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Crónica:PASEO POR UN PAÍS EN FIESTAS (1) | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

Suspiros de Alcudia

Patricia Ortega Dolz

Dice Estebe Ferrer que antes la verbena de Alcudia era más divertida: 'El baile era algo excepcional. La gente estaba ansiosa de que llegase el día. Ahora, cualquier día es fiesta'. Sus ojos despiertos, con 84 años cada uno, han observado minuciosamente, desde el objetivo de 'un tomavistas', los cambios que se han ido produciendo en este pueblecito situado en un istmo al noreste de Mallorca. Sus películas se mueven al ritmo de su pulso tembloroso y, por ejemplo, cuando graba las ruinas romanas, les pone una música que grabó de la televisión cuando pusieron una de romanos. Las titula Cosas de Alcudia y allí está todo y están todos. El antes y el ahora.

Pero el otro día no fue a la verbena. Dice que ya no son 'típicas' y que a él le gusta 'lo típico'. En cierto modo tiene razón. Este pueblo de murallas medievales, que tiene 14.000 habitantes en invierno y 60.000 en verano, ha perdido parte de sus costumbres porque las mismas murallas que impidieron las invasiones moriscas, rehabilitadas y todo, no han resistido a la invasión económica de los miles de extranjeros que vienen cada año. Ya saben, las invasiones no son ya lo que eran.

Isidoro tiene más de 60 años y un estilo propio: coge carrerilla y, de lado, tira las banderillas como dos dardos. Aunque parezca mentira, alguna clava y, sobre todo, la gente se ríe
Resulta bonito ver a todo el pueblo dentro del Ayuntamiento, comiendo y bebiendo con las autoridades. Parecía que los gobernantes estaban cerca de los ciudadanos

'Mal nom'

Eso es lo que ha pasado aquí: Alcudia ha sacrificado un poco de su identidad para ganar calidad de vida, apostando por el turismo. Y las fiestas de Sant Jaume (Santiago), que han sido esta última semana de julio, tienen un tono melancólico porque recuerdan eso. Que, aunque sus hermosas casas llenas de arcos y patios han sido rehabilitadas, las tiendas de souvenirs han sustituido a las de siempre y ya sólo queda una, la Botica Can Paner, que en castellano sería la 'botica de la casa de los cestos'. Porque, eso sí, aquí a todas las familias se las conoce por su mal nom, un apodo que les viene de tres o cuatro generaciones y que está relacionado con la actividad que desempeñaba el bisabuelo o con su carácter. También traen a la memoria a las antiguas albuferas sobre las que han construido unos hoteles inmensos que se llenan cada verano y que tapan las vistas marítimas que se divisaban desde 'colina', que es exactamente lo que significa la palabra Alcudia. Aunque ahora todos se quejan de que ha bajado el turismo. También Margarita Miquelins, una mujer de 71 años que regenta desde 1967 el bar Lovento, donde cocina el arroz mallorquín. 'Hace años tuve que quitar el cartel de 'Restaurante' porque no daba abasto y ahora la cosa está más floja, pese a las fiestas', cuenta.

Pero aunque las fiestas son distintas, el otro día, Isabel Forteza, la estanquera de Can Xisquet, decía que, aunque ya no se estrena el traje por Sant Jaume, ni se hace helado, ni la coca de Sant Jaume, 'las fiestas son importantes porque nos unen, y nos recuerdan las raíces, tan olvidadas'. Es una mujer jovial y tiene una amiga muy simpática que se llama Catalina Domingo, del Can Polla por mal nom. Pero no piensen mal, el apodo viene de que su bisabuela era una mujer hermosa y aquí a las mujeres guapas se les dice pollas o pollitas. Catalina dice que ya tiene listos el vestido y los tacones para el día de Sant Jaume.

