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Tribuna:ANTE LAS PRÓXIMAS ELECCIONES
Tribuna
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Ser progresista en Madrid

El autor mantiene que hay que trabajar por la calidad de la democracia, la primacía del interés general, la cohesión social y la promoción de los valores constitucionales.

Lamentablemente, nuestra Comunidad Autónoma no es un modelo de calidad democrática. En primer lugar, nuestra Asamblea está mortecina, la mayoría absoluta conservadora no sólo ha renunciado al diálogo con la oposición, sino que ha certificado -piénsese en la aprobación de la Ley de Urbanismo- su sumisión al Gobierno de Ruiz-Gallardón, olvidando que es la Asamblea la depositaria de la legitimidad popular. Hace falta reactivar nuestra vida democrática, acercando los parlamentarios a los ciudadanos, favoreciendo una cierta comarcalización de la actividad parlamentaria, renunciando a aquellas medidas que puedan interpretarse como privilegios de nuestros representantes políticos y potenciando los mecanismos de control al Gobierno, por ejemplo, mediante un Pleno de Rendición de Cuentas al final de cada mandato. Eso sí es progresismo.

'El grave deterioro de la educación pública da fe del falso progresismo de Ruiz-Gallardón'

En segundo lugar, en pocos lugares como en nuestra Comunidad existe una colusión tan evidente entre intereses privados e intereses públicos. Piénsese, por ejemplo, en las operaciones Real Madrid y Chamartín, o en otro orden de cosas, en el lamentable espectáculo ofrecido por empresarios madrileños y políticos del Partido Popular -alineados en dos bandos encabezados, respectivamente, por Rato y Ruiz-Gallardón- en la última elección a la presidencia de la Cámara de Comercio. Bien está que Ruiz-Gallardón haya querido demostrar que es él el que hace a Fernández Tapias presidente de dicha Cámara y no al revés (como algunos maledicentes afirman), pero ello no justifica la inaceptable interferencia del poder político en una institución representativa de la sociedad civil. Asumir que los empresarios deben jugar un papel importante en el desarrollo y en el progreso de nuestra región es algo que muchos socialistas tenemos claro; pero aceptar que sean los grupos empresariales los que dicten las políticas públicas en materia urbanística, educativa, sanitaria o industrial es algo muy diferente que no podemos aceptar. Deseamos empresarios dinámicos e innovadores y entendemos necesario crear espacios que les permitan llevar a cabo esa tarea. Y por ello nos parece imprescindible invertir en capital humano y potenciar las políticas de investigación y desarrollo que preparen a nuestras nuevas generaciones para el futuro. Eso sí es progresismo.

Uno de los mentores ideológicos de la derecha española, Gonzalo Fernández de la Mora, al tiempo que proclamaba el crepúsculo de las ideologías, resumía la suya en la expresión 'Estado de obras'. ¡Qué presente está esa ideología en la práctica de los gobiernos conservadores, nacional y autonómicos! Las obras públicas son necesarias, siempre que no persigan beneficiar a determinados grupos privados, no endeuden gravemente a la Comunidad, ni tengan consecuencias medioambientales inaceptables, pero no son suficientes si no van acompañadas de otras políticas sociales que hagan de la noción de sostenibilidad un elemento nuclear y permitan avanzar en la vertebración y cohesión social de todas las zonas de nuestra Comunidad. En este sentido, el metrosur constituye un caso paradigmático: el sur hoy está más cerca y debemos congratularnos por ello, pero sociológicamente sigue estando muy distante del centro y del norte, y el PP no va a remediarlo. Piénsese, por ejemplo, en la indiferencia manifestada por la Consejería de Sanidad ante la reivindicación popular de construir el hospital de Parla. De hecho, Madrid, a pesar de los avances logrados durante los gobiernos de Leguina, es hoy una de las regiones de mayor segregación social y territorial de la Unión Europea, siendo previsible la consolidación en el futuro de esa tendencia y de la fractura entre norte y oeste y sur y este por mor de la política urbanística actual impulsada por Ruiz-Gallardón.

