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Reportaje:

Los nuevos mercaderes de la enfermedad

La mercadotecnia de los laboratorios crea nuevas necesidades para vender fármacos

Un reciente artículo aparecido en el British Medical Journal (BMJ) describe la estrategia de algunos laboratorios farmacéuticos para conseguir que los profesionales y la población perciban como enfermedades situaciones que no son tales. Bajo la forma de actividades de educación sanitaria, a menudo llevadas a cabo por terceros, como fundaciones, asociaciones de afectados o incluso medios de comunicación, el propósito de estos planes sería crear la necesidad y, en consecuencia, la demanda de los productos de esos laboratorios.

El artículo analizaba explícitamente la calvicie, el síndrome del colon irritable, la osteoporosis y la disfunción eréctil, aunque se refería a muchas otras situaciones. Precisamente en relación con la disfunción eréctil se proporcionaban datos acerca de interesadas distorsiones de la información disponible, lo cual podría transgredir la legalidad. Pero, ilegalidades aparte, merece mayor interés considerar el fenómeno en el contexto de los sistemas sanitarios occidentales y de la sociedad de mercado.

La sanitad se comporta como otros sectores de consumo en que la oferta genera demanda

En 1976, Ivan Illich denunciaba en Némesis Médica la expropiación de la salud por parte del sistema sanitario. Un rechazo de la injerencia abusiva de la medicina en la vida cotidiana a la que, desde entonces, denominamos medicalización. Sus raíces son antiguas ya que la relación con el médico se ha prestado, tradicionalmente, a cierta alienación. Además de buscar la curación de sus trastornos, el paciente descargaba en una figura competente en la que confiaba la angustia producida por la enfermedad. Y por extensión, otras ansiedades, se debieran a problemas de salud o no. De ahí la influencia social y el prestigio de la profesión médica en el pasado. El abandono de este papel pastoral tiene que ver con la disminución del estatus actual del médico.

Sin embargo, la demanda de atención originada por situaciones que sólo circunstancialmente tienen que ver con la salud no ha disminuido sino que crece. La pérdida de un ser querido; la insatisfacción laboral, las decepciones conyugales y familiares o incluso el tedio son con frecuencia motivos ocultos de consulta.

El consumo se ha convertido en comportamiento básico, a pesar de que muchas veces sólo proporcione un sucedáneo de satisfacción. Y una alternativa a otros procedimientos para mejor pasar los sinsabores que las transformaciones sociales han reducido a la mínima expresión, como la compañía, la amistad y la solidaridad.

Por otra parte, el enorme desarrollo de la sanidad se ha producido a la vez que se ha modificado el patrón de las enfermedades, muchas de las cuales son crónicas e incurables. Lo que explica la reorientación del sistema sanitario hacia personas aparentemente sanas y contribuye al incremento espectacular de la medicalización.

El comportamiento de la demanda sanitaria es análogo a otros sectores del consumo en los que la oferta ejerce una gran atracción. Así, son cada vez más las actividades de control de los factores de riesgo cardiovascular o de otros problemas crónicos, de forma que la hipertensión, el colesterol o la reducción de la masa ósea, que en la mayoría de ocasiones significan sólo una mayor probabilidad de desarrollar el padecimiento, se tratan como si ya fueran enfermedades.

Otras situaciones, como el nacimiento, la menopausia o el envejecimiento son objeto de un intervencionismo sanitario que se postula benéfico para la salud y la calidad de vida, aunque pueda resultar perjudicial. No sólo en el sentido de alienación, también en el físico, como ponen de manifiesto diversos estudios. Así por ejemplo, los efectos indeseables de las episiotomías rutinarias que se llevan a cabo en la mayoría de partos vaginales, o de las cesáreas que no están positivamente indicadas. Sin olvidar las consecuencias negativas del tratamiento hormonal sustitutivo, de la disfunción eréctil o de muchas otras medicaciones.

El consumo sanitario no es inocuo, por lo que sólo es razonable exponerse al riesgo de efectos indeseables cuando el potencial beneficio vale la pena. La percepción de una situación como mejorable y susceptible a una eventual intervención es influenciable por valores e intereses. La fragilidad de nuestros valores nos hace más vulnerables a los intereses ajenos.

Pero la búsqueda de oportunidades en el mercado es ilimitada. Hay un anuncio en Internet que ofrece conservar muestras de cabello hasta que haya alternativas seguras y eficaces contra la calvicie. Como gancho la compañía proclama: 'Ellos pueden poner a un hombre en la Luna; incluso pueden fabricar píldoras contra la impotencia, pero ¿donde está la tecnología que cura la calvicie?'. La identificación de la calvicie con una enfermedad que hay que curar ilustra la actualización del estilo de los antiguos mercaderes y chalanes por parte de la nueva mercadotecnia, que se escuda en la inseguridad de los tratamientos actuales para explotar una nueva oportunidad de mercado.

No es extraño que en la sanidad se apliquen las técnicas de inducción del consumo mediante la promoción activa de la necesidad y de la demanda que tan generosamente se emplean en otros mercados y a las que somos particularmente sensibles sin demasiada ayuda. Aunque en el caso de la salud comporte un sufrimiento añadido puesto que reconocerse como enfermo comporta desdicha, aunque se trate de una percepción inducida y, en cierta forma, superflua.

Andreu Segura el profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona.

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