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Columna
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Philip y el triunfo del gran Anarco

Andrés Ortega

Cuando Philip Windsor daba sus clases de Aspectos Estratégicos de las Relaciones Internacionales, su aula de la London School of Economics (LSE) se abarrotaba. Acudían alumnos de todas las especialidades y no sólo los naturales de esa rama de estudios, ante la buena fama de ese hombre delgado, bajo, calvo, de mirada penetrante y voz profunda. Era un brillante profesor que desgranaba, sin una sola nota a mano, durante una hora o más sus complejas ideas, fumando cigarrillo tras cigarrillo, cuyas colillas iba dejando de pie sobre la mesa. En los seminarios brillaba incluso más, y luego los debates seguían en la Beaver's Retreat, el bar de la LSE, donde ya Philip Windsor pasaba a hablar de todo, y especialmente de su mayor interés: la filosofía de historia, Hegel y la dialéctica, una visión que siempre le animó. Este maestro siempre tenía un punto interesante que aportar sobre todo, a los estudiantes más novatos, a los que acudían a consultarle, a ministros o incluso a la entonces premier británica.

Su vida profesional giró en torno a la guerra fría, que vivió como estudiante en el Berlín premuro. Tras 30 años de formar generaciones en la LSE, una enfermedad que arrastraba se lo llevó en 2000. Ahora, dos colaboradores han reunido en un libro varios de sus escritos dispersos y editado alguno que Windsor no llegó a pulir en vida. Strategic thinking, an introduction and farewell (Pensamiento estratégico: una introducción y despedida) es un recorrido intelectual por las últimas cinco décadas, pues su autor enriqueció como pocos los estudios estratégicos. La despedida, un último capítulo titulado 'Más allá de la guerra fría', contiene, a pesar de que no viviera el 11-S y sus consecuencias, algunas conclusiones de plena actualidad sobre lo que llama 'el síndrome de la superpotencia'.

Para Philip Windsor la idea misma de superpotencia es 'un epifenómeno de la guerra fría', y una vez acaba ésta, 'no quedan superpotencias'. Puede chocar, al ver el poderío desplegado por EE UU. Pero insiste en que 'Estados Unidos es apenas más capaz de cumplir un papel de superpotencia que Rusia como sucesor de la antigua Unión Soviética', pues 'el papel de las superpotencias se ha desvanecido y ningún actor puede suplirlo'. Para Windsor, 'el pensamiento estratégico está en un estado de confusión y falta de sentido'. Las categorías tradicionales durante varias décadas han girado en torno a la disuasión nuclear recíproca, institucionalizada, aunque 'al final no se supiera qué se quería disuadir'. Pero esta disuasión 'proporcionaba los parámetros de las relaciones económicas y políticas'.

Ese mundo quedó atrás y la estrategia perdió su autonomía, para dar paso a la erupción de 'cuestiones sociales, llevadas por fuerzas antiguas de identidad étnica o religiosa, o intensificadas por nuevos problemas de degradación medioambiental'. Y así, en nuestros días quien 'ahora parece dispuesto a gobernar', o desgobernar, no es la única superpotencia que se supone que queda, sino lo que llama 'el gran Anarco'. Es una anarquía alimentada, por una parte, por 'potencias menores que han podido recuperar su propia libertad de acción'. Y por otra, por la 'democratización de la guerra', que ya no es sólo cuestión de Estados, sino de grupos, y la 'guerra como democratización', pues 'el concepto de democracia, lejos de haber triunfado de forma inequívoca, se ha convertido a su vez en un campo de batalla'.

Aunque sea otra cara de la democratización del sistema internacional, la proliferación nuclear tiene 'alarmantes implicaciones', si se pone 'en conjunción con la guerra como democratización y la democratización de la guerra'. Pero no acaba con pesimismo, sino 'con un sentido adecuado de lo trágico', al considerar que 'quizás lo que fuera anormal no es la guerra, sino la paz sostenida'.

aortega@elpais.es

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