_
_
_
_
Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

PESARO EXPLORA LAS DIFERENTES CARAS DE LA COMICIDAD DE ROSSINI

La sonrisa define la actual edición del Festival de Pesaro. La comicidad de Rossini se explora desde la farsa hasta la comedia de caracteres. Las óperas de juventud de apertura han sido dirigidas por Pier Luigi Pizzi y Emilio Sagi.

Lo que se busca, en rasgos generales, son las coordenadas de convivencia entre lo bufo, lo semiserio, lo sentimental y lo abstracto. Atractivo desafío. Una manifestación montada alrededor de las variantes del humor rossiniano es algo para tomárselo muy en serio. Los primeros espectáculos se han centrado en dos óperas de juventud de Rossini: La pietra del paragone y El equívoco extravagante, estrenadas cuando el autor no había sobrepasado los 20 años. Pier Luigi Pizzi y Emilio Sagi, sus directores de escena, las han recreado desde la memoria de dos décadas especialmente determinantes en la vida cotidiana del siglo XX, la de los cincuenta y la de los setenta. Parten de una idea parecida. Las realizaciones, como era de imaginar, han sido muy diferentes.

Más información
ARREBATADOR CONCIERTO DE POLLINI EN PESARO

Pizzi se recrea en el universo de la comedia cinematográfica italiana de los cincuenta, en un tono que va desde la melancolía a la ironía suave, pero todo ello impregnado de una sutil elegancia. La escenografía reproduce una casa inspirada en Alvar Aalto, una de esas mansiones de ricos en el campo, en que se busca la integración total entre arquitectura racional y naturaleza civilizada. Esta combinación predispone de inmediato a un Rossini en estado puro. Un conseguido equilibrio de geometría y color (en blancos, rojos, negros y el verde del bosque) sirve de marco a un juego de relaciones, a través del cual se reflexiona lúcida y lúdicamente sobre la verdad y las apariencias, sobre la fidelidad y el arribismo, sobre las ambiciones elementales de una clase dominante que por nada del mundo quiere renunciar a sus privilegios. La música de Rossini -fresca burbujeante...- se instala a las mil maravillas en este escenario de pequeñas frivolidades y placeres inmediatos. Se instala desde la melancolía, desde la sonrisa, desde la insinuación. Pizzi muestra con extraordinaria habilidad a través de pequeños tics los comportamientos de los personajes. Los cantantes-actores se integran con complicidad en su planteamiento. Juegan una partida de tenis por encima de la orquesta, o realizan un dúo a través del teléfono, o desfilan con gracia por una pasarela campestre que rodea el foso. La iluminación matiza las atmósferas poéticas. Especialmente logrado es el clima de nostalgia en la escena de la tormenta. El vestuario es espectacular, sobre todo el que luce la marquesa Clarise (Carmen Oprisano), de un gusto refinado.

Pizzi ha dado un importante paso adelante en su trayectoria artística con este montaje. No es que tenga que demostrar nada a estas alturas de la vida. Sin embargo, es gratificante comprobar que no se ha instalado en una vía acomodaticia. Ha dado, por así decirlo, una vuelta de tuerca rejuvenecedora. De sabio. Y su lectura se instala en ese humanismo europeo moderno que combina tradición y modernidad con naturalidad y sin aspavientos. Como en otro sentido lo hace Marthaler, o lo hacía hasta hace muy poco Wernicke. Carlo Rizzi dirige con precisión y gran capacidad concertadora a una sosa orquesta del Teatro Comunal de Bolonia. El reparto es homogéneo. De Carmen Oprisano sobresale su timbre hechizante, de Raúl Giménez su espontaneidad de tenor, de Marco Vinco su empuje, de Bruno de Simone su escuela interpretativa, de Pietro Spagnoli su desenvoltura.

La lectura de Emilio Sagi para El equívoco extravagante va por otros derroteros, tanto geográficos como existenciales. Han pasado 20 años desde aquella Italia de las melancolías a una mezcla de España e Inglaterra (Sagi y su diseñadora de vestuario Pepa Ojanguren estudiaron durante esa época en Londres) de corte pop y una obsesiva búsqueda de libertad, que se había reafirmado con los ecos de mayo del 68 y la muerte de Franco. El equívoco extravagante es, en cualquier caso, inferior a La pietra del paragone, no sólo en la música, sino especialmente en el texto. Hay que inventar una historia o, dicho de una forma más ruda, es una 'patata caliente' para un director de escena. La lectura de Sagi no enamora a primera vista, quizá por un tratamiento intelectual que necesita más de una visión. No existe la misma coherencia estilística que en la lectura de Pizzi, pero sí están muy conseguidos los números de revista, los paródicos y hasta el delirante final que hasta cierto punto, y con sertido burlesco, se convierte en una extravagancia del equívoco, dando la vuelta al título de la obra. Sagi despliega toda su galería de recursos teatrales, su identificación con la comedia musical, su utilización de los objetos cercana al absurdo, desde chupetes o patitos hasta ambientadores y desodorante. Tal vez la contundencia y la brillantez de algunos de los hallazgos hace que los árboles dificulten la visión global del bosque. La escenografía de F. Calcagnini es, en cualquier caso, opresiva. Silvia Tro -un diamante en bruto vocalmente, a falta de una mayor depuración- estuvo tal vez algo rígida. Dirigió Renzetti a una vital orquesta joven del festival. El reparto vocal se movió a niveles más que correctos.

Rossini no es una pizza

Rossini non é una pizza es el nombre del festival Rossini de Pesaro dedicado a jóvenes menores de 29 años, con precios de las localidades que en ningún caso sobrepasan los 10 euros. La estrella del programa es la cantata escénica El viaje a Reims, con los mejores cantantes jóvenes de la Academia Rossiniana de este año, la orquesta del Teatro Comunal de Bolonia y dirección escénica de Emilio Sagi. Los principales espectáculos del festival se proyectan en vídeo, en pantalla gigante, en la Villa Caprile. Hay, así mismo, un ciclo de serenatas y encuentros musicales en el castillo de Novilara, que se inaugura con un recital para voz y guitarra de Pino de Vittorio en un recorrido de la tarantolate a la tarantella, de Cargano a Nápoles. Todo esto y, por supuesto, el concierto final de la Academia Rossiniana, una escuela de jóvenes cantantes que luego tienen su proyección, evidentemente, en el festival de los mayores. Rossini no es una pizza. Los jóvenes lo saben y se benefician de ello. Los conciertos de bel canto están protagonizados por Carmen Oprisano, Raúl Giménez, Antonino Siragusa y Roberto de Candia. Hay, además, un recital de piano de Maurizio Pollini con obras de Beethoven y Chopin. Y también un par de farsas con músicas de Generali y Mosca, para complementar las óperas cómicas, y un concierto que, bajo el nombre Rossini mon amour, contribuye, de modo caprichoso, a la rossinimanía. Se ha presentado también un disco sobre la ópera La gazzetta, que en la edición anterior del festival dirigió con mucha gracia el dramagurgo Dario Fo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_