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Columna
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Bares con puertas, bares sin puertas

Es lunes, es por la mañana, y para mi desgracia tengo sed. El problema de tener sed (sed etílica, se entiende, no sed de beberse un granizado) siendo lunes de una mañana en Barcelona es que me encuentro en el paseo de Gràcia. El peor día, la peor hora y el peor lugar para consumir. El lunes, en Barcelona, es como un día de huelga general de la hostelería. Muchos bares buenos cierran porque abrieron el domingo. La única solución del consumidor son los hoteles, aunque la posibilidad de encontrarte en ellos a tus congéneres consumidores a los que tendrás que dar conversación es alta. No tengo más remedio que empezar a caminar hasta la calle de Muntaner, donde hay algún bar de los de antes. (¿Tan joven y tan nostálgica? Sólo puede ser pose).

A más modernidad menos puerta. Así gastan en calefacción y aire acondicionado y joden la capa de ozono
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NOSTALGIA DE EL VELÓDROMO.

Tocando a la Diagonal hay un Caffè di Roma nuevo. Hace una hora no estaba. Acaba de salir. Estéticamente es como sus hermanos el Caffè di Mario, el Caffè di Pietro o el Caffè di Gennaro que salieron ayer y anteayer. En un solar, al lado del Caffè di Roma nuevo hay un bultito raro. Diría que es un bar de tapas que está naciendo en este preciso instante. Me espero para ver su rápida eclosión. Salen muy de prisa, con un mecanismo parecido a las piscinas de goma hinchables. Ahora le aparece su suelo de madera, su carretilla rústica con tiestos de flores, la pizarrita con los precios y el camarero desganado que no pilla el nombre de ninguna marca de ninguna cerveza. Lo tiene todo: su mosca, su barra sin colgadores para el bolso y sus tapas repletas de mayonesa a precio de secuestro. Lo más emocionante es que igual que el Caffè di Roma, que ha salido hace una hora, no tiene puertas. No es un defecto de nacimiento. No es que al dueño se le haya acabado el presupuesto. Es un signo evolutivo. Ahora, para ser modernos y acogedores, hacen los locales sin puertas. Se supone que se tiene que ver lo de dentro. Así gastan más en calefacción y aire acondicionado y joden la capa de ozono. No sólo les pasa a los bares. Las peluquerías y las tiendas de ropa hacen igual. A más modernidad, menos puerta. El diseñador (que seguro que tiene una casa con puerta blindada) ha pensado que estos sitios tienen que dar la idea de 'espacios abiertos' que te inviten a entrar (y también a salir). El Fashion by Llongueras de la calle de Calvet, por ejemplo, es una gran peluquería sin puertas. Así, cuando te estás tiñendo el pelo todos los que pasan por la calle (en general trabajadores de Catalunya Ràdio y RAC 1) te ven las raíces. Debería estar a favor de esto, ya que estoy a favor de los chicos a los que se les ven los calzoncillos por encima del pantalón, y me gusta mirar cómo cenan las familias suecas o alemanas en sus casas sin cortinas.

Una vez el bar de tapas ha salido por completo, sigo mi camino. Cuando, siete minutos más tarde, llego a Muntaner, seguramente ya está lleno de gente que adora pagar por un pincho bañado en mayonesa. Me paro delante de la persiana cerrada de un bar que ya no existe: El Velódromo. Ese sí era un bar con puertas. Con unas puertas preciosas. A lo mejor lo cerraron porque tener puerta no lo hacía rentable. Daba un aire de café centroeuropeo que iba muy bien para rodar anuncios y películas. Había una tele, a mano derecha, colgada de la parte de arriba. Mesas de mármol. Bancos de skay o piel. En el altillo se jugaban partidas de dominó y se hacían tertulias de antiguos refugiados políticos de ERC y Estat Català. La decoración nunca cambió. Era la misma desde el día de su inauguración, en julio de 1933. Se llamaba El Velódromo porque al dueño, Manuel Pastor, le gustaba el ciclismo y en el barrio había un velódromo.

Pero, por fortuna, no todos los bares con puertas han desaparecido. Más abajo de Muntaner, en la esquina con Mallorca, está la coctelería Ideal. El Ideal ni cierra en agosto, ni cierra en lunes, ni abre tarde. En el Ideal no sólo hay puerta, sino que además hay una cortina azul que no deja pasar la luz. La única ventana es de cristal ahumado. Los dry martinis del Ideal son brutales. Buenísimos. Allí no se ruedan películas, pero el otro día grabaron unas imágenes de Jordi Estadella para el único programa de libros en catalán: Saló de lectura, de Barcelona Televisió. Además, en el Ideal hay un camarero que ganó el concurso de gin tonics de España. Los hace de Giró y los pone en copa de balón, con unas estrellas de piel de limón de adorno. El dueño, Josep Maria Gotarda, trata a su clientela de tú o de usted según vaya con uno o con otro. Si la consumidora entra acompañada de hombres hechos y derechos, la trata de usted y con elegante distancia. Si va con jovenzuelos, en cambio, le da dos besos y la trata de tú. Es como si tuviese varias personalidades según quien le pague las copas. Y eso es posible porque como el Ideal tiene puertas nadie sabe que estás allí.

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