. Entienden muy poco del árabe de las retransmisiones de esa cadena, pero le prestan mucha atención.
Según policías veteranos, cuando los grandes capos como Taso Sodia o Abdelhica manejaban los negocios, esa zona estaba tranquila. Ellos transportaban hachís hasta la Península y con los beneficios vivían como reyes y hacían de benefactores del barrio. Ahora están en libertad condicional tras haber cumplido condena por su relación con el asesinato de El Kimbi, 'un matón al que acabaron matando', según un policía ceutí. En la actualidad, los que mandan en El Príncipe son los jóvenes que se ganan hasta 12.000 euros en una noche por llevar una goma llena de hachís hasta la Península.
La actividad bélica alrededor del islote del Perejil el pasado mes de julio y el decomiso de decenas de lanchas planeadoras en la primavera han dejado a estos jóvenes sin ingresos para sus equipos de música, sus coches y sus vicios. Según su baremo de valores, eso les da permiso para crear disturbios noche tras noche en una batalla sin fin y sin comienzo, en una batalla fronteriza.
La Policía Local tiene en la actualidad alrededor de 270 agentes comandados por antiguos mandos de unidades especiales del Cuerpo Nacional de Policía. Cubre aspectos como el despliegue por barriadas, Tráfico, Seguridad Vial, custodia de edificios y el comodín, el 092, para actuar allá donde se le necesite. A principios de este mes se aseguró que la Policía Local de Ceuta iba a crear un cuerpo especial para protección con, se decía, francotiradores y expertos en artes marciales. Un alto cargo de este cuerpo, Adolfo Castaño, lo desmiente categóricamente. 'Lo único que vamos a hacer es reforzar con las nuevas incorporaciones algunos cuerpos polivalentes, pero nosotros no tenemos ni el permiso para usar armas largas, cómo vamos a tener francotiradores'.
Desde hace algo más de un año, la Policía Local ha desplegado un plan de seguimiento de estos jóvenes a través de controles espontáneos de tráfico. Las motos son requisadas, así como algunos coches sin papeles. Estas acciones se traducen en pedradas en los accesos al barrio de El Príncipe. Situado casi como un fortín, con dos únicas vías de entrada, los agresores de la policía lanzan sus proyectiles desde lo alto y luego tienen un sinfín de callejuelas por las que perderse. En definitiva, ni la Policía Local, ni el Cuerpo Nacional de Policía, ni la Guardia Civil se adentran un metro más allá cuando empiezan las pedradas. La experiencia les dice que es peor. En lo práctico funciona, pero hay una zona del territorio español que se está abandonando a un funcionamiento propio, ajeno al Derecho de los demás.
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