Ese día, las dos fueron a la misa de las doce, como casi todo el pueblo, y aunque no les pregunté si estrenaban vestido, iban muy elegantes. No se perdieron el refrigerio del Ayuntamiento, que ahora tiene a la entrada dos cabezudos estáticos, la Pipella y el Rampei, vestidos con los trajes típicos mallorquines. Llegaron con toda la gente y las autoridades andando por las calles desde la iglesia de Sant Jaume, precedidos por uno de los orgullos del municipio: la banda de música. Y en el salón de actos del Consistorio tomaron aperitivos y departieron con el alcalde, Antonio Alemany, y los demás concejales y cargos públicos. Alemany, un socialista que ahora gobierna en coalición con los nacionalistas, dice que se retira, que 'ya son muchos años', 11 para ser exactos. Junto a él estaba su amigo Pere Adrober, maestro, juez de paz Adrober y de Can Gallo. Resultaba bonito ver a todo el pueblo dentro del Ayuntamiento. Parecía que los gobernantes estaban cerca de los ciudadanos.

A las cinco de la tarde, la plaza de toros centenaria, recién pintada, construida de arriba abajo en el último bastión de la muralla, estaba a rebosar; en el palco se disfrutaba de una buena pata de jamón. En el cartel, Pepín Jiménez, Uceda Leal y El Renco. La mayoría de los asistentes eran turistas, porque ésta no es tierra taurina, no hay mucha afición. Sí había una peña en el fondo sur que jaleaba y le pedía a la banda que tocara al grito de '¡Música, música!'. Y no podía faltar el aficionado. Aquí se llama Isidoro. Es un hombre de más de 60 años al que le gusta poner banderillas. Tiene un estilo propio: coge carrerilla y, de lado, tira las banderillas como dardos. Y, aunque parezca mentira, alguna clava y, sobre todo, la gente se ríe.

La verbena

Esa misma noche se celebra la verbena de Sant Jaume, la más concurrida, que termina con fuegos artificiales. Pero se nota que los jóvenes pasan un poco de las verbenas. La mayoría de ellos trabajan en los restaurantes y pubs del puerto o están allí haciendo el recorrido nocturno: la primera se la toman en el Mestizo; la segunda, en el Enjoy o en el D. D. Bo, y terminan la noche en la discoteca Menta. Y si no, que se lo digan a Tolo, Alan y Sonia, que duermen una media de cuatro horas al día.

Son celebraciones sencillas, pero importantes en significado. Jaume Poma, un hombre de mundo y el artista de este pueblo, asegura que 'las fiestas son los suspiros de Alcudia'.

Manu Tenorio y después los teloneros

EL IMPARABLE ÉXITO de los chicos de Operación Triunfo también se dejó sentir en Alcudia por el módico precio de cuatro millones de pesetas. Eso fue lo que costó que Manu Tenorio cantase en el campo de fútbol. Las colas llegaron casi hasta el centro del pueblo; vino gente de los municipios de alrededor, padres y madres de familia, adolescentes, niños y niñas y hasta un club de fans de Escocia. Aproximadamente unas 4.500 personas a 20 euros cada una... No está mal, teniendo en cuenta que la noche anterior Presuntos Implicados, uno de los grupos más veteranos del pop español, no llegó a vender ni 500 localidades. Pero lo mejor de todo eran los comentarios: 'Se parece a Paul Newman', recordaban algunas mientras Tenorio entonaba eso de Dime que tu piel será mi piel... con su look habitual de vaqueros y camisa remangada. No se pueden ni imaginar cómo se pusieron ellas cuando el sevillano empezó a cantar aquello de Somos novios... Los gritos se debían escuchar en Pollença, al otro lado de la bahía. Pero por más que gritaron, sólo uno consiguió un autógrafo. Aquel que consiguió trepar sobre las cabezas de los demás, papel y lápiz en mano. Porque Manu se esfumó después de un par de bises. Ni siquiera presentó al grupo de teloneros que debía haber tocado antes que él. Simplemente se fue. Y con él todo el pueblo. Allí quedó, con no más de 15 espectadores el grupo revelación del año: Alabama.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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