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La honestidad del nacionalismo vasco

Emilio Lamo de Espinosa

Los vascos carecen de libertades. Cualquier análisis que se haga sobre el País Vasco debe partir de un dato radical: Euskadi vive en un estado de excepción democrático continuado. No se trata de hacer un juego de palabras que prepare el camino desde un estado de excepción de facto a otro de iure, sino de comprender simplemente que la sociedad vasca vive en una situación muy alejada de la normalidad democrática. Por una vez tiene razón ETA: los ciudadanos vascos carecen de libertades. Cuando la mitad de los diputados vascos y buena parte de los concejales necesitan escolta para protegerlos de un asesinato inminente es que no hay normalidad democrática. Cuando más de 3.000 ciudadanos, según escribió el comisario de Derechos Humanos Gil-Robles, viven bajo la misma amenaza y miles de empresarios son chantajeados, nos encontramos con una sociedad sometida al yugo de una mafia, mucho más poderosa de lo que pudo ser el Chicago de Al Capone o la Sicilia del juez Falcone, y más próxima a la violencia de los camisas pardas o los jóvenes nazis en los días finales de la República de Weimar. 'He podido constatar la realidad de una violencia urbana con objetivos políticos de persecución de los no nacionalistas,' señalaba Gil-Robles, para añadir: 'Ya nadie niega esta violencia que se burla cada día de los derechos humanos de numerosos ciudadanos vascos'. Éste es el punto de partida, dramático pero cierto, de cualquier análisis sobre el País Vasco. Hace años pudo ser una sociedad en paz esporádicamente asaltada por la violencia; hoy es una sociedad que ha interiorizado (hacia adentro, psicológicamente) e institucionalizado (hacia fuera, sociológicamente) esa violencia, de modo que ella es la realidad más real, la verdad más verdadera y la certeza más cierta de la vida cotidiana. Digámoslo claramente: no hay verdadera democracia en Euskadi.

Luego, recobrar la libertad es el objetivo prioritario. La situación es tan grave y el deterioro de la convivencia tan profundo, que cualquier otro objetivo político que pueda aventurarse es claramente secundario. No es de sorprender que, preguntados los ciudadanos vascos por los problemas de Euskadi, el fin de la violencia es siempre el primero y principal. Y es lógico, pues eliminar la violencia para establecer un orden pacífico de convivencia no es un objetivo político, sino pre-político, constituyente de la misma sociedad política, que no existe en tanto no se haya eliminado el estado de guerra. He escuchado a Ibarretxe en varias ocasiones hablar sobre la situación en Euskadi y siempre insistía sobre el magnífico estado de su economía o de los servicios públicos. Sé que tiene razón en ello, pero todo modo de ver es un modo de no ver, y la insistencia en esos éxitos sólo sirve para ocultar el horror en el que viven muchos miles de ciudadanos. La deshonestidad del PNV y, en general, del nacionalismo vasco, empieza aquí: al no hacer del restablecimiento de las libertades el objetivo prioritario al que supeditar radicalmente todos los demás. Tiene razón el lehendakari al decir que la violencia de ETA no le debe impedir defender su ideario nacionalista, pero lo que olvida es que esa misma violencia sí impide a otros hacer lo propio.

Pero no hay condiciones para el diálogo político. Pues la consecuencia evidente de ese estado de cosas perverso es que es muy discutible que en Euskadi haya hoy condiciones objetivas que permitan la formación de una voluntad ciudadana. Todos hemos presenciado cómo, durante las últimas elecciones, algunos candidatos tuvieron que ir a votar con escolta. Muchos de ellos, todos los no nacionalistas, tienen que hacer campaña electoral acompañados de una nube de protección. Dos de cada tres vascos aseguran tener mucho miedo a la hora de participar en política, pero ese miedo es doble entre los no nacionalistas que entre los nacionalistas, de modo que no es de sorprender que el PP o el PSOE tengan serias dificultades para confeccionar sus listas de candidatos o para sustituir a quienes son asesinados o, simplemente, arrojan la toalla. Y si no hay libertad para el sufragio pasivo, tampoco la hay para el activo. Sólo uno de cada cuatro ciudadanos asegura sentirse libre para hablar de política; otros tantos aseguran que no tienen confianza con nadie, y el resto, la mitad, sólo tiene confianza con unos pocos. Los medios de comunicación son objeto de amenazas. Los profesores de universidad son vigilados por sus mismos alumnos. ¿Cómo abordar un debate político honesto en tales condiciones? Sería interesante contrastar en qué medida las exigencias que Naciones Unidas impone para dar validez a procesos electorales en democracias emergentes se cumplen o no allí. De nuevo tiene razón ETA: hay que dejar hablar a los vascos. Hoy no pueden hacerlo sin arriesgar su vida. Y, por supuesto, pretender debatir en tales condiciones nada menos que la eventual autodeterminación del País Vasco es una simple burla de la democracia.

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El nacionalismo es parásito objetivo de ETA. Es ahora cuando la deshonestidad del nacionalismo vasco se hace más evidente. No voy a decir, pues sería falso, que el PNV no busque el fin de la violencia. Pero lo grave es que al hacer avanzar otros objetivos políticos sin supeditarlos al primordial, se aprovecha objetivamente de la asimetría de espacio público que genera ETA. El nacionalismo vasco, le guste o no (y no dudo que a muchos de sus votantes les disgusta) se encuentra así en una relación objetiva de free-rider o gorrón en relación con ETA. Aceptemos, pues, que desea acabar con ETA. Aceptemos incluso que no desea obtener beneficios de la violencia; no tenemos por qué hacer juicios de intenciones. Pero el hecho objetivo es que se aprovecha de esa violencia en tanto en cuanto ella genera un clima de opinión que refuerza sus argumentos y silencia los contrarios de modo que nacionalistas y no-nacionalistas no se enfrentan en un espacio público simétrico, sino con las cartas marcadas. La política del PNV, sus discursos y argumentos, sus ideas, símbolos y banderas, reciben a diario una prima, un dividendo de la violencia, que es pagado por los ciudadanos chantajeados y atemorizados por ETA.

