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Reportaje:

Mendigos rumanos: un drama en cada semáforo

Los inmigrantes más marginales del este de Europa recorren las grandes ciudades con formas de mendicidad casi olvidadas

Pablo Ximénez de Sandoval

A las 8.45 del viernes pasado, María Profira, inmigrante rumana de origen gitano de 26 años, salió a trabajar del campamento para minorías étnicas extranjeras que la Comunidad de Madrid tiene al norte de la capital. Caminando erguida, con aspecto saludable y sin problemas en las piernas, cogió el autobús 229 hasta la plaza de Castilla. Desde allí, en metro, llegó a las 10.40 a su puesto en un semáforo de la rotonda de Ciudad Universitaria, sobre la A-6. Allí cojeaba ostensiblemente de la pierna izquierda mientras repetía su lamento entre los coches: 'Una ayuda, por favor, para mía familia'. A cada conductor le muestra la foto de los cinco hijos que dejó en Rumania, una y otra vez, hasta las nueve de la noche, todos los días.

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Como ella, son centenares los rumanos de etnia romi (cíngaros o gitanos), que han aparecido en las calles de Madrid. Pero también es ya una imagen habitual en Barcelona o Valencia. La cojera, que llega a ser espectacular, puede ser fingida como la de María, pero en muchos casos es real y patética. Igual de patético que los niños con los que mendigan, a veces bebés, que componen cuadros de miseria que casi habían desaparecido de las calles. Si la discapacidad es real, es aún peor, pues supone que ese individuo ha sido traído a España para su explotación.

En la Comunidad Valenciana la policía nacional desarticuló una red dedicada a introducir ilegalmente ciudadanos rumanos minusválidos a los que obligaba a mendigar por las calles. Siete personas fueron detenidas, informa Lydia Garrido. A pesar de que redes parecidas se habían desarticulado ya en París hace más de un mes, en Madrid la policía tan sólo había detectado pequeños robos a cabinas telefónicas o turistas. Una denuncia los llevó hasta una red exacta a la de Valencia. Y aún no se ha visto nada, a tenor de las historias que los rumanos, con claro desprecio, cuentan de los romi. Es normal oír decir que roban niños a los que les parten las piernas para explotarlos como mendigos.

En mayo de 2000, el alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, hizo una célebre declaración: 'La etnia rumana no viene a trabajar, viene a situarse en la marginación'. No sabía que no hay una 'etnia' rumana y que los gitanos nómadas a los que quería referirse son unos pocos de los 40.000 rumanos que, según su embajada, viven en España (24.856 regularizados a diciembre de 2001). Ofendió al 25% de los inmigrantes europeos de la región, precisamente el colectivo más cualificado y mejor adaptado a la vida en Madrid. Pero, hecha esta distinción, Manzano parecía estar bien informado por sus técnicos.

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Trataba de referirse a casos como el de Rega Stan, que nació en Madrid a finales del mes pasado. El 1 de agosto, a mediodía, ya estaba trabajando en brazos de su madre, Luminisa Stan, de 23 años, una rumana de etnia gitana que lo sostenía con una gasa. Su marido, Marcel Stan, de 25 años, lo mostraba orgulloso: 'Tiene 10 días', explicaba. A su lado correteaba su otro hijo, de siete años. Los cuatro, con su cuñada Adriana y su sobrina Alicia, de cinco meses, pedían limosna por el centro de Madrid. En España se pena con cárcel mendigar con menores.

Marcel fue reclutado para venir de Tandarei (se pronuncia Dsanderei), una localidad de la región rural de Ialomita, al sur de Rumania. El cónsul en Madrid, Nicu Stan, confirma que casi todos los mendigos proceden exactamente de ese mismo pueblo. 'Son los gitanos más salvajes de Rumania, porque no tienen un patriarca que los controle', especifica. Una pequeña encuesta entre los mendigos confirma que Tandarei y Madrid deberían ser ya municipios hermanados.

En Barcelona los rumanos son el colectivo que más ha crecido en el último año (142% más), y el año pasado casi se doblaron las denuncias por mendicidad con niños (63), casi todas de romi. Esta misma semana han sido desalojados del último rincón de la ciudad al que se habían retirado, en Poble Nou, informa Miquel Noguer.

'Es muy importante que la gente deje de darles limosna', afirma tajante Marisa Campos, directora del campamento que Cruz Roja gestiona en Valdelatas (Madrid). 'Si la mendicidad da dinero, para nosotros es muy difícil explicarles que es mejor trabajar'.

Sara González, voluntaria de la Asociación Comisión Católica Española de Migraciones (ACCEM) que trabaja en el campamento de San Roque, afirma: 'Desde el principio nos dimos cuenta de que era un colectivo muy difícil. De los gitanos búlgaros, yugoslavos y rumanos, estos últimos son los más inadaptados'. ACCEM y Cruz Roja tratan de integrarlos poco a poco, gestionando su residencia y creando una bolsa de trabajo. Pero insisten en que la mendicidad está entorpeciendo su trabajo. Hay incluso un efecto llamada, porque la gente les da dinero. 'Los madrileños deben saber que tenemos recursos para atenderlos, que no están desamparados', insisten.

