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Reportaje:

Gonzalo espera una camilla que soporte sus 200 kilos

Un madrileño que sufre obesidad mórbida aguarda desde hace meses una cama que aguante su peso para poder ser operado

Detrás del mostrador de Alimentación Díaz se esconde Gonzalo. No es por vergüenza, o en parte sí. Es sobre todo porque no aguanta estar de pie durante más de cinco minutos. Gonzalo Díaz Navarro cumple hoy 44 años, mide 1,64 y no está seguro de si pesa 205 o 207 kilos. A estas alturas, dos kilos de más o de menos no tienen importancia.

Pasa todo el día sentado en un pequeño taburete en el que no cabe, rodeado de los jamones, el vino y los dulces que vende en su tienda de Vallecas. Ayer almorzó una ensalada de patatas y unos calamares, 'como cualquier persona', asegura. Su problema se llama obesidad mórbida, una enfermedad que padece un 5% de los españoles. El índice de masa corporal (IMC) de cada persona es el que refleja su estado nutricional, y se calcula dividiendo el peso por la altura en metros al cuadrado. El IMC de una persona normal está entre 20 y 24,9. El de obesidad mórbida comienza a partir de 40. Gonzalo tiene un índice de masa corporal de 76,22, lo que significa riesgos altísimos de padecer diabetes, tensión alta, infartos y embolias.

'Salgo muy poco. Apenas me puedo mover, y la gente se ríe de mí. Soy el centro de las miradas'

El problema de Gonzalo podría solucionarse con una operación de reducción de estómago. Los médicos a los que ha consultado ya le han dicho que su caso es urgente y que tiene solución. Pero en realidad no la tiene. En el hospital Gregorio Marañón, donde tendría que pasar ocho horas en el quirófano, no hay ninguna cama de operaciones que soporte su peso. La que más aguanta sólo resiste 175 kilos, 30 menos de los que él pesa. Fuentes del hospital indicaron ayer que el centro ya ha encargado una cama para este tipo de casos que aguanta hasta 300 kilos. Pero Gonzalo lleva esperando demasiado tiempo.

En octubre del año pasado consultó a su médico de cabecera, porque no paraba de engordar. 'El doctor me dijo: 'Tiene usted obesidad mórbida', recuerda Gonzalo. 'Pero eso ya lo sabía yo'. Entonces pesaba menos de 200 kilos, y seguía subiendo. Le duelen las piernas a rabiar porque sus tobillos no aguantan tanto peso. Duerme boca arriba y con una mascarilla porque teme ahogarse. Pilar, su esposa, tampoco logra conciliar el sueño: piensa que su marido puede asfixiarse.

Gonzalo tiene la tensión alta, y mucho miedo: 'Todos los lunes llamo al hospital a ver si ya me pueden operar. Me dan largas y me pongo nervioso por la espera. Y si me pongo así, el que me va a fallar va a ser éste', añade, y se señala el corazón.

Cuando se casó, con 22 años, pesaba 78 kilos. 'Yo antes era fuerte, no gordo. Y hacía mucho deporte. Menos mal, porque si no no me podría ni mover', cuenta. En esa época era 'la persona más cachonda del mundo', le gustaba mucho bailar y salir con sus cuatro hermanos. 'Ahora no puedo valerme solo. Mi mujer me tiene que acostar. No puedo conducir, y cuando voy al servicio no puedo limpiarme porque no llego'.

Dice Pilar que su marido 'no puede más', que se enfada de impotencia y de dolor. Trabaja todos los días del año. 'Si pudiera permitírmelo, aquí iba a venir yo... Es que no saldría de mi casa', se lamenta Gonzalo. Entra en su establecimiento a las siete de la mañana y sale a las nueve de la noche. Los fines de semana sólo trabaja de mañana. Pero el tiempo libre le sobra. El poco que tiene lo pasa en el sofá de su casa. 'Llevo muy mal lo de salir poco a la calle. La gente se ríe de mí. Durante el rato que estoy andando, me cruzo con gente que me clava los ojos. Vaya donde vaya, soy el centro de las miradas'.

Su único sueño ahora mismo es pasarse ocho horas anestesiado en un quirófano. 'Eso no es plato de gusto para nadie, pero yo prefiero eso a estar como estoy. Esto no es vivir. Me dicen que no hay cama para mí. Pero, ¿y si me pasara algo? ¿Y si me tuvieran que intervenir de urgencia? ¿Qué harían conmigo? ¿Dejarme morir?', se pregunta.

Gonzalo no entiende cómo, después de verlo, los médicos no hacen algo. 'No sé quién tiene la culpa de que no me traigan la cama para operarme. Pero sólo le deseo al que tenga esa responsabilidad que esté una semana, sólo una semana, como yo estoy', dice.

La ropa se la hacen a medida y siempre va en zapatillas porque ni le caben los zapatos, ni le resultan cómodos. La semana pasada se casó un sobrino suyo. No fue a la ceremonia porque no quería salir de casa. Por fin, a última hora, se decidió; le hacía ilusión estar cerca de sus familiares. Aunque no comió apenas nada, estuvo en el convite. Y tuvo que ir en zapatillas.

Una solución que vale 80.000 euros

'La cama está encargada. No sabemos cuánto va a tardar, pero ya está pedida'. Es la única respuesta que le dan a Gonzalo Díaz Navarro en el hospital Gregorio Marañón, donde le tienen que operar para reducirle el estómago. Esa cama, que aguanta hasta 300 kilos de peso, cuesta entre 60.000 y 90.000 euros. De momento no hay otra solución que esperar. Las camas de los quirófanos aguantan hasta 175 kilos. Fuentes del hospital afirman que tampoco es una solución juntar dos camas: 'Aguantarían el mismo peso. Además, los médicos no tendrían espacio para intervenir', explican. Tampoco vale que otro hospital le preste una cama de esas características: 'Montar una mesa en un quirófano no es como mudar una lámpara. Conlleva mucho aparataje y habría que cerrar el quirófano varios días'. Gonzalo, casado y padre de tres hijos, se ha puesto muchas veces a régimen, pero no ha logrado perder más de 15 kilos. 'Los médicos sólo me ponen dietas con ensalada y filetes a la plancha, y así no consigo nada, porque por lo menos tengo que perder 100 kilos', cuenta. Gonzalo, que no es médico, sino propietario de una tienda de ultramarinos, propone una solución mucho más sencilla. Si la mesa que hay ahora no aguanta su peso, sino 30 kilos menos, que le ingresen unas semanas sólo con un gotero 'y así perdería en poco tiempo lo necesario'. Los brazos de Gonzalo están llenos de estrías y varices, y sus piernas están siempre hinchadas y con moratones. Apenas puede despachar en su comercio, porque no puede estar de pie mucho tiempo, y son los propios vecinos los que le ayudan a colocar la mercancía.

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