Congreso de hormonas
Los hijos son una fuente de intranquilidad inagotable, los buenos por buenos y los malos por malos. Una amiga mía tiene un hijo bueno y otro malo. El bueno se fue la semana pasada a Canadá, para asistir a un congreso de jóvenes patrocinado por el Vaticano, y la mujer no vivía porque el cónclave estaba lleno de obispos que ignorábamos si habían acudido al olor de las hormonas o al del incienso. Los padres de familia como Dios manda temen tanto a los clérigos (americanos, por supuesto) como a la Bolsa, porque desvirgan a un impúber en lo que a ti se te viene abajo el plan de pensiones. Ya no hay manera de distinguir las malas compañías de los buenos negocios. Abre por donde quieras el periódico y comprobarás que, cuando no tropiezas con un grupo de curas pederastas, te das de bruces con la inestabilidad de los mercados, la depreciación del dólar, el bajón bursátil (qué palabra, bursátil), o los 'saneamientos extraordinarios' del BBVA. Por cierto, que leí con atención lo de los 'saneamientos extraordinarios' de este banco que el PP le puso a Francisco González (enhorabuena) y no logré averiguar si es que van a cambiar los desagües o el sistema contable.
La Bolsa y el Vaticano acaban de cerrar el peor mes de julio de los últimos diez años. Quiere decirse que hemos perdido todo el dinero invertido en Telefónica y toda la moral colocada a plazo fijo en Dios. Una ruina.
Volviendo a los hijos de mi amiga, lo llamativo del caso es que el hijo malo se fue también a Canadá, y al mismo congreso, porque desde una mirada demoniaca tampoco le faltaba atractivo. Vi, creo que en este periódico, la foto de unos congresistas adolescentes saltando a la comba que parecía una provocación sexual para los malos, aunque podía interpretarse como una incitación a la estupidez para los buenos. Lo bueno y lo malo forman ya un tejido único, como la Bolsa y la vida. De hecho, un vecino mío se pone a morir cada vez que caen las acciones del BSCH, en las que ha invertido los ahorros de su existencia laboral. Aunque quizá la confusión entre lo bueno y lo malo no sea tan moderna, pues uno de los lugares preferidos de siempre por el diablo para tentar a las almas ha sido la propia Iglesia, detrás de la pila bautismal. A mí se me apareció de pequeño y me ofreció un Chupa-Chups a cambio de mi alma. Le di un corte de manga porque yo sólo entregaría mi alma a cambio de haber escrito Guerra y Paz, cosa que jamás me ha ofrecido el demonio, ni el director de la sucursal de mi banco, ni mi asesor fiscal.
Mi amiga, decíamos, pasó unos días enloquecida con lo del congreso de jóvenes. Veíamos juntos el telediario y cada imagen nos desasosegaba más que la anterior, porque Canadá parecía un prado gigantesco en el que retozaban día y noche cientos de miles de adolescentes completamente castos, cuando no hay nada más excitante que ese olor, el de la castidad. Hasta a mí, que no soy pederasta, se me excitaban las gónadas y tenía que cambiar de postura en el sofá (no sé si ha muerto la novela de sofá, pero juro que el onanismo de sofá continúa vigente). El caso es que ayer, por fin, regresaron los chicos y el hijo bueno, como nos temíamos, ha vuelto convertido en malo, mientras que el malo, sorprendentemente, ha regresado convertido en bueno. Asegura que ha visto a Dios, que ha oído voces, que se ha caído del caballo: todo eso. Mi amiga, para consolarse, dice que una cosa por otra, aunque yo creo que ha salido perdiendo, porque el hijo malo es más malo que bueno el bueno. Aun así, la mujer va a continuar apoyando a la Iglesia en la declaración de la renta porque cree que en los momentos de crisis es cuando las instituciones necesitan la ayuda de sus militantes.
Es lo mismo que ha pensado Alierta, el Sumo Pontífice de Telefónica: acaba de invertir 2,75 millones de euros en acciones de esa empresa vaticanista que en lo que va de año ha caído un 40,12%, llevándose por delante los ahorros de sus fieles. Cabe preguntarse de dónde saca la gente el dinero (2,75 millones de euros son muchas pesetas), pero lo que más nos intriga es de dónde saca el personal la fe para continuar invirtiendo, sea en el BBVA o en la salvación de alma. La Bolsa y el Vaticano acaban de cerrar el peor mes de julio de los últimos diez años. Quiere decirse que hemos perdido todo el dinero invertido en Telefónica y toda la moral colocada a plazo fijo en Dios. Una ruina. Lo paradójico es que ni los obispos tienen problemas económicos ni los banqueros conflictos morales. Usted y yo es que le damos demasiadas vueltas a las cosas. A ver si estos días conseguimos desconectar.
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