Cuestionario
Me atrapó el dilema: ¿Cómo no escribir de la súbita dimisión de Zaplana de su cargo de presidente de la Generalitat Valenciana en una columna condenada a la Política (en mayúscula), y cómo no caer en los tópicos arrojados a modo de alivio con que se han adornado tantas plumas de la cosa? ¿Insistir en que el presidente estaba obligado a cumplir con el compromiso -¿tácito o expreso?- de permanecer hasta el final de su contrato con los -¿o sus?- electores? ¿Argumentar en su descargo que el compromiso que le ataba a nuestra Generalitat no debe entenderse de modo esencialista sino como servicio público susceptible de mutación hacia responsabilidades de más rango? Vamos a ver: ¿En qué condiciones un presidente de la Generalitat puede defender sin sonrojo su dimisión?
1) ¿Cuando le esperan los tribunales de justicia en la puerta de caballos del Palau? Puede que sí, pero no es el caso.
2) ¿Cuándo el médico le diagnostica una severa dolencia que le impide rendir como a él le gustaría? No, el presidente goza de buena salud; incluso de excelente salud, tanta que en el caso se va a partirse la cara con los sindicatos de trabajadores y la patronal.
3) ¿Cuando una crisis de tomo y lomo en el Estado le convierte en pieza irremplazable en la solución de la crisis? ¿Es decir, cuando nuestro presidente se convierta súbitamente en la providencia? Pues, no, parece que no, porque a juzgar por la frescura con que Aznar ha presentado novedades en el debate del estado de la nación, se basta y se sobra para llevar el carro y para poner al carretero que le suceda, si es que hay sucesión de verdad.
4) ¿Porque para algo muy concreto a hacer en Madrid no hay nadie mejor que nuestro presidente, y para sustituirle aquí no hay problema, ni dudas, ni amenaza de costes políticos sobrevenidos? Lo primero es más que dudoso, y lo segundo... pues lo segundo, veamos, para un partido que calcula tanto los gestos para agradar a su mayoría y para defender hasta lo indecible incluso los efectos más ásperos de su programa máximo puede que sea el resultado de una meditada jugada que hace justicia a la sentencia del conde de Olivares (nosotros, más muelles) y, a la vez, se ampara en el inveterado comportamiento político del día a día que muestra a una gran mayoría de los valencianos como cosmopolitas, generosos incluso a costa de sus intereses, dóciles con el centralismo, colaboradores sin tacha de la España eterna ('Per a ofrenar...') y satisfechos de no ser como otros, empeñados en un victimismo antiestético, antiguo, gazmoño y reaccionario...
y 5) Quedaría un supuesto a todas luces indecente: ¿Huyó el presidente hacia otra guerra porque no habrá titán que pueda lucirse ni lidiar con el déficit que dejan sus ocho años de gobierno en la Generalitat? No, demasiado elemental para que no estallara en la cabeza de su partido.
Pues bien, sean cuales sean las respuestas al cuestionario, el presidente se fue. Su antecesor se fue en el 95 por el veredicto de las urnas. Esperó al receso que hubo entre debate de investidura y votación para pasar de presidente a ministro, sin tener que hacerlo de ex presidente. Ni siquiera esperó al nuevo en el Palau. El presidente actual se fue sin previo aviso, sin acabar el mandato, y al mismo lugar. Lo que decía, meditemos si acaso Madrid no será la unidad de destino en lo universal de buena parte de los valencianos. Eso lo explicaría todo.
Vicent.franch@eresmas.net
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