Infamia

Si Jorge Luis Borges levantara la cabeza, probablemente incluiría la última campaña veraniega de la Dirección General de Tráfico en su Historia universal de la infamia. No sólo nos tutea con ese paternalismo tan parecido al que AENA utilizó en sus mejores tiempos para avisarnos de que las cremas de afeitar, entre otros artículos, podían considerarse altamente peligrosas para la seguridad aérea, sino que nos reconviene a todos los peatones por nuestra ligereza a la hora de cumplir las normas de tráfico.

'Sentido común'. He ahí la clave. Si tuviéramos sentido común, daríamos menos facilidades a todos aquellos conductores que, confundidos entre los que son serios y responsables, circulan por nuestras calles y carreteras como si tuvieran licencia para matar. Comparados con nosotros, los irresponsables peatones parecen ser, para la DGS, como un mal menor. No se pretende, por tanto, que el conductor descarriado cumpla con las normas de circulación, sino de que el peatón no se ponga a tiro. Para la DGS la culpa de los atropellos es de la víctima, y no de los verdugos.

Imaginemos por un momento que esta campaña de concienciación la hubiera realizado la Dirección General de Seguridad del Estado. ¿Nos parecería coherente que se dijera de las víctimas de un atentado que su muerte se debió a la falta de sentido común? ¿Echarían la bronca a las probables víctimas por intentar llevar simplemente una vida normal?

Día a día, como peatón, me siento amenazado por personas que se saltan las normas con total impunidad. Tengo el suficiente sentido común para darme cuenta de que nadie hace nada para evitarlo porque alguien ha decidido que soy el eslabón más débil de la cadena. Me pregunto si las autoridades competentes consideran que estas conductas forman parte de la normalidad democrática y la convivencia pacífica.