'Cuanto más acomodado es un país, menos rica es su realidad'
David Trueba acaba estos días el montaje de Soldados de Salamina, su película sobre el libro de Javier Cercas. Días largos, monográficos y agotadores en un chalecillo de Arturo Soria.
Pregunta. ¿Usted trabaja a gusto en España?
Respuesta. Yo trabajo en Madrid normalmente. Madrid me gusta. ¿Por qué? Porque me parece desordenada, sucia, anárquica, poco dirigida, donde uno encuentra su propio terreno o se lo fabrica.
P. ¿Pero necesita esto, o le daría lo mismo trabajar en cualquier otro sitio menos marcado, en un no-lugar, por así decirlo?
R. Creo que el idioma es importante. Y también tocar la piel de gente a la que puedes comprender simplemente mirándola en el vagón del metro. Esto es muy difícil de hacer en un país extraño, del que no conoces la educación, la familia y las costumbres. Si además tienes la suerte de estar contaminado por haber vivido en otros sitios, no ya como turista, sino viviendo, mucho mejor para tu vida. España tiene la virtud de ser un país desarrollado, lo que permite vivir de una carrera creativa, y la contrapartida de que su desarrollo no permite a los creadores enfrentarse a determinado tipo de problemas. Cuanto más acomodado es un país, menos rica es su realidad. Uno a veces, como escritor, echa de menos el no vivir en un continente agitado, con durezas... Las películas de países donde están pasándolo fatal suelen reflejar una maravillosa capacidad narrativa.
'Uno a veces echa de menos el no vivir en un continente agitado, con durezas... Las películas de países donde están pasándolo fatal reflejan una maravillosa capacidad narrativa'
'Yo suelo trabajar en Madrid. Me gusta porque parece desordenada, sucia, anárquica, poco dirigida. Es una ciudad donde uno se encuentra su propio terreno o se lo fabrica'
'Los periódicos se convierten en enemigos de la libertad, porque la gente acaba comprándoselos para reafirmarse en sus ideas, para que le den la razón'
'Hay muchos temas que no se tocan, donde no se hurga porque la gente no se atreve a que le puedan perjudicar su chalé'
'Yo me di cuenta de que la imperfección podía ser rentable. Pero me di cuenta gracias a mis limitaciones'
P. Bueno, Bergman, para poner uno, no eligió mal los problemas.
R. Las películas de Bergman pueden ser tan bonitas y tan buenas como otras, pero yo creo que a los que hacemos narrativa, los que, más que dedicarnos al arte, explicamos historias, nos parece que las historias de gente que tienen problemas para comer o para comprarle un traje a un hijo son muy primarios y apelan claramente a un sentido común del ser humano, que es maravilloso. Más que la incomunicación, los silencios, la degradación personal... en fin, esos otros temas.
P. Hablaba antes del desorden de Madrid. ¿Pero qué es esto, exactamente?
R. Es muchas cosas. Madrid, por ejemplo, es una ciudad donde la gente se presenta en tu casa sin avisar.
P. Vaya.
R. Sí, en serio. De pronto, un día estás durmiendo en tu casa y viene un amigo que ha llevado a reparar el coche al garaje de abajo, le dices que estás en la cama, y te contesta que te vistas y bajes a desayunar con él. Eso lo tiene y es maravilloso, y me gusta. Y eso no pasa en otros lugares. Yo he vivido en Los Ángeles, en Barcelona y en Madrid. Sólo me han pasado este tipo de cosas en Madrid. Hay muchos más datos del desorden. Por ejemplo, los locales públicos de Madrid no tienen una dirección estética clara. Si quedas en la plaza de Santa Ana, enfrente del teatro, vas a cualquier bar y te das cuenta de que su estética no tiene nada que ver con la personalidad de los clientes, con el camarero... Sucede lo imprevisto. Barcelona, por ejemplo, es una ciudad en que los bares, su aspecto, su diseño, coinciden con la clientela que va a ese bar y con el tipo de personal que trabaja. Luego, las multas.
P. ¿No ponen multas aquí?
R. Ah, lo bueno es que no lo sabes. En Madrid puedes aparcar en una calle ilegalmente y no sabes si te van a poner una multa. No lo sabes seguro. En Madrid puede ser, o no.