El PNV no puede zafarse de esa asimetría, incluso si nada tiene que ver con ella. Podría alegar falta de culpa, pero no puede alegar ignorancia. Y mientras se beneficie de la falta de libertades de los vascos, como lo hace actualmente, su política será deshonesta en términos democráticos, pues obtiene rendimientos de lo que dice rechazar.

Y nótese que, en contra de este argumento, nada vale el tu quoque: también el PP se beneficia electoralmente de la violencia. Pues ni el PP ni el PSOE (ni la Guardia Civil o la policía) impiden a los vascos que hablen y se expresen libremente. La amenaza viene sólo de un lado; el silencio afecta sólo a una parte. No estamos hablando del uso electoral de la violencia, sino de ella misma como elección alternativa y previa. Antes de que la gente pueda pensar, ya está amenazada y esa amenaza es la elección misma.

El nacionalismo vasco puede recobrar la honestidad política. A mi entender, el nacionalismo vasco sólo tiene dos modos de zafarse del dilema moral objetivo en el que se encuentra: bien tratando de restablecer el equilibrio mediante algún modo de discriminación positiva que favorezca a los no-nacionalistas, bien posponiendo sus demandas nacionalistas hasta el fin de la violencia.

Teóricamente, la primera sería una solución elegante que restablecería el equilibrio. No es impensable, desde luego, y algo de eso ya se ha hablado, pero no es nada fácil de implementar, pues no basta con hacer listas conjuntas aquí o allí, como si la violencia tuviera espacios definidos. Si el PNV deseara de verdad apoyar una discriminación positiva sería necesario ir a la formación de un Gobierno de salvación democrática que anteponga la recuperación de la libertad a cualquier otro objetivo, firmando con el PSOE y el PP un nuevo pacto antiterrorista que sirva de programa del nuevo Gobierno. Es evidente que el PNV está hoy a mil leguas de ese hipotético Gobierno de salvación nacional que antepondría la recuperación de la libertad a cualquier otro objetivo.

De modo que ambas soluciones confluyen en la segunda. El PNV debe aceptar que, si el nacionalismo se beneficia hoy de la violencia, el único modo de hacerla inútil es negarse a obtener dividendo alguno de ella. Lo que significa que, aun cuando siga gobernando, debe posponer todas y cada una de las políticas y objetivos específicamente nacionalistas al fin de la violencia etarra manifestado en una tregua indefinida y sin condiciones. Sólo así puede ser aceptado como partido democrático que se niega a obtener réditos del asesinato. Creo recordar que esto mismo fue lo que sugirió el lehendakari Ardanza en Madrid hace un par de años, y lo que latía detrás del llamado Documento Ardanza, que algunos apoyamos. Una declaración de este tipo restablece la honestidad del PNV y sitúa el objetivo vasco prioritario (la lucha contra la violencia) como tema central y único al que supeditar cualquier otro, incluidas las diferencias políticas con los no-nacionalistas.

Y puede hacer que ETA sea inútil. Nótese, y no es poca cosa, que una afirmación así del PNV priva a ETA de cualquier sentido, pues a partir de ese momento su violencia deviene inútil, si no contraproducente. Inútil porque ningún asesinato o chantaje hará avanzar la causa nacionalista un ápice, ya que no habría contraparte política para recoger las nueces. Y contraproducente, porque cuanto más tiempo mantuviera ETA la violencia, más se retrasaría el momento de hacer avanzar la causa nacionalista.

Pero nótese también que, si le damos la vuelta al argumento, lo que emerge es que si ETA continúa existiendo es porque alguien recoge los frutos políticos de su violencia. Y así, si el PNV se beneficia objetivamente de ETA, ETA no podría existir sin el nacionalismo democrático. De modo que si el PNV 'no admite bromas' -como dice el lehendakari- respecto el fin de la violencia, ¿a qué espera? ¿Cuánto tardaría ETA en comprender su inutilidad? ¿Cuánto tiempo tendría que renunciar el PNV a sus objetivos nacionalistas? ¿Un año, dos, tres? ¿Es eso un tiempo relevante en la vida de los pueblos? ¿No vale eso la libertad de los vascos?

Sin poner precio a la libertad. Sé que la reacción natural del PNV será pedir, a cambio, una nueva asimetría, a saber: si nosotros renunciamos a nuestros objetivos, que ellos (PP / PSOE) renuncien a los suyos y reconozcan que, eliminada la violencia, se abre el camino para la autodeterminación. Ésa fue justamente la razón por la que se rechazó el Documento Ardanza, porque restablece de nuevo la asimetría, le pone precio a la paz y se cobra el dividendo de la autodeterminación condicionando la libertad al objetivo nacionalista. Es tanto como obtener la gran nuez de la independencia a cambio de dejar de sacudir el árbol.

No sé si el PNV convocará o no un referéndum sobre el referéndum, como han declarado sus portavoces en varias ocasiones, o no lo hará. Pero antes de lanzarse a ello, y de hecho antes de las próximas elecciones municipales, debe responder a este dilema moral que, creado o no por él, le afecta: ¿desea ser un partido democrático que, en condiciones de igualdad, se enfrenta a otros con las mismas reglas del juego o, como ha hecho hasta ahora, pretende seguir obteniendo el dividendo de la violencia? La honestidad y credibilidad democráticas del nacionalismo vasco están en sus manos.

Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología de la UC y director del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

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