Babuinos sin niebla
'Me incorporé a la manada de babuinos a los 21 años'. Ese comienzo delata al excelente ejemplo de narrador-divulgador científico, flor propia del mundo anglosajón, que es Sapolsky, autor no en vano elogiado por un Oliver Sacks. Las memorias del África particular de Sapolsky constituyen una peripecia hilarante y a la vez irreprochable desde el punto de vista de la zoología. Se trata, pues, de un nuevo eslabón en la larga cadena que británicos y estadounidenses -crecidos en una tradición muy rodada que a la par respeta la ciencia y el humor- han ido llenando de hitos como Gerald Durrell (Mi familia y otros animales), Nigel Barley (El antropólogo inocente) o los libros del propio Sacks.
MEMORIAS DE UN PRIMATE
Robert M. Sapolsky. Traducción de Josefina Ruiz Hernández Mondadori. Barcelona, 2002 408 páginas. 19,23 euros
Sapolsky se pinta a sí mismo, a finales de los setenta, armado de cerbatana y anestésicos e imbuido de la magna tarea de comprobar las constantes fisiológicas y el posible estrés de un sinfín de babuinos kenyatas, a los que previamente ha bautizado ante el lector con nombres del Antiguo Testamento. Y se pinta metido en todos los fregados en que puede encontrarse un blanco en tierra de guerreros masai o en la durísima jungla asfaltada de Nairobi. Espécimen universitario, versado en primates, pertrechado de swahili más que elemental, el joven Sapolsky capta pronto que todo ese currículo de poco le vale sobre el terreno.
Como narrador y como personaje, escoge un acertado punto de vista: el del perplejo. Y saca fuerzas de flaqueza para enfrentarse a todo lo que se le viene encima: el interminable intercambio de saludos del África rural y los consiguientes equívocos que la vida social o sexual de babuinos y personas trenza en derredor. Sapolsky logra que cada protagonista se fije indeleblemente en la retina del lector, y el truco de su prosa consiste en escanciar detalles siempre pertinentes apoyados en comentarios políticamente poco correctos. Pero un científico debe atenerse a la verdad, y si la babuina Betsabé es 'elegante y sobria como Ingrid Bergman', ¿cómo va a silenciarse ese hecho?
Discrepa Sapolsky de la mala prensa de las hienas, no así de la de los militares. Nunca pretende descubrir mediterráneos ni kilimanjaros, y aunque no se desvía de su propósito de contar una odisea cariñosa, sin escatimar las vomitonas del mejor amigo primate o situaciones bastante más adversas para la ciencia, Sapolsky relata el paisaje humano y político con que topa. Un paisaje poblado de miseria y violencia, y de corrupción tan 'natural' como el aire que se respira, pero también de esos momentos bienhumorados con que África siempre engancha.
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