P. ¿Cree que ese desorden ha acabado produciendo una estética?
R. No creo. La gente ha venido a Madrid porque industrialmente le convenía, porque tiene más cerca los actores o los productores para convencerles de que hagan sus películas. O porque tiene más cerca el periódico donde vende sus artículos. Si te ven la cara, siempre es más fácil que te encarguen algo... Es un sitio que congrega a la gente por razones meramente industriales.
P. Creo que Madrid es el único territorio mítico que se ha organizado en España desde la transición.
R. ¿Usted cree?
P. Sí. Sabina, por ejemplo. Mirándole desde Buenos Aires o desde Barcelona, se ve lo mismo.
R. Bueno, sí, el ejemplo de Sabina es incontestable. Él tiene Madrid como bandera, como poética. Y es verdad que, además, es un representante de ese desorden. Sabina es un señor que se pasea con bombín, que en su casa tiene unos ángeles colgados, que vive en el centro, rodeado de inmigrantes; su poesía es de una cierta lírica, pero siempre impregnada de cotidianidad, utiliza vocablos urbanos... ¡Y encima no es de Madrid, es de Úbeda, si no me equivoco!...
P. Una parte de su trabajo está vinculada con la industria y con la tecnología. ¿Respecto al vínculo entre arte y tecnología, España es un lugar como cualquier otro?
R. Es un lugar medio. Si hubiera nacido en Estados Unidos, trabajaría en una industria consolidada, que es la número uno en ingresos para ese país en el extranjero, protegidísima por el Estado, a la que se dedican miles y miles de personas... En vez de estar haciendo un cine que sobrevive con un público nacional, necesitado de ayudas, de apoyos, con momentos de favor del público y momentos de indiferencia. O sea, más o menos igual que Dinamarca.
P. ¿Y se siente bien de danés?
R. Maravilloso, ja, ja... Sinceramente, a veces he tenido la frustración de no llegar a la gente, de darme cuenta de que películas americanas muy malas las han visto 153 millones de personas en el mundo, y la mía, después de pasarla por televisión seis veces, la van a ver cinco millones o cuatro, y en cine ni siquiera un millón. Luego, hay otra frustración más seria, que es la económica. La vida que llevaría en Estados Unidos sería mucho más rica, tendría mi rancho y mis caballos, podría llevar una vida creativa y sería un hombre responsable y solidario con el Tercer Mundo. Mientras que en España tienes tu casa, y vives bien y ya está. Pero, en fin, yo tengo la suerte de que aún no me he frustrado demasiado.
P. Sí, da la impresión de que ha podido hacer lo que ha querido.
R. He estado siempre en un segundo escalón, lo cual está bien.
P. El periodista Iván Tubau acaba de publicar unas memorias donde explica cómo eligió ser un segundón. Son las páginas más fascinantes.
R. Supongo que sería una persona suficientemente preparada ya de joven como para darse cuenta de eso y elegirlo. En realidad, el primero de la clase sufre siempre un rechazo. Hasta por el mismo profesor que le pone los sobresalientes, que prefiere al otro que lo hace bien un día, pero al otro está despistado... Yo me di cuenta de que la imperfección podía ser rentable. Pero me di cuenta gracias a mis limitaciones. Me situaron no en el dos, sino en el doce, y me dije que no estaba mal, y que era mejor que el uno. Pero tampoco querría el treinta.
P. ¿Ha dejado de hacer algo por no encontrar quién lo pagara?
R. Sí, hay cosas que no he podido hacer. No he conseguido el dinero para hacerlas. Ahora, creo que es una postura victimista decir que en este caso hay censura de mercado. Cuando uno observa dónde ponen el dinero los que lo tienen, se da cuenta de que lo único que pretenden es ganar dinero. Me parece bien. Vivimos en una sociedad capitalista que a los gobernantes y a los banqueros les parece la sociedad perfecta, y nosotros pertenecemos a esa sociedad. Los productores piensan: 'Quiero multiplicar mi dinero. Si me convences, pondré dinero para tu película'. Es simple. Y quien dice dinero dice un premio en Cannes, dice un perfil en EL PAÍS, la medalla de Bellas Artes... A mí me echaron de la tele con el Gobierno socialista porque creían que íbamos a hacer algo que podía herir al Rey... y no se pudo hacer. Era un programa que se llamaba El peor programa de la semana, en el que íbamos a entrevistar a Quim Monzó, que unos meses antes había bromeado en TV-3 sobre una Infanta. La entrevista estaba ya pactada y no pudo hacerse. Al prohibirnos que entrevistáramos a Monzó, dijimos, muy dignos, que eso era censura y nos fuimos. Creo que si no te dejan hacer una cosa, te tienes que ir, pero sin hacer una montaña y sin convertirte en un llorón. No hay que perder mucho tiempo llorando.