Esa falta de cohesión se manifiesta también en materia generacional y en la ausencia de una política coherente hacia la inmigración. Por un lado, los jóvenes se ven obligados a huir de Madrid-ciudad, y en ocasiones, hasta de la propia Comunidad, en busca de una vivienda asequible, al tiempo que carecen de espacios para el ocio; y por otro, la tercera edad -nuestros mayores- constituyen uno de los colectivos menos apoyados por el Gobierno conservador del PP; las listas de espera para las residencias, el reducido número de trabajadores sociales (el más bajo de la Unión Europea) o la falta de atención domiciliaria son tres baldones que lastran la gestión de este Gobierno. Por último, la educación ha dejado de cumplir una función de integración social y política, para cumplir tan sólo y deficientemente el papel de transmisor de conocimientos. El alto grado de fracaso escolar, el grave deterioro de la educación pública, consecuencia de la apuesta del PP por la educación concertada, evidencian el falso progresismo de Ruiz-Gallardón. La educación debe servir para convertir a los individuos en ciudadanos, para transmitir los valores constitucionales y la virtud cívica, para integrar a los diferentes, para garantizar la igualdad de oportunidades... Eso sí es progresismo.

Se puede y se debe ser progresista en Madrid; se debe trabajar por la calidad de nuestra democracia, por la primacía del interés general, por la sostenibilidad, la innovación, la cohesión social y la promoción de los valores constitucionales. Pero debe quedar claro que la primera obligación de los progresistas es poner en evidencia el falso progresismo de Ruiz-Gallardón por simpáticas que nos parezcan sus diferencias -más aparentes que reales- con Aznar. La segunda obligación es articular una alternativa que permita ganar las elecciones para alcanzar objetivos como los antes apuntados. Mi impresión al respecto es que los sectores progresistas madrileños -militantes de partidos políticos de izquierda, de organizaciones sindicales, de organizaciones no gubernamentales, profesionales...- debemos buscar nuevos espacios de trabajo conjunto que favorezcan la construcción de esa alternativa. Creo igualmente que el partido socialista debe ser el referente básico de ese proyecto, pero no me duelen prendas en asumir que éste quedará cojo si los socialistas no somos capaces de convencer a la sociedad madrileña de la sinceridad y generosidad de nuestra invitación a trabajar conjuntamente para el triunfo en Madrid de las ideas de progreso, libertad, igualdad y solidaridad.

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Jesús González Amuchástegui es profesor de Filosofía del Derecho y militante de la Federación Socialista Madrileña.

¿Se puede ser más progre que Ruiz-Gallardón? Es sabido que el Partido Popular suple su carencia de ideología y de principios políticos con máximas (en ocasiones, tomadas de los socialistas) que vacía de contenido y utiliza posteriormente como arma arrojadiza contra sus verdaderos defensores. El último ejemplo lo encontramos en la espuria utilización del concepto 'patriotismo constitucional' por señalados patriotas preconstitucionales. Pero creo sinceramente que es positivo que la derecha española diga asumir como propios los valores constitucionales, e incluso no debemos dar mayor importancia a que nos quieran dar lecciones en esa materia. En este mismo sentido, debemos congratularnos de que el presidente del Gobierno conservador de nuestra Comunidad asuma como propia una estética izquierdista, y renuncie al casticismo rancio y trasnochado de su compañero de filas Álvarez del Manzano. El problema es que las opciones progresistas de Ruiz-Gallardón son meramente estéticas, y no van acompañadas de medidas eficaces que contribuyan a resolver algunos de los graves problemas que aquejan a los madrileños. Recuerdo, por ejemplo, la simpatía con la que muchos ciudadanos escuchamos su discurso del Dos de Mayo del pasado año reivindicando esa fecha como un momento en el que los españoles debemos celebrar fundamentalmente la recuperación de la soberanía popular; sin embargo, esa simpatía se torna en decepción cuando constatamos su pacata concepción de esa soberanía popular: ésta, además de conmemorarla anualmente, debe ser ejercida día a día: hay que gobernar para los ciudadanos y con los ciudadanos.

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