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El presidente de Zimbabue amenaza con la cárcel a los granjeros blancos si no abandonan sus tierras

Ramón Lobo

El presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, fue ayer rotundo en el día de los héroes, que conmemora su victoria contra la Rodesia de Ian Smith: no habrá prórroga del plazo para la confiscación de las tierras de 2.900 granjeros blancos, vencido el viernes. Mugabe amenazó con la cárcel a los que se niegan a abandonar sus posesiones y prometió nuevas tierras a los que cooperen con la reforma agraria: 'Los verdaderos granjeros blancos que deseen seguir con su trabajo como ciudadanos leales lo podrán hacer', dijo ante sus seguidores.

En un clima de tensión, los granjeros blancos esperaban ansiosos las palabras del presidente, impulsor de unas medidas con las que trata de quebrar una rémora colonial. No ha habido sorpresas ni matices. Fue fiel a su discurso desde 2000, cuando dividió el país en buenos y malos. Entre los segundos se encuentra el Movimiento para el Cambio Democrático (MDC) y la mayoría de los hacendados blancos, a los que acusa de financiar a esa oposición que gana terreno en las urnas y en la calle. Mugabe, parapetado tras un atril de cristal, salió al paso de las críticos que lo acusan de la escasez que padece el país. Desafiante, teatral, apretando la mandíbula, prometió: 'Daremos de comer a todos... incluso las marionetas tendrán suficiente', en referencia al opositor MDC. Aunque no dio la receta para alcanzar esos objetivos, hasta hoy fracasados, garantizó que seguirán las importaciones de grano para asegurar que 'ningún zimbabuano muera de hambre'.

También hubo críticas al Reino Unido, el antiguo poder colonial, al que culpa de todos los males, discurso con el que trata de agitar la llama patriótica y ganar votos. Una pancarta casera colgada en el estadio rezaba: 'Reino Unido deja de destrozar Zimbabue'. Londres ha sido el impulsor del embargo de la UE contra este país y cuyo objetivo es el bloqueo de las cuentas bancarias del clan gobernante, lucrado en la guerra de Congo-Kinshasa y en las concesiones mineras de Kantanga y Mbuji Maji.

Horas antes de ese esperado discurso, los afectados por la confiscación por ley y sin indemnización fijada parecían optimistas; destacaban el hecho de que no se hubieran producido ataques contra las fincas y que el presidente no hubiera recurrido a la fuerza. Incluso una sentencia del Supremo abría un espacio a la negociación, pues en ella quedaban anulados los desalojos contra las fincas hipotecadas, que son la mayoría. Mugabe no ha dejado otra salida que la de cumplir la ley que aprobó el Parlamento. La Cámara está dominada por una absoluta mayoría del partido de Mugabe después de unas elecciones que los observadores tildaron de amañadas. Muchos granjeros negocian con el Gobierno de Botsuana su traslado a ese país.

Mugabe está furioso

Según recogía en primera página el diario surafricano Business Day, Mugabe está furioso porque los blancos han logrado presentarse como víctimas ante la opinión pública exterior y parte de la interior, cuando les considera verdugos y un producto anómalo de la colonia (los acuerdos de la Lancaster House de la independencia protegieron la propiedad de esas tierras). Los granjeros, que no ocultan la necesidad de una reforma agraria consensuada y gradual, culpan a la campaña de ocupación violenta de las tierras del hundimiento del sistema productivo del país, causa de la hambruna que se cierne sobre Zimbabue y otros países de la zona. Este argumento es el que escuece al presidente.

El Gobierno de Zimbabue está cada vez más nervioso: caos en la economía, incremento del paro y la pobreza, hambre, descontento en las ciudades. Pero también está inquieto por las crecientes críticas internacionales, incluidas las de EE UU y las privadas de su aliado Suráfrica. En este clima de desconfianza, la prensa internacional se ha convertido en una sus grandes bestias, con varias expulsiones sumarias de periodistas británicos y dificultades para entrar en el país. A este enviado especial, por ejemplo, se le negó la entrada el domingo en el aeropuerto de Harare con una copia de papel arrugado en la que se explica el motivo: persona prohibida.

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