P. En cualquier caso, ¿le parece que hay censuras con denominación de origen española?
R. Yo creo que éste es un país donde la gente dice lo que le da la gana. Es verdad, por ejemplo, que la gente habla con naturalidad de la monarquía en sus casas y que luego es incapaz de hacerlo así en un espacio público. Y quizá tampoco es fácil hablar de la Iglesia, o de ciertos sectores financieros...
P. O de ETA.
R. Por supuesto, nadie quiere pasar a estar en la lista. Hemos dado ejemplo de una cobardía supina, que creo que no pasaría en otros sitios. La gente ha sido incapaz de expresar lo que piensa, y yo me incluyo, que si digo lo que pienso, me busco 57 enemigos, por imbécil. Yo soy hijo de una generación, de unos padres que me han insistido mucho en que no me meta en líos. Y no creo que sea tan diferente de lo que ha vivido gente de mi generación con padres más jóvenes. Hemos dejado todo en manos de Aznar o Anasagasti. Luego, hay otros asuntos más vagos...
P. A ver si podemos concretarlos.
R. Pensaba que hay muchos temas que no se tocan, donde no se hurga porque la gente no se atreve a que le puedan perjudicar su chalé. No tienen por qué ser necesariamente grandes temas, sino sólo temas que incomoden... Aquí hay el asunto fascinante de los periódicos, por ejemplo. Parece que no puedas defender nada si no te adscribes ciento por ciento a una determinada línea. Es decir, tú has de ser un chico Prisa, un chico Abc o un chico Correo, con todas sus consecuencias. Así, los periódicos se convierten en enemigos de la libertad, porque la gente acaba comprándolos para reafirmarse en sus ideas, para que le den la razón, cuando habría de ser al contrario. Los periódicos, además, tienen muy poca polémica interna.
P. La polémica interna preocupa mucho. Debe de ser un asunto difícil de llevar.
R. Mire, una vez coincidí con Savater y estuvimos comentando una polémica que llevaba aquí, en EL PAÍS, con Vázquez Montalbán y Haro Tecglen. Y yo le decía que eso es, precisamente, lo que tenían que hacer, porque para esto sirve un periódico. Aparte está el asunto de la entrada de los grandes grupos de comunicación en la industria del ocio, libros, discos, cine... Desde luego, no son tan tontos como para no hablar nunca de la competencia. Nunca no. Sólo una vez. En fin, esas discriminaciones empobrecen el diario, obligatoriamente.
P. ¿Le parece un problema estrictamente español?
R. Es probable que no lo sea. Ahora me acuerdo de Fernán Gómez, que explicaba una cosa muy graciosa. Decía que él había escuchado siempre decir frases como 'La envidia, ay, ese gran defecto de los españoles', y que durante muchos años creyó en esta particularidad racial. Hasta que hablando con un sueco, éste le dijo: 'Ah, la envidia, ese gran pecado sueco'. Y años más tarde, un mexicano: 'Ah, la envidia, ese defecto...'. Puede ser un problema general. Pero creo que en España existe ahora mismo un estado de cosas muy prejuicioso. Nadie escucha ni lee al enemigo. Hasta en las mismas tertulias de la radio, todos se dan la razón entre ellos. ¡Lo contrario de la tertulia como género! Puedo jurar que cuando vuelvo del colegio de los niños, me encanta poner la tertulia de la radio que más me lleva la contraria...
P. En su trabajo como director o guionista se ha encarado con grandes temas españoles. Fue guionista de La niña de tus ojos, la película de su hermano Fernando, y ahora ha hecho Soldados de Salamina. ¿Cuál diría que es el rasgo dominante de su mirada sobre la guerra civil y el franquismo?
