Un número equivocado, supongo
Ahora que han pasado años me atrevo a contarlo. Regresábamos del entierro de mi madre, un viaje largo, con niños y con el mal sabor de boca de una agria discusión familiar. Después de meter el coche en el garaje, sin deshacer el equipaje, hice lo que siempre hacía cuando volvía de casa, llamar para decir que habíamos llegado bien, sin darme cuenta de que aquella casa estaba ahora vacía.
-Mamá... -dije, y me contestó una voz de mujer que me pareció cálida:
-Sí, dime, hijo.
Caí inmediatamente en la cuenta y colgué. Supongo que me equivoqué de número.
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