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Reportaje:

A la sombra del ciprés

Las cenizas del arqueólogo Francesc Esteve fueron esparcidas ayer en el Museu de Belles Arts de Castellón

María Fabra

Francesc Esteve, Paco Esteve, Paco El Fúnebre descansa. Por fin. Como todo lo que hizo en su vida, murió en silencio. Sin ajetreos. Sin hacer ruido. Ahora, tras casi un año y medio de permanecer, como no, callado, se ha cumplido la voluntad de este arqueólogo. Su esencia, todavía no descansaba. En sus últimas voluntades expuso que quería que sus cenizas fueran esparcidas en algún lugar situado entre el barranco del Millars y el de La Parreta. Quizá a él le hubiera gustado que fuera una cosa más íntima. Que la tierra a la que tanto amaba le admitiera 'para siempre', en algún lugar recóndito. Sin embargo, todos han considerado que merecía algo más. Y quizá él lo intuía, ya que los reconocimientos comenzaron a llegarle una vez cumplidos los noventa años.

Ayer, las cenizas de Francesc Esteve fueron esparcidas bajo uno de los cipreses del claustro del nuevo Museu de les Belles Arts de Castellón. A su sombra. Un ciprés que formó parte del jardín botánico ideado por los Hermanos Bou, que hoy dan nombre a la avenida del museo. Allí, autoridades, familiares, amigos, admiradores y discípulos colaboraron en el esparcimiento de las cenizas, de un color oscuro, aunque no tanto como el que él solía vestir.

Esteve paseaba por Castellón. Y precisamente su atuendo y la disciplina en horarios y recorridos lo hacían llamativo. Vestía, siempre, con traje negro, sin corbata y camisa blanca, como muestra de luto por la caída de la República y el inicio de una guerra que lo privó de mantener el puesto de director conservador del antiguo Museo de Bellas Artes. De ahí surgió su apodo, El fúnebre. Andaba encorvado, mirando al suelo, quizá para no ver y no ser visto.

Una de las asistentes al acto de ayer, Susana Albalat, miembro de la familia que lo cobijó durante los últimos 20 años, lo recuerda como un hombre 'solitario, peculiar y, sobre todo, enamorado de su tierra'. Apenas hablaba, ratifica. 'Ya era hora de que descansara', sostuvo ayer. 'Creo que es un lugar que merecía y que él estaría contento', añadió.

Francesc Esteve nació en Castellón en 1907 y se formó como arqueólogo en la Universidad de Barcelona. Después se doctoró en Madrid y se incorporó a la docencia, tras la guerra civil, destinado en Tortosa, desde donde se trasladó a Amposta para en 1954 formar un grupo de colaboradores e iniciar la investigación arqueológica en la ribera baja del Ebro. Antes, Esteve fue conservador del Museo Provincial de Castellón y durante la guerra civil comenzó una labor que marcaría buena parte de su vida: la recuperación para el patrimonio artístico de los elementos arquitectónicos más interesantes de las derruidas iglesias castellonenses.

La distinción de la Generalitat al Mérito Cultural fue una de las que alcanzó aunque él, quizá, se sintió más 'orgulloso' con la rehabilitación de la imagen de la Virgen de la Naranja, que guardaba afanosamente en su casa, o con la exposición de su legado de cerámica en el actual museo.

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Ayer, además del descanso para sus cenizas, se presentó su obra póstuma, el libro Les fonts antigues. Y el presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, anunció la creación de una fundación con su nombre, que ya prepara una exposición que ensalce su figura y su trabajo.

Su trabajo es fácilmente reconocible. Pero ni siquiera los que vivieron más cerca de él aciertan a decir mucho sobre su personalidad. La de un hombre solitario que ya descansa bajo un ciprés.

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