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Columna
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Puskas

Juan Cruz

Si pongo lentitud, ustedes no leen; no tiene prestigio la lentitud; la gente quiere ajetreo, tienen prisa por parar. Así que en el título he puesto Puskas, el jugador más lento de nuestra juventud, tan efectivo como Kubala. Hubo otros grandes jugadores lentos, como Eulogio Martínez, que se revolvía en un palmo de terreno, oteaba el horizonte y luego disparaba. Letal. Puskas también era letal, y hacía ese mismo movimiento ensimismado. Los lentos siempre fueron más seguros. Rivaldo es un lento de última generación, de los que esperan a que el campo esté disponible para avanzar como si estuviera solo. Ronaldo, su compatriota, era veloz de pensamiento, pero cuando era lento adquiría el fundamento de su inteligencia.

En el arte, la lentitud tuvo su prestigio. Se decía antes que un libro se leía con detenimiento, y eso era un elogio. Cuando veíamos un bergman o un godard, un fellini o un antonioni salíamos mascando el tiempo como si hubiéramos asistido al sonido de la eternidad. El Ulises de Joyce dura un día, y debía ser por tanto una novela rápida, pero es lentísima, hay gente que no ha terminado de leerla. Y no hay magdalena más lenta y más duradera que esa que pone Proust en remojo para inspirar la novela más lenta, y más larga, y quizá más hermosa. En el recuento es imprescindible traer a Julio Llamazares, cuyo libro de poemas La lentitud de los bueyes es un himno de la lentitud.

El fútbol. De los que estaban en el campo a mí me gustaba más Puskas que Gento, era mejor Kubala que Villaverde, y recuerdo con verdadera emoción la lentitud fantástica de Luis Suárez. Di Stefano tenía fama de saeta, porque se disparaba, pero -como Ronaldo- era bueno al pararse, cuando oteaba el horizonte -y que me perdone Matías Prats la reiterada usurpación de sus términos-. Ahora, ya digo, no está de moda la lentitud; hasta el punto que una película, Historia de un beso, de José Luis Garci, parece que ha sido desechada de un festival de cine porque resulta demasiado lenta. Una vez vi una de Losey, El mensajero; en el descanso me dijeron que era una película lenta. Miré el reloj y dije: 'No. Dura como las otras'. No sabía yo entonces que la lentitud era otra cosa.

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