Como Francia y Alemania
Aznar amenaza a Marruecos con represalias por el fracaso de la negociación pesquera'. Así titulaba este diario en abril de 2001 la crónica en la que se rendía cuentas de la ruptura de las negociaciones entre Rabat y la Unión Europea y de las reacciones del presidente del Gobierno español. 'Nadie puede pensar que esto no produzca consecuencias sobre la relación entre Marruecos y España, y entre Marruecos y la Unión Europea', declaró. Desde entonces hasta ahora todo ha ido en la misma dirección, la de la escalada diplomática y verbal y, finalmente, la del incidente militar. Desde octubre del pasado año no hay embajador marroquí en Madrid y desde esta semana misma no hay embajador español en Rabat. Y hay ahora en los lindes entre Marruecos y España, uno de los puntos de paso más frecuentados entre Europa y África y entre el llamado Occidente y el mundo árabe, una concentración de fuerza militar inquietante.
España y Marruecos sólo liquidarán sus propios fantasmas cuando conviertan las relaciones entre ambos en cuestión primordial de su política interior y exterior
Las opiniones públicas respectivas han encendido las antorchas del fervor patriótico, antiespañol en Marruecos, antimarroquí en España. El colonialismo, el militarismo africanista, la arrogancia española, por un lado. Por otro, el tirano alauí, el moro traidor, el expansionismo islamista. Todos los peores estereotipos, unos del repertorio castizo español, otros del nuevo repertorio surgido del choque de civilizaciones, han aflorado en los voluntarios civiles que siempre surgen en las retaguardias cuando suena el clarín. También en las reacciones interiores y exteriores la racionalidad ha sido la de los muelles y trampas armados por la historia durante siglos. No hay que albergar duda alguna: la popularidad interior está siempre del lado de quien tiene la mano ganadora. Ayer, Mohamed VI; hoy, Aznar.
Marruecos y España tienen una relación histórica compleja, de antagonismo y de interdependencia. El Rif está presente -como sujeto pasivo, está claro- en todas las grandes crisis españolas del siglo XX: la Semana Trágica, la dictadura de Primo de Rivera, la Guerra Civil, incluso la desaparición de la dictadura franquista. Es la última zona de expansión de un imperio que naufragaba en todas sus partes constitutivas, incluidas algunas de la propia Península. España, como potencia colonial, fue también protagonista en la formación del actual Reino de Marruecos. En el Rif se ha formado el militarismo español desde mediados del XIX, a costa de las poblaciones autóctonas. Dos ciudades donde tiene vigencia la Constitución española, como son Ceuta y Melilla, son el testimonio vivo y dinámico de una expansión todavía más antigua, la de la época de la unidad dinástica entre Castilla y Aragón.
Son estos dos países como Francia y Alemania, pero con mayor desequilibrio de riqueza (de 12 a 1 actualmente), construidos uno en contra del otro, y también uno con y dentro del otro, y más todavía en la época de la inmigración masiva, de la deslocalización industrial y de los movimientos internacionales de capitales, es decir, de la globalización. Pero con algunas diferencias capitales: el desequilibrio de riqueza (de 12 a 1) y el desequilibrio demográfico que empujan a los habitantes de Marruecos a dirigirse a España por todos los medios posibles; la diferencia cultural que establece en los límites hispano-marroquíes la frontera entre las dos civilizaciones, la occidental y la islámica, supuestamente enfrentadas según las teorías de Samuel Huntington, tan a la moda después del 11-S; y la diferencia de desarrollo de sus sistemas políticos, una democracia parlamentaria en la que rigen las reglas del Estado de derecho y una monarquía medieval y teocrática donde hay fuerzas que intentan con más voluntad que acierto modernizarse y acercarse a los estándares de riqueza y de vida de los países europeos.
Debilidad y fuerza
Marruecos se halla en una posición de debilidad extrema; España, en una situación de fuerza insultante. El primero es un país imprevisible, en el que no se sabe muy bien cómo y quién toma las decisiones. El segundo es un país perfectamente previsible, incluso cuando realiza actos criticables y que se salen de la pauta, en el que no hay dudas sobre quién manda. Es difícil pedir responsabilidad a los gobernantes marroquíes. Es una obligación exigirla a los españoles. Marruecos cometió un acto erróneo al colocar a unos gendarmes en Perejil, pero acertó al elegir para la provocación un territorio minúsculo, deshabitado y con títulos de soberanía nada claros. El Gobierno de España ha contado con todo el apoyo de la comunidad internacional cuando ha declarado que no permitirá situaciones de hecho, pero ha visto cómo le volvían la espalda sus propios vecinos cuando se ha dedicado a matar moscas a cañonazos. Estos dos países sólo liquidarán sus propios fantasmas y sus cuentas con la historia el día en que sean capaces de convertir las relaciones entre ambos en cuestión primordial de su política interior y exterior. Como Francia y Alemania. Y en la dirección opuesta a la flecha que lanzó Aznar hace algo más de un año.
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