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Columna
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De Perejil a Piqué

Probablemente, los afortunados lectores de EL PAÍS apenas se hayan percatado de ello, pero la crisis hispano-marroquí por el islote del Perejil ha desatado -como no podía ser menos- intensos ardores guerreros entre la prensa carpetovetónica que se edita en Madrid. Más patriotas que Daoíz y Velarde, y más soberanistas del Perejil que el propio Gobierno, esos periódicos han cultivado un alarmismo desbocado: 'estamos sentados sobre un polvorín', aseveró Luis María Anson al mismo tiempo que su diario anunciaba el supuesto intento alauí de invadir también las Chafarinas, y ello dos ediciones antes de titular a toda plana: 'Un millón de marroquíes están ya preparados para protagonizar una nueva Marcha Verde'.

Trepando veloces por la escalada verbal -los soldados de Mohamed VI han sido 'invasores', 'agresores', 'el adversario' y, finalmente, 'el enemigo'-, editorialistas y columnistas se pusieron campanudos -'Marruecos debe saber que no se puede jugar con España', 'España, por su dignidad y estatura histórica, merece un respeto'- y recriminaron sin ambages al Ejecutivo de Aznar su aparente debilidad inicial, 'el no haber desalojado de inmediato a los militares que ocupan ilegalmente el islote'; 'si en España tuviéramos lo que ya no tenemos', se condolía el sábado un bizarro y viril articulista, 'les obligaríamos a devolverla como corresponde'. 'Confieso que me siento indignado y avergonzado', escribía el conspicuo académico Carlos Seco Serrano, 'por la inconcebible falta de reflejos del Gobierno español' que no supo replicar 'a la invasión de forma fulminante', y añadía esta significativa coletilla: '¡Menudo ejemplo de 'prudencia' se les ha brindado para que tomen nota los seguidores de Arzalluz!'. Ha sido en este clima caldeado por el 'inexistente' nacionalismo español, y con un ojo puesto tal vez en el País Vasco, como Aznar ordenó el miércoles la 'reconquista' del territorio. ¡Los huesos de Prim y de O'Donnell deben de haberse removido en sus tumbas, mientras algunas plumas recuperan los acentos de la decimonónica guerra de África!

Reacciones viscerales y hazañas bélicas al margen, la actual colisión territorial entre Madrid y Rabat sella y certifica, en mi opinión, el fracaso de Josep Piqué en sus dos años largos al frente de la política exterior española. A él, personalmente, la reestructursción ministerial le ha salvado por los pelos del zafarrancho de estos días, pero es evidente que la responsabilidad política le incumbe por entero; bien fuese por propia iniciativa, o por no haber sabido o querido dulcificar las poco diplomáticas maneras de Aznar con respecto al vecino del sur, el caso es que hoy las relaciones con Marruecos se hallan al borde de la ruptura total, erizadas de fragatas, misiles y helicópteros de combate. Piqué, con una falta de background histórico increíble, creyó que se podía modificar el status de Gibraltar sin que ello pusiera en movimiento otras piezas del ajedrez geoestratégico del Estrecho. El resultado es que la recuperación de Gibraltar sigue siendo harto problemática, mientras que el clima hispano-marroquí está en su peor momento desde 1975, quizá desde la guerra de Ifni.

Y bien, tal es el bagaje con el que Josep Piqué i Camps ha saltado desde el avispero de Exteriores hasta el plácido remanso de Ciencia y Tecnología, al tiempo que prepara su inminente desembarco en la política catalana. Durante el calentamiento mediático previo a dicha operación -esto es, en las entrevistas y declaraciones que ha prodigado durante los últimos días-, el ministro ha transmitido sobre todo un mensaje, el de que viene a corregir 'una anomalía': 'No es bueno que el PP, la fuerza política que gobierna España, sea un partido que no forme parte en Cataluña de la centralidad política. Estoy dispuesto a luchar para que esta situación cambie'. El diagnóstico es exacto pero, puesto que el de Vilanova no dice ni palabra sobre las causas del mal que aqueja a su partido, me permitiré apuntar algunas hipótesis.

La más sólida quedó bien plasmada en el titular de El Periódico del pasado día 11: 'Piqué liderará el PPC desde su despacho del ministerio'. ¿Sabe Piqué que nunca, en ningún periodo democrático, una fuerza política que fuese central en Cataluña ha sido dirigida desde un despacho ministerial madrileño? ¿Es consciente de que -por no remontarnos más atrás- el relevo de Fernández Díaz (don Jorge) por Vidal-Quadras, el de Vidal-Quadras por Fernández Díaz (don Alberto) y, muy pronto, el de éste por el propio Piqué se han producido siempre por obra y gracia de Madrid, sin asomo de iniciativa local, de modo que la misma entronización del nuevo líder viene a perpetuar la imagen de subordinación y dependencia que el PP catalán arrastra? A esto, hace dos décadas, se le llamaba sucursalismo; hoy, basta llamarlo comportamiento político provinciano. Pero sucede que Cataluña no es una provincia -no es, por ejemplo, esa Asturias en cuyo PP Álvarez-Cascos hace y deshace a discreción- y que aquel comportamiento sumiso y teledirigido repugna no a unos cuantos abertzales, sino a la gran mayoría del electorado catalán, nacionalista o no. He aquí una buena clave para entender la 'anomalía' del PP.

Lo expresaré de otro modo: cuando, la pasada semana, el presidente Aznar quiso engarzar en su gabinete una pieza de veras novedosa que fuese, a la vez, un potente gesto de complicidad con la franja central de la sociedad catalana, ¿a quién ofreció la cartera de Asuntos Exteriores, desalojada por Piqué? ¿Al abnegado Alberto Fernández? ¿A los Lacalle, García-Valdecasas, Sánchez-Camacho, Dolors Nadal...? No, la ofreció a Miquel Roca i Junyent. Pues a eso me refiero.

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