Por los campamentos pasan familias que han estado en Francia, Gran Bretaña o Alemania. Incluso gitanos que emigraron de Rumania a Argentina y luego han viajado a España tras la crisis. 'Pueden coger sus cosas en cualquier momento e irse a donde sea, es parte de su cultura', apunta González. De los campamentos gestionados por la Comunidad de Madrid son expulsados si mendigan con los menores. Precisamente los voluntarios han observado que ya hay ya un canal de inmigración que no llega a ellos: son ésos los que piden con los niños ante la pasividad policial.Desde enero de 2002, los ciudadanos rumanos no necesitan visado para entrar en la UE. Esto ha provocado una avalancha que se ha sumado a una emigración masiva desde hace tres años. En Madrid capital casi se han doblado en un año los rumanos empadronados: de 4.999 a finales del año 2000, a 8.491 en el último censo.

De ellos 'sólo unos pocos' son gitanos, según Ghita Gainar, presidente de la Asociación Cultural de Ayuda e Integración del Pueblo Rumano, con sede en Alcalá de Henares (Madrid). 'A los gitanos se les nota que no son rumanos de origen porque son los únicos que no tienen estudios superiores, que era obligatorio en el régimen comunista. No quiero hablar mal de compatriotas míos, pero los ladrones no se quedan en Rumania, porque no hay nada que robar', dice.

Según el último censo, hay 535.000 que se declaran gitanos en Rumania. Rares Cristea, periodista de Radio Internacional de Bucarest, dice: 'En España, gitano puede asociarse a flamenco, pero aquí no, los de aquí son ladrones. El Gobierno rumano está muy preocupado, porque está exportando ladrones a toda Europa y nuestra imagen está cayendo mucho'.

En Madrid, 'la actitud ha cambiado mucho hacia esa gente', relata Beatriz Elorriaga, concejal de Asuntos Sociales. La historia de las primeras familias que llegaron a la ciudad se llenó de tragedia. La muerte de dos niños desató una ola de solidaridad. 'Entonces [1999], había vecinos que bajaban con mantas y comida a ayudarlos', relata Elorriaga. En tan sólo tres años ya no dan tanta pena. 'Hoy la actitud es más de rechazo. Y cuando intento hablarle a alguno de los servicios que tenemos para ellos, huyen'.

El propio Nicu Stan relata cómo hace unos meses recibió una llamada de un gitano de Oviedo. 'Un clan le había robado a su hijo de cinco años y lo utilizaba para pedir limosna. Lo puse en conocimiento de la policía y al final logramos encontrar el piso donde vivía la mafia y, además de ese chico, recuperamos a tres menores más'. Éstos, al menos, estaban sanos.

Una  indigente discapacitada, de los cientos que inundan Madrid, el pasado jueves.
Una indigente discapacitada, de los cientos que inundan Madrid, el pasado jueves.CLAUDIO ÁLVAREZ

La leyenda de los cisnes

Es sabido entre la comunidad rumana que hace unos años un grupo de gitanos de Rumania acampó a la orilla de un lago en Viena. La fronteriza Austria trataba de integrar en sus servicios sociales a este tipo de inmigrantes, hasta que un día saltó la noticia de que se habían comido los cisnes del lago. 'Podría ser una leyenda', como dice el periodista de Radio Internacional de Bucarest Rares Cristea, pero los rumanos sitúan entonces el principio del cambio de mentalidad de los austriacos hacia ellos. En París, el Ministerio del Interior ha organizado, en medio de un gran aparato propagandístico, la 'caza del rumano'. El viernes 28 de junio la policía francesa desarticuló una red que explotaba a mendigos minusválidos en Lyón. La televisión ha descubierto sus campamentos, donde viven en roulottes desvencijadas. Unos son cojos, los más aprenden a andar cojeando. Se les ha mostrado jugando al fútbol con un balón de trapo dando ágiles saltos y después arrastrando la pierna de manera patética. Son miles de pobres manipulados por una red que los explota como pedigüeños o los prostituye si son suficientemente jóvenes. Más de 30 han sido expulsados hacia su país de origen, otros han sido encarcelados, los más siguen deambulando por la geografía francesa con el hueco de la mano tendido, implorante. La misma situación se vivió ya en Londres hace unos tres años, cuando los gitanos de Rumania hicieron su oficina del metro de Londres, rodeados de niños. La prensa sensacionalista y conservadora inició una campaña de denuncia, destacando el presunto abuso de menores por parte de sus cuidadores. La policía consiguió, en operaciones sistemáticas, al menos reducir el problema. Del transporte público han huido a centros comerciales o al extrarradio. Los carabineros desarticularon en Roma el año pasado hasta tres bandas que explotaban a gitanos lisiados, y se mantienen alerta. Son aproximadamente 7.000, si bien extraoficialmente llegarían a los 10.000, y la cifra no comprende a los gitanos que viven en habitaciones. En Alemania abundaron en los años 1990 a 1992, cuando, a través de Polonia, aterrizaban en Berlín y se les veía por las calles pidiendo, una imagen dolorosa entonces para la mentalidad alemana. En la actualidad, los gitanos de cualquier origen son uno de los objetivos frecuentes de los asaltos y atentados neonazis. La situación de la minoría romi es un asunto delicado en Alemania: más de medio millón, entre ellos cien mil niños, fueron exterminados durante el nazismo.

Con información de Octavi Martí, Lourdes Gómez, Sergio Mora y Lola Huete Machado.

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Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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