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EXAMEN A LA GESTIÓN DEL GOBIERNO
Columna
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Vendiendo futuros

En los carteles figuraba un debate de política general en torno al estado de la nación. El Gobierno había remitido a la Cámara una comunicación mediante la que solicitaba la celebración de una sesión extraordinaria del pleno del Congreso y el pasado 25 de junio se acordó fijarla para el día de ayer. Se decía que las fiestas se conocen por sus vísperas, pero en nuestros días las solemnidades se conocen por la acumulación de escoltas y de conductores oficiales. Los escaños estaban al completo para cumplir con la hipocresía denunciada por Anson y la tribuna de prensa rebosaba de periodistas y de asesores ministeriales varios. A las doce en punto se abría la sesión. El presidente Aznar subía a la tribuna de oradores y empezaba la lectura monocorde y desanimada de un texto de 21 folios.

Por su boca iba saliendo una retahíla de datos escogidos, afirmaciones voluntaristas, propuestas programáticas y futuros indefinidos, escuchados en silencio sin interrupción alguna después de la inicial referencia a la crisis sobrevenida en las relaciones con Marruecos a propósito del islote Perejil, mención recibida con los aplausos de rigor. Había expectación adicional porque la sesión era de estreno. Ocupaban por primera vez el banco azul los nuevos ministros incorporados al gabinete y había curiosidad por averiguar dónde se situarían los salientes que continúan revestidos de la condición de diputados. Justo en la fila detrás del Gobierno tenían acomodo los anteriores titulares de Administraciones Públicas, Jesús Posada, y de Trabajo, Juan Carlos Aparicio, mientras que la saliente de Sanidad, Celia Villalobos, había sido desplazada a unas alturas mucho más inclementes.

Los exministros citados iban ataviados con ternos discretos y parecían seguir las pautas de comportamiento de la bancada donde tenían su asiento mientras que su antigua compañera, que había elegido para la ocasión un llamativo atuendo en rojo hiriente, ofrecía la viva imagen del escepticismo y escuchaba con ojos críticos a quien fuera su líder. Se imponía aclarar estas actitudes tan diferenciadas mediante la oportuna consulta a uno de los últimos viajeros llegados de Moncloa. Contaba el colega bien informado que la última remodelación del Gobierno había tenido aristas desagradables. Precisaba que la señora Villalobos en aquella última visita intentaba a toda costa dejar en claro el acertado cumplimiento de sus tareas e insistía en la incoherencia de su destitución. También Rodrigo Rato, que hasta hace meses era un supuesto aspirante a la cartera de Exteriores, había decidido permanecer en la vicepresidencia económica o cesar.

Así que, con un eclipse a fecha fija en marzo de 2004, parecerían configurarse dos núcleos. De un lado, los destinatarios de las mayores complacencias aznaríes encabezados por Jaime Mayor y seguidos por Javier Arenas, Cristóbal Montoro, Ana Palacio y demás afines asimilables. De otro, los que como Rodrigo Rato o Francisco Álvarez-Cascos aducen tener fuerza propia en el seno del PP. Con ellos se alinearían Federico Trillo y otros de procedencia fraguista temerosos de que serían declarados a extinguir si los primeros se hicieran con la sucesión, sobre todo si se produjera mediante el dedazo que sus voces y sus votos pudieran condicionarla en modo alguno. Este segundo núcleo sabe que Rato desciende en las encuestas, pero llegado el caso habilitaría como candidato a un Alberto Ruiz Gallardón que añadiría el atractivo de la novedad, frente a un Jaime Mayor Oreja impregnado de continuismos desmotivadores.

Concluía Aznar, se abría una pausa hasta las cuatro de la tarde para que los portavoces de los grupos preparasen sus réplicas. Empezaba el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, que hacía pieza separada de su apoyo al Gobierno en la crisis con Marruecos y en la defensa de la Constitución y el Estatuto en el País Vasco. A partir de ahí desgranaba sus objeciones y concluía advirtiendo a Aznar de que se abstuviera de sus intentos por vender un futuro que no tenía. Lo demás eran invocaciones inútiles al pasado para ennegrecerlo o embellecerlo según la fecha elegida. Un regreso al y tú más con macedonia de cifras de imposible seguimiento. Por eso urge implantar las nuevas tecnologías y que los oradores puedan proyectar los datos y los gráficos en estas ocasiones. Eso sí, Gobierno y alternativa andaban proclamando haber ganado el debate. Y el futuro, ¿quién lo venderá mejor?

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