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Luis Mateo Díez reivindica la ficción para recuperar el pasado

Luis Mateo Díez (Villalbino, 1942) contó ayer cómo el vértigo del tiempo le ha llevado a estar habitando un presente que no existe 'porque está tremendamente invadido por el futuro', y a ser consciente de que 'no hay agarraderas al pasado'. Un pasado que 'sólo a través de la ficción se puede recuperar', aseguró el escritor que participó en el ciclo Diálogos Literarios, junto con el también escritor Antonio Prieto, en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense.

'Por edad, por conciencia y por moral personal', Mateo Díez confesó vivir con una gran zozobra interior: 'La de haber vivido en un tiempo que termina sin revisión, la de haber vivido la infancia en la Edad Media y los 60 años en plena revolución tecnológica'.

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Su intención al escribir la trilogía de Celama fue la de indagar en la historia del final de una cultura. A esta trilogía pertenece su última novela El oscurecer (2002), tras El espíritu del páramo (1996) y La ruina del cielo (1999). De ella le encantaría que se dijera que es un 'poema sinfónico: la primera parte una obertura; la segunda, una sinfonía, y, la tercera, un solo sostenido'.

Espacio y metáfora

Mateo Díez contó que llegó a Celama a través de la necesidad de crear un espacio físico que contiene una metáfora: la del fin de siglo, el crepúsculo de las culturas rurales y unos modos de vida que todavía se sostienen en algunos lugares. Pero detrás de eso hay algo más: la desaparición. 'Una desaparición que ha nutrido casi toda la obra, no tomada como una vicisitud de nostalgia de lo que se pierde, pero sí de la posibilidad de dar cuenta narrativamente de cómo determinadas cosas mueren', confesó.

Sobre El oscurecer dijo que había intentado hacer la historia de un viejo 'enfrentado al oscurecer de su propia existencia'. Pero también sobre lo que 'la memoria tiene de destructivo cuando nos enfrenta con ilusiones irreales o cuando se pierde, que es un poco la previsión de la muerte'. Esta novela cuenta el encuentro en un apeadero ferroviario entre un viejo extraviado que intenta volver a Celama desde la ciudad donde vive con sus hijos y un adolescente que huye de este lugar. 'Un contraste de la edad: la conciencia del tiempo', dijo. Y confesó que una de sus obsesiones es cómo cuando uno se hace viejo le empiezan a perseguir 'los fantasmas de la vida'.

También contó que la ficción siempre ha sido un espejo de la existencia. 'El espejo ha ido variando, se ha hecho más metafórico, más simbólico, pero las grandes novelas siempre contienen un patrimonio de la parte más misteriosa de la vida', dijo. Aún así, Mateo Díez aseguró que corren tiempos en los que 'hay un cierto descrédito de la ficción novelesca, porque vivimos en un mundo de ficciones degradadas'. Y señaló que esta ficción es siempre una conquista de lo ajeno: 'El gran novelista suele tener un yo muy pequeño. El gran yo es siempre de los poetas, y cuando al novelista le crece el yo más de lo debido le sale un ego que da grima'.

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