Imitadores
Los vimos en Pamplona hace un par de semanas y ahora los hemos visto nuevamente en algún suplemento veraniego, de ésos que lo refrescan todo, y en más de un telediario, después de las masacres de rigor, en la sección de chismes, cultura y pasatiempos. Son esos tipos gordos de barba blanca y mejillas alcohólicas que imitan a Ernest Hemingway.
La pasada semana, los dobles del autor de Al otro lado del río y entre los árboles se reunieron en la barra del bar Sloppy Joe's, el chigre favorito de Ernest Hemingway en Cayo Hueso, en donde residió en los años treinta. A tenor de las fotografías y las imágenes que hemos podido ver, la reunión fue un éxito. Los veinte o treinta hemingways que concursaban en la prueba de dobles parecían disfrutar de lo lindo. Veinte o treinta individuos que, con la indumentaria pertinente, podrían ejercer de Santa Claus en unos grandes almacenes en fechas navideñas. Pero ellos lo que quieren es parecerse a Hemingway, sabe Dios por qué causa.
Antes lo más frecuente entre los aventados era hacerse pasar por Napoleón (Javier Tomeo ha escrito una novela imprescindible sobre el tema), pero a la vista está que entre los ciudadanos norteamericanos se ha abierto el abanico considerablemente. Forman legión los individuos obsesionados con parecerse al último Elvis Presley, cuya insania les lleva a alimentarse, de manera exclusiva, con repulsivos sandwiches de mantequilla de cacahuetes. De manera algo más comprensible, en los últimos tiempos proliferan los dobles de Bill Clinton.
El lema, en todo caso, es convertirse en otro, porque ser uno mismo, para muchos, resulta insoportable y aburrido. Veinte monos desnudos de barba blanca celebraron el día de Ernest Hemingway y no precisamente leyendo una novela de Ernest Hemingway. Parecerse al bizarro Premio Nobel da sentido a sus vidas. ¿Qué sería de ellos sin sus barbas canosas y sus camisas de Coronel Tapioca? Han renunciado al viejo 'Conócete a tí mismo'. Tal vez se han dado cuenta de que no somos nadie.
El del doble es un tema literario de primer orden, pero también el de las falsificaciones y los plagios. ¿Qué pensaría el Hemingway original de los veinte o los treinta falsos hemingways reunidos en el Sloppy Joe's cuarenta años después de su muerte? ¿Halagarían su vanidad o despertarían su ira? Lo bueno de las copias, como decía La Rochefoucauld, es que nos hacen ver la ridiculez de los originales. Lo bueno de estos imitadores es que logran poner en evidencia la parodia en la que el escritor de Oak Park acabó convertido. Parodia de sí mismo. Pienso en el viejo Cela; pienso en el viejo Umbral, caricaturizado en un programa cutre de televisión; pienso en el presidente del Gobierno y pienso en el muñeco de guiñol que le imita, aunque, a decir verdad, no podría decir quién es quién.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.