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Crítica:ESTRENO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una mina poética agotada

Si el personaje eje de esta segunda fase de El lado oscuro del corazón declama: 'Yo nací un día en que Dios estaba enfermo', debiera habernos librado de un segundo nacimiento suyo, porque con el primer, enfermizo pero hermoso, nacimiento bastaba, ya que parece innecesario, y nada añade al personaje, este su retorno a las oscuridades de su cama y de su corazón, que le trae, cogido por la lógica de las coproducciones, a España, donde desentona un poco su singular melancolía porteña.

Cierto es que hay en este alargamiento del filme de Eliseo Subiela escenas vivas. Bella, singular y original es la idea, y la imagen deducida de ella, de la muchacha caliente que enciende bombillas con la mano. Y bella es la delicada irrupción de Ariadna Gil, en un personaje abstruso y poco creíble, pero que esta gran actriz enciende y llena de otra electricidad y, pese a entrar en una saga donde es forastera, ella domeña el lado volátil de ese su personaje y le pone sobre la tierra.

EL LADO OSCURO DEL CORAZÓN II

Dirección y guión: Eliseo Subiela. Intérpretes: Dario Grandinetti, Ariadna Gil, Nacha Guevara, Manuel Bandera, Santiago Ramos. Género: drama. España- Argentina, 2002. Duración: 111 minutos.

Esta segunda vuelta de tuerca de El lado oscuro del corazón prolonga sólo en parte, por todo lo dicho, el hechizo, el encanto de la primera, pero no lo enriquece, sino que se mantiene en un nivel imaginativo inferior, lo que convierte la nueva película en innecesaria. Y esto es grave, porque media en el corazón del asunto ambición de poesía, esa conjugación de palabras del espíritu en la que lo que no es necesario sobra.

Hay belleza en el encuadre, buen gusto, musicalidad y delicadeza en la cadencia secuencial suave y morosa, y en el humor y el juego irónico del magnífico protagonista, Darío Grandinetti, que se calca con sabiduría y eficacia a sí mismo, pero no salta por encima de su imagen hecha y vuela en un vuelo libre, sino en un vuelo alicortado, subordinado a la magia del primer invento, magia que no se recupera ahora más que en parte, y en parte irremediablemente aguada e, insisto, innecesaria.

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