Insistan, por favor
En su diálogo con los lectores,público en esta columna y privado por carta, el Defensor ha insistido en varias ocasiones en la necesidad de que los lectores mantengan todas las exigencias necesarias respecto a la calidad del periódico.
Antes que cualquier otra, la exigencia de la corrección formal debe mantenerse sin desmayo.
Una lectora transmitía por teléfono, esta semana pasada, su convencimiento de que estas quejas no sirven para nada porque en el periódico siguen apareciendo errores, erratas y hasta faltas de ortografía.
También en alguna ocasión el Defensor ha calificado esta plaga como defectos estructurales, por lo arraigados y por lo dificil que, sin duda, resulta erradicarlos.
Hace ocho años, en abril de 1994, Soledad Gallego-Díaz hacía balance de las protestas más habituales y escribía en una de sus columnas como Defensora del Lector que las quejas más frecuentes eran: erratas, faltas de ortografía, inexacta conversión de divisas -ésta es una plaga terrorífica que sigue haciendo estragos en las páginas del periódico-, errores de datos y mapas equivocados.
Era un retrato, sin pretensiones de estudio científico, pero que nos acerca a la realidad de cómo nos ven los lectores: sin duda, como un periódico en el que escasea el rigor a la hora de los datos, las cifras y la pulcritud al escribir porque, en ese catálogo de agravios incluía, también, la mala utilización del lenguaje y otro más, por cierto muy importante: se decía allí que 'el segundo gran apartado de protestas lo plantean protagonistas de informaciones que se quejan de no haber sido contactados como fuentes. Son -escribía Gallego-Díaz- los que en este departamento llamamos afectados directos y que en el 90% de los casos tienen razón. El Libro de Estilo de EL PAÍS obliga a consultar, siempre que sea posible, a todas las partes en conflicto'. Y concluía: 'Debo decir, sin embargo, que cada vez son menos las ocasiones en las que este principio básico se vulnera'.
Cinco años después de aquel recuento de mi antecesora se hizo otro, en mayo de 1999, en el que se advertía de que las quejas más numerosas, es decir, la visión más negativa que del periódico tenían los lectores, se ceñía a los siguientes asuntos:
Protestas por escribir los nombres de poblaciones españolas según la grafía aceptada oficialmente por el correspondiente Gobierno autónomo: ¿por qué A Coruña, Hondarribia o Girona -preguntaban y preguntan, alguna vez, los lectores, y no London, Bordeaux o Milano?
Seguía siendo muy alta la preocupación por el lenguaje, con cuestiones sintácticas y gramaticales de todo tipo y producía -sigue produciendo- gran irritación el uso de términos extranjeros, fundamentalmente, claro está, ingleses.
Por tanto, se mantenía la percepción de que el periódico tiene carencias importantes de calidad, a la vista del alto número de faltas de ortografía, fechas equivocadas, nombres extranjeros mal escritos, datos erróneos o imprecisos, mapas confundidores...
Algo que mejora
En esta enumeración, sin embargo, faltaban las protestas de los afectados por una noticia con los que no se hubiese hablado. Sin duda ha habido algunos casos, y se han recogido en esta columna dominical, pero el hecho cierto es que son muy escasos y eso, sin duda, es una buena noticia, aunque no conviene bajar la guardia y hay que estar siempre atentos a la hora de cumplir con ese principio fundamental del buen periodismo.
La deformación de algunas noticias a través de titulares inexactos ha sido otro asunto recurrente en la columna dominical. Pertenece, probablemente, a lo que podríamos llamar deformación profesional. Eso que en el argot interno se llama, a veces, darle una vuelta de tuerca a los titulares, para que tengan más fuerza, para que resulten más rotundos y terminen por expresar una grave inexactitud.
Lo peor de todo esto es que viene repitiéndose desde el principio, porque en aquella síntesis de quejas de mi antecesora se recordaba que se había hecho algo parecido con anterioridad y concluía, con cierta desesperanza que, con toda seguridad, los problemas de este tipo se arrastran desde la creación del periódico, antes de que pudiesen abordarlos, públicamente, los sucesivos defensores del lector, desde que se inició su labor en noviembre de 1985.
Sobra el abatimiento. Aquí se ha contado que el Defensor de un periódico estadounidense, al concluir su tarea, se despedía de los lectores y les aseguraba, irónicamente, que estaba muy satisfecho porque había conseguido que aumentase el tamaño de la letra de los crucigramas.
Sin ironías: sus quejas sirven para mantener la guardia. No importa que ustedes vean repetidos algunos defectos. Es seguro que han disminuido, aunque algunos sigan siendo tan llamativos como dos 'hizar', escritos así, con una terrible hache, en las ediciones del pasado jueves, para contar cómo la bandera española había sido izada en la isla Perejil.
Seguirán viendo defectos, pero el Defensor les anima a que mantengan su actitud de protesta.
No es posible dedicar esta columna, cada semana, a un recuento de los errores formales que se cometen en el periódico, porque acabaría siendo una salmodia insufrible, pero sus quejas se trasladan a las secciones y a los autores del error, y esa labor permanente de advertencia sirve, sin duda, para sostener el propósito de calidad del que no puede abdicar este periódico. Ustedes tienen asegurada la complicidad machacona de esta columna.
El Defensor del lector, con motivo de las vacaciones, interrumpe su columna dominical hasta la última semana de agosto. Los lectores pueden seguir escribiendo, por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es).
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