Las razones de una controversia
La autora cuestiona los criterios con los que Bruselas impulsa la reforma pesquera y destaca la importancia del sector, especialmente para los países del sur.
'No puede haber pesca sin peces', comentaba la comisaria europea de Medio Ambiente hace unos días en estas mismas páginas. Esta afirmación, que ella misma calificaba de Perogrullo, le servía a continuación para sustentar la necesidad, urgente y perentoria, de reformar la Política Común de Pesca desde un único punto de vista: el de la sostenibilidad de los recursos.
Desde siempre he aprendido a desconfiar de las afirmaciones simplistas. Porque no puede ser tan cateta la comisaria como para olvidar la segunda parte del aserto: '... ni sin pescadores'. Y ésa es la que a mí, como socialista, más me preocupa, porque en su olvido subyace el profundo maniqueísmo de esta reforma.
No porque no estemos de acuerdo con la necesidad de frenar el agotamiento de determinadas especies que, como el bacalao, necesitan medidas urgentes de recuperación. Sino porque no lo estamos con achacar su escasez a una sobrepesca que en este caso hace más de diez años que no se practica.
Sabemos muy poco de los mares, de los peces, de sus hábitats y comportamientos reproductivos o alimenticios. La Comisión Europea ha contribuido a este desconocimiento al desoír las voces de los pescadores para escuchar únicamente las de los científicos, aplicando, en ausencia de datos reales, el denominado 'principio de precaución'. Ello ha contribuido a distanciar entre sí a dos estamentos condenados a entenderse, y a ambos del poder político, puesto que en el proceso de toma de decisiones ni científicos ni pescadores se han sentido representados.
Dice la comisaria, y el señor Fischler lo corrobora, que nada se ha hecho desde Europa para evitar la destrucción sistemática de los recursos haliéuticos. Y yo pregunto: ¿es destruyendo barcos, destruyendo empleo, como se va a lograr su recuperación? Se nos proponen medidas de apoyo socioeconómico, pero no todo se soluciona con dinero. ¿No hay otro tipo de actuaciones que permitan que no se pierdan un modo de vida, una cultura y un saber hacer ligados a la pesca desde los tiempos más lejanos? Las medidas de control tanto tiempo demandadas, los planes de recuperación de los que el sector debería ser protagonista y garante, la asunción de responsabilidades por parte de la Comisión en lo referente a tareas de inspección y control y armonización de sanciones en todo el territorio comunitario, las actuaciones destinadas a erradicar el grave problema de los descartes o el aún más grave de la pesca ilegal...
La comisaria afirma que la solución estriba en que desaparezcan las ayudas europeas a la construcción de barcos mejores y más eficientes. ¿Quiere esto decir que los barcos más vetustos dejarán de salir a la mar con su equipaje humano, o simplemente que seguirán pescando, cada vez más viejos, poniendo en peligro las vidas de los tripulantes que van a bordo? ¿O tal vez que aquellos armadores y aquellos Estados miembros que no necesiten de las ayudas públicas podrán seguir construyendo enormes barcos factoría y arrasando indiscriminadamente con todo lo que se mueva?
Tiene razón la señora Wallstrom cuando denuncia las capturas accesorias de mamíferos y aves marinas por el uso de determinadas artes de pesca. Pero éste no parece, en tiempos de tanta tecnología, un problema irresoluble. De hecho, las organizaciones ecologistas han planteado ya al sector alternativas razonables que reducirían al mínimo esas capturas no deseadas.
Pero no sabemos por qué se olvida del enorme daño que causan al medio marino otras actividades humanas: los vertidos de hidrocarburos o de fertilizantes y pesticidas utilizados en la agricultura intensiva, que han convertido a los mares del norte en los más contaminados del mundo, el turismo masivo o las innumerables instalaciones industriales situadas en zonas costeras... Será que es más difícil luchar contra las multinacionales y la gran industria que contra un sector que ella misma califica de obsoleto y en crisis permanente.
La comisaria, que pide liderazgo político, no ignora hasta qué punto esta propuesta de reforma está contribuyendo a reabrir el viejo abismo entre las dos Europas, la del Norte y la del Sur. Porque un sujeto tan sensible para tantos y tantas ciudadanas comunitarias debería haberse tratado desde la moderación y el respeto, no con criterios mesiánicos que sólo contribuyen a separar a gobernantes y gobernados, sino desde la convicción de que la sostenibilidad es, para este sector como para otros, una oportunidad.
Y es que no por radical se rechaza la reforma. No sabemos, al final, cuánto quedará de ella, si será la parte más útil o las meras cuestiones de imagen... La reforma se rechaza porque no es asumible. Carece del más mínimo consenso, no está dotada económicamente, no se sustenta en bases científicas sólidas, no es gradual y no garantiza, a medio ni a corto plazo, la supervivencia de una política básica ni la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los pescadores.
El señor Fischler ha dicho a los británicos, abundando en la dicotomía Norte versus Sur, que no serán ellos los que paguen el desguace de la flota española. No, señor Fischler, lo pagaremos, como es obvio, los españoles. Ya hemos aprendido que en Europa nadie da nada por nada. Los pagaremos en la moneda que más nos duele, la de la pérdida de cohesión económica y social con las regiones más desarrolladas de la Unión, que como la suya propia y la de la señora Wallstrom, pueden permitirse el lujo de darnos lecciones de desarrollo sostenible desde algunos de los Estados europeos con mayores índices de contaminación industrial per cápita. En eso, hay que reconocerlo, los del sur vamos con mucho retraso.
El mar es la mitad olvidada del planeta. Pero hasta hoy nadie ha demostrado que sea imposible gestionar correctamente la pesca. Nosotros también rechazamos la solución cínica al problema: dejar que los peces desaparezcan por sí solos. Pero no creemos que a la cumbre de Johannesburgo la Comisión deba asistir, como Salomé, con la cabeza del sector sobre una bandeja. Para el sur de Europa, el pescado representa la principal y más barata fuente de proteínas. Exactamente igual que para los mil millones de habitantes de las regiones pobres del mundo. ¿Y esta reforma de la PCP va a conseguir que dejemos de comerlo? ¿O simplemente va a abrir un mercado de 380 millones de consumidores (40 kilos por persona y año en los países del Sur) a las potentes flotas china, taiwanesa, rusa, noruega, japonesa que, no condicionadas por ningún tipo de restricción, nos disputan ya la primacía en mares lejanos y no tan lejanos?
Rosa Miguélez es vicepresidenta de la Comisión de Pesca del Parlamento Europeo y portavoz de los socialistas en esta materia.
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