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Columna
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Ardor guerrero

Acababa yo de hacer un chiste -muy facilón, lo reconozco- sobre Perejil y las guerras de Gila cuando mi buen amigo Juanjo Téllez -del que desconocía su afición por las efemérides- me cuenta que los marroquíes invadieron el peñón de la discordia cuando se cumplía, justamente, el primer aniversario de la muerte de Miguel Gila. ¿Será coincidencia o formará parte de la guerra psicológica del astuto alauita?

Me encuentro con Téllez en Cádiz. Está preparando el petate para tratar de entrar en Perejil. Ya se sabe que uno de los secretos del buen enviado especial está en la preparación del viaje. Hay algunos que lo tienen bien organizado. Un amigo muy llorado, Juan G. Yuste, que fue fundador de este periódico, había alcanzado al final de su vida el virtuosismo en las tareas logísticas que preceden a un largo desplazamiento. Juan llamaba a su casa y le decía a la asistenta: 'Me voy'. La asistenta ya sabía qué tenía que hacer, pero antes de comenzar a llenar la maleta trataba de despejar una incógnita: '¿El señor va a una guerra de invierno o a una guerra de verano?'.

Téllez lo tiene fácil, porque Perejil le queda muy cerquita de su casa. Hombre con sentido del ridículo, no me lo imagino calzándose uno de esos chalecos con muchos bolsillos que acostumbran a llevar los novatos o esos que confunden el periodismo con el París-Dakar. Pero incluso los periodistas con sentido del ridículo terminan confesando en ocasiones como ésta: 'No sé qué ponerme'.

Apostamos por algo clásico, que haga juego con el espíritu de la zona y con las fuerzas que ocupan ahora el islote, pero a la vez sencillo: un buen tatuaje. Pero nos planteamos nuevas dudas. ¿Qué es lo correcto en un momento así? ¿Una austera leyenda del tipo de 'amor de madre'? ¿Algo piadoso y un pelín sado-maso, como un crucificado de tamaño casi natural? ¿O quizá sería más oportuno un primoroso retrato de mujer, pero no de una mujer cualquiera, sino de una mujer-mujer: Ana Botella, por ejemplo?

Dejo a Téllez. Él se va camino del Estrecho y, quizá, del tatuador. En la playa de la Caleta, al abrigo del levante, los bañistas contemplan los barcos que se mueven en las cercanías de la base de Rota. La crisis de Perejil despierta el interés por lo que hasta hace poco eran simples elementos del paisaje.

Hace unas horas, un puñado de boinas verdes ha entrado en la islita. Ha sido una operación casi rutinaria, como un desahucio. Hemos asumido de tal modo la idea de que somos unos chapuceros que nos sorprende aún que estas cosas nos salgan bien, que no acaben en un desastre. Quizá es que no somos tan desastrosos como pensamos. Al fin y al cabo, si somos capaces de hacer funcionar cosas mucho más complejas -como, por ejemplo, el sistema público de salud- por qué deberíamos de ser incapaces de tomar un islote.

Vuelvo a casa. Embotellamiento en Manilva. Aún no se ha abierto lo que el inolvidable Josep Borrell calificó de 'autopista para ricos'. El coche de un grupo de inmigrantes marroquíes sufre un calentón. No se percibe ningún mal ambiente: hay sonrisas y buen rollo. Unos españoles se paran para ayudar. La radio abre el boletín con los muertos en accidente de carretera. Perejil, felizmente, ocupa ya un segundo lugar.

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