_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Animalia

Rosa Montero

Hace unos días vi un documental fascinante en la 2 sobre los pumas. Resulta que son unas criaturas solitarias; viven siempre aislados salvo en la época del celo, momento en el que machos y hembras se unen formando parejas que duran alrededor de una semana. Durante ese tiempo duermen y cazan juntos y se aparean entre cincuenta y sesenta veces al día; pero después de esa semana gloriosa, de esa primavera feliz y fulgurante que debe de parecerles eterna mientras dura, cada cual se marcha por su lado. Ella, al trabajoso destino de parir y cuidar de las crías; él, a seguir pavoneándose por los montes (el puma del reportaje era un gatazo guapísimo que debía de embelesarlas a todas).

Claro que no todos los animales son iguales. Gracias a Konrad Lorenz, el padre de la etología, sabemos que los patos son unos seres cariñositos y monógamos. Forman parejas estables que duran toda la vida e incluso hay 'matrimonios pato' que se hacen castamente cargo de las hermanas de la esposa, hasta que éstas a su vez encuentran marido. O sea, que poseen una propensión innata a formar familiones. Son tan fieles los patos, tan profundos y perseverantes en su afecto, que resultan conmovedores y envidiables. Pero lo malo es que también resulta envidiable, por otro lado, la vertiginosa intensidad del puma. La explosión de sensualidad felina frente a la placidez oronda de los palmípedos.

Se me ocurre que muchos de los problemas que la cuestión amorosa provoca en el ser humano se deben a esto. A que hay personas que son pumas pero quisieran ser patos, y viceversa. O aún peor: a que muchos individuos no terminan de decidirse entre una cosa y otra, porque somos una especie que lo quiere todo. Isahia Berlin dice que los escritores se pueden dividir entre erizos y zorros; los primeros se hacen una rosca y siempre le dan vueltas al mismo tema, mientras que las raposas son bichos itinerantes que avanzan sin parar por asuntos distintos. Si se mira bien, tal vez en el fondo todo se reduzca a la misma cuestión: a un conflicto esencial en el ser humano entre el nomadismo y el sedentarismo, entre el descubrimiento y la construcción, entre quedarse e irse. Entre arder en el presente o vivir a la espera de que el futuro llegue.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_