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Columna
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Novelas de verano

Decía Eugenio Montes que, en Madrid, a partir de las siete de la tarde, o dabas una conferencia o te la daban. La frase, como todas las citas ingeniosas de aquellos falangistas ilustrados que acabildó en Pamplona el 'cura azul', don Fermín Izurdiaga, puede que sea apócrifa. La titularidad de estas muestras de ingenio casi siempre es dudosa. Madrid, en todo caso, era el paraíso de los conferenciantes, tierra de promisión para aquellos 'charlistas' de Ateneo y de Círculo Católico entre los que menudeaban boticarios, filósofos cristianos y militares de complemento, entre otra amable fauna. La ciudad de los bustos parlantes es hoy la bulliciosa meca de los tertulianos, subespecie que todo columnista que se precie desprecia hasta que una emisora de radio o una tele local requieren sus servicios.

Lo que pasa en verano en nuestro país (en cualquiera de ellos) es algo parecido a lo que sucedía en el Madrid de Eugenio Montes, sólo que, en este caso, en lugar de una conferencia, lo que das o te dan es un curso de verano en Santander o en El Escorial, en Donostia o en Murcia. Algunos dicen que se liga mucho y se aprende muy poco en estos cursos. Otros dicen lo que se consigue es llevar a la práctica la vieja aspiración de instruir deleitando. Cada uno, en todo caso, hablará de los cursos de verano según la vaya en ellos.

En uno de estos cursos de verano, creo que en uno de la Universidad Complutense, Manuel Vázquez Montalbán ha aprovechado para exhumar el viejo tópico de la novela que todos llevamos dentro. Según el escritor, todos atesoramos una gran novela. La afirmación ha debido halagar al abundante gremio de los novelistas de barra de bar. Cuántas veces hemos oído decir: 'El día que yo escriba la historia de mi vida, eso sí que va ser una novela'. Por suerte o por desgracia, los autores de estas grandes novelas vitales suelen llegar al último capítulo sin haber redactado ni la primera línea.

El avezado novelista que es Vázquez Montalbán ha hecho su buena obra veraniega al recordarnos que nuestra vida es la mejor novela; esa que cada uno de nosotros esconde como la ostra su perla; esa que no escribimos porque no queremos o porque nuestro horario laboral nos lo impide, porque si no, de qué. La novela real de nuestra vida sí que daría para escribir un libro, una auténtica joya literaria, brutal como un disparo y delicada como un amanecer pintado por un chino. El único problema es que cada vez que uno de nosotros se decide a contar por escrito su vida, va el puñetero de Vázquez Montalbán y la escribe.

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