Reglas sí
Hay quien dice que el momento elegido por Marruecos, el pasado día 11 de julio, para presentarse en la isla Perejil ha sido 'desafortunado' porque el talante acababa de cambiar en el Ministerio de Asuntos Exteriores de España. Cabe decir que no sólo por eso. El problema entre España y Marruecos no ha surgido por ese mal humor proverbial del presidente José María Aznar que regaña a españoles y marroquíes por igual como la señorita Rothenmeier mareaba a Heidi y Clara. Aznar es como es. Pero el problema es más serio y no se debe a formas españolas sino a fondos marroquíes.
Ahí es donde se equivocan quienes como el líder de Izquierda Unida, un Llamazares en tan impresentable momento tras la intervención española en el peñasco mediterráneo que induce a la piedad, creen que cualquier circunstancia es oportunidad para encontrar aliados contra el Gobierno y quedan en patética evidencia. Sabíamos que había escuela porque Madrazo hace lo mismo. Quienes equiparan, como Xabier Arzalluz el miércoles, la violencia de ETA con la 'violencia del Estado español' pueden fácilmente comparar a este mismo Estado español con un régimen que busca sistemáticamente el conflicto externo para no enfrentarse a su pirámide de miserias internas. Quienes lo hacen pueden creer que hacen daño al adversario político. Puede que incluso lo logren en algún momento. Pero que no pidan después respeto. Todavía hay quien defiende el Pacto Hitler- Stalin como una argucia antifascista del bueno del Kremlin pero no intenten vendernos que la aceptación de la demolición de los puestos fronterizos polacos en septiembre de 1939 fue un acto de libertad o gallardía democrática.
España no tiene ningún problema con aquella penosa y ridícula roca. España tiene serios problemas con un aparato del Estado marroquí que, en su costa norte por supuesto, vive en gran medida del cultivo y la exportación del hachís y del tráfico humano, nutrido por generaciones de marroquíes que saben que no tienen futuro alguno en su país, quebradas ya las esperanzas de unas reformas que concedan una cierta dignidad y sueños de prosperidad a los ciudadanos. De Marruecos llevan años yéndose los mejores. A cualquier sitio. Su única referencia es dejar atrás el Reino. Y los talentos que quedan en la corte son almas en su mayoría compradas.
Aquí sabemos que los problemas que Marruecos nos genera son producto de los problemas que Marruecos tiene. Pero sin un mínimo de lealtad por parte de Rabat, demostrada, nadie puede esperar que asumamos todos los problemas de Marruecos como propios. ¿Ha empezado la crisis ahora o venía encarrillada con la retirada del embajador marroquí y la grotesca venta propagandística a Washington de la detención de células de Al Queda en Ceuta y Melilla? ¿O antes? Nadie lo sabe. Pero lo veremos.
En todo caso, con los enfrentamientos políticos, ideológicos o religiosos que se perfilan desde Oriente Próximo a Malaisia, desde Chechenia al propio Nueva York, sólo pueden ser insensatos o canallas quienes, en Rabat, Madrid u otras capitales próximas juegan con la convivencia de marroquíes y españoles. España ha demostrado en aquella roca inmunda su compromiso con la legalidad. Los límites a este juego de tolerancia con los desafíos a la ley -tan de moda desde el fin de la bipolaridad- son más necesarios que nunca. Los necesitamos en todo el mundo. La cooperación es necesaria. Pero las reglas también. Para todos.
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