R. Hummm. Es difícil... Nunca han sido historias que hayan partido de mí, sino que la raíz argumental estaba generada antes por otro. Y yo he aportado mi manera de hacer y lo he llevado a mi terreno y a mis maneras, pero el cogollo argumental no era mío. Cuando he escrito algún guión original o alguna novela, nunca he hablado de este tipo de temas. Mi padre era un campesino de Valladolid al que le tocó ser falangista. Nunca ha hablado a fondo del asunto, aunque sí sostuvo durante años que lo habían herido con una azada, mientras cavaba una trinchera. Para mí, aquello era muy heroico y muy de leyenda. Hasta que un día vino un amigo suyo que decía que mi padre lo que corría era mucho y que cuando tocaban a retirada era el primero. Soy fruto de una generación que ve los hechos militares de una manera muy diferente a como la podía ver una generación anterior, que ve la patria o España desde otro punto de vista: quizá pertenezco a la primera o segunda generación que no ha vivido el miedo. Y también muy analfabeta respecto a la guerra civil. Nunca pasábamos de Waterloo en la escuela. Todo lo que sé de la guerra ha sido por interés propio. Ahora estamos en una época, que ha coincidido con la llegada al poder del Partido Popular, en que las cosas de la guerra se tratan de una manera más tranquila. Probablemente entremos en una fase en la que el mito empiece a perder vigor. Y creo que eso es bueno.
P. ¿Le interesa, creativamente, ese acabamiento del mito?
R. Absolutamente.
P. ¿Qué está preparando ahora?
R. Estoy montando Soldados de Salamina, y me gustaría escribir algo después. Una cosa maravillosa de hacer libros es que no los tienes que promocionar. En el cine hay un señor que ha puesto trescientos millones y quiere que vayas a la tele, que des entrevistas. Con los libros no pasa.
P. Soldados... será un éxito.
R. Esto nunca se puede decir. Todo el mundo me dijo que Obra maestra iba a ser un éxito arrasador y fue una película normal. Soldados de Salamina es un libro maravilloso, pero ya veremos la película. La película ha creado expectativas, pero no siempre las expectativas van unidas al éxito. Y..., en fin, iba a decir una tontería.
P. Podemos evitarlo.
R. Ja, ja. Iba a decir que el éxito es lo que uno menos persigue. Pero en realidad es una de las cosas que, no persiguiéndolas, más te agradan. En fin, ya veremos. Lo importante es ir relajado. En el éxito o en el fracaso.
'Mañana puedo decir todo lo contrario'
DAVID TRUEBA ESCRIBE para los libros (Abierto toda la noche, Cuatro amigos) o para el cine (Amo tu cama rica, La niña de tus ojos), y está a punto de acabar su tercera película, después de La buena vida y Obra maestra. Trueba, que nació en 1969, y al que de pequeño, según cuenta, enseñaron sobre todo a no meterse en líos, mantiene con sus opiniones una distancia terapéutica: 'Mañana puedo decir todo lo contrario de lo que he dicho hoy'. No es difícil imaginar lo que le sucede con las ajenas. A punto de entrar en el año 33º de su vida, la edad de Cristo en la cronología dominante, nada parece tentarle menos que la crucifixión, incluso justificada. Es probable que este desdén tenga que ver con el diagnóstico infamante que cree advertir sobre su generación ('lo más suave que nos han dicho es que somos una generación de vagos y tarugos'), o con un genético buenrollismo; pero, en cualquier caso, Trueba parece decidido a mantener la amenidad y la relajación en lugares destacados de su escala de valores. Vive en Madrid, y antes lo ha hecho en otros lugares menos desordenados e inciertos; pero su trabajo, especialmente el literario, no está impregnado de ninguna identidad fuerte y específica. Ni siquiera de la de Madrid. Es probable que se trate de otra precaución generacional: 'A mi generación empezaron a estudiarla cuando yo tenía 12 años. Salían unas estadísticas que decían que éramos de una manera determinada y eligieron unas novelas que decían que nos retrataban, y las pusieron ahí. Como me sentía un marciano en relación con estas estadísticas, he tratado de no generalizar nunca ni de representar nada cuando se ha dado la peligrosa ocasión de hacerlo'.
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