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Columna
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El efecto Perejil

-¡Intolerable! ¡Vergonzoso! ¡Pero si la isla es marroquí!

-¡Así se hace! ¡Malditos moros! ¡Viva España!

-¡Una barbaridad! ¡Qué país cuartelero! ¡Debería daros vergüenza!

-¡Bien hecho! Y después de esto, ¡a por Gibraltar! ¡Malditos ingleses!

-¿Pero es que Aznar se ha vuelto loco?

-¡Perejil española, Perejil española!

-Esto va a desencadenar una guerra, qué espanto.

-¡Viva la Legión!

Salí a las calles de Madrid con un magnetófono en la mano, para recoger las impresiones del pueblo sobre el desembarco de Perejil. ¿No es así como se hace en el periodismo actual? ¿No lo hacen las televisiones todo el tiempo? Primero viene la noticia y luego la valoración popular de esa noticia, lo que piensa el tendero, la vendedora del quiosco, el taxista, la enfermera, el panadero. Todo el mundo tiene algo que decir sobre lo que afecta a todos, y las opiniones sobre la isla que nadie conocía hace una semana hervían en las calles de la capital como huevos duros en una cazuela de estaño, y, de hecho, a algunas de esas opiniones, por radicales o apocalípticas, se les rompía la cáscara y se les derramaba la yema. El efecto Perejil, en cualquier caso, llegó a la ciudad con su marea negra. Algunas personas fueron a las agencias de viajes para anular sus vacaciones en Marruecos, cualquiera se va ahora a Fez, Casablanca, Tánger o Marraquech con una mochila en la espalda y cara de español, decían. Otros se metieron en un restaurante árabe para expresar su protesta por la acción militar. Otros apelaban al pasaporte, la ironía o el escepticismo.

-Te lo digo yo -aseguraba un señor en una farmacia-: esto se lo ha comprado Aznar al rey Mohamed. Ahí tiene su guerra, está hecho un George Bush y sueña con un estallido de patriotismo: toda España agarrada a la bandera que han puesto los legionarios en la isla de Perejil.

-Para nada -le contestó una cliente-, lo que pasa es que, por primera vez en mucho tiempo, un Gobierno democrático de este país reacciona con valentía y sin complejos, tiene la mano firme y sabe defender nuestro territorio.

Perejil o Leila, como la llaman en Marruecos. Es curioso cómo la actualidad es capaz de modificar el tamaño y la distancia de las cosas. De pronto, Perejil parece tan español, tan Cádiz o tan Bilbao, y como consecuencia parece también tan nítido, tan fácil de situar, de describir. ¿Qué es Perejil? No sabemos qué es ni para qué vale, sólo que es nuestro. La isla de Perejil, tan pequeña, de pronto lo ocupa todo, quizá porque debajo de ella hay muchas cosas. Algunas de esas cosas son dañinas y ayer, en las calles de Madrid, salieron a la superficie. Resumiendo, diremos que eran de ese tipo de cosas que demuestran que España y Marruecos son dos países separados por su cercanía. Vistas desde un avión, todas las fronteras se parecen a una cicatriz.

La orden de reconquistar Perejil salió de Madrid, y esa orden hace que cuando miras la ciudad la veas de otra forma: ves ministerios que parecen otra cosa, banderas que parecen otra cosa; ves el cielo y la tierra de donde salen, al menos metafóricamente, los tanques, los buques de guerra y los helicópteros. ¿Para qué servirá eso? Puede servir para dos cosas: para acercar las autonomías a Madrid o para alejarnos de todos, según quién lo mire y para qué.

-¿Hasta qué edad te pueden llamar a filas?

-¿Tú crees que habría que ir comprando latas de conserva y cajas de leche? ¿Almacenamos víveres? ¿Construimos un refugio antiaéreo?

-Deberían expulsar a todos los árabes del país, derribar las mezquitas, cerrar Ceuta y Melilla a cal y canto.

-¿Cuál es la condena por desertar?

-Yo creo que la OTAN va a atacar toda África.

Salí a las calles de Madrid y las encontré llenas de opiniones y, sobre todo, de preguntas. Hay dos tipos de preguntas, las que se hacen porque se quiere saber algo y las que se hacen porque se tiene miedo. Ayer, en Madrid, las había de las dos clases. Espero que haya quedado claro el desconcierto.

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