_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Manzanares

La sequía nos ha hecho ver otra vez a nuestro 'arroyo aprendiz de río', como dijo Quevedo, convertido en algunos tramos en 'un charco ambulante'. Manzanarillos vuelve a estar tan seco como en tiempos clásicos. Los escritores del XVI y XVII encontraron en este 'quiero y no puedo fluvial' un motivo para zaherir a Madrid. Por su cauce ha pasado desde entonces menos agua que literatura.

De no haber sido elegida Madrid como capital de España, el Manzanares habría pasado por un río discreto. Don Luis de Góngora señalaba la desproporción del puente -la Puente Segoviana- que Juan de Herrera había construido sobre ella. El arquitecto se sangró en salud porque conocía bien el río, que se desbordaba a veces, como en la ocasión que describió Vicente Espinel en El escudero Marcos de Obregón. Pero Góngora le decía: 'Duélete de esa puente, Manzanares, mira que por ahí dice la gente que no eres río para media puente y que ella es puente para treinta mares'. Insistía Lope de Vega en lo mismo, haciéndole decir al río: 'Quítenme aquesta puente que me mata, señores regidores de la villa, miren que me ha quebrado una costilla que, aunque me viene grande, me maltrata'.

Los vecinos de Madrid se bañaban en el Manzanares pese a que, como dijo Luis Vélez de Guevara en El diablo cojuelo, 'salían más fregados de arena que limpios de agua'. La tradición literaria de burlarse de esa 'esperanza de río', al decir de Lope, pasó a los siglos posteriores. Ventura de la Vega escribió que el Manzanares 'pide paraguas si llueve'. Fernando VII, que salía a pasear en calesa por su cauce, lo mandaba regar.

Al llegar a Madrid, Teófilo Gautier, viajero francés de la primera mitad del siglo XIX, preguntó por el río, pero no le supieron dar razón. Alejandro Dumas se portó muy bien con él: le ofreció un vaso de agua para remediar su sed. Paul Morand le vio 'chupando guijarros'. Lo más cruel que se escribió de este 'arroyo con mal de piedra' fue el soneto de Góngora que pone en boca del Manzanares estos versos finales: 'Bebióme un asno ayer y hoy me ha meado'.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_