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Columna
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Destronados

Mientras los portavoces oficiales y oficiosos tratan de hacer balances positivos del semestre en el que Aznar fue la reina madre de la Europa de los mercaderes o de las patrias o de las regiones, pero sobre todo de las reuniones, se ha instalado la impresión general de que todo ha consistido en una representación teatral, en nuestro caso del auto sacramental del rapto de Europa. Con sus maneras de cejijunto reñidor de insuficiencias, Aznar se subió a la carroza europea prometiéndose que todo el mundo iba a enterarse de lo que vale un peine y a su lado Prodi marcaba el talante distanciador de quien sabe que Europa es todavía una hipótesis y Aznar una anécdota.

Nuestro presidente inauguró su mandato europeo con la reunión de Barcelona, sitiada por los antiglobalizadores, y lo termina con la de Sevilla, asediada por los sindicalistas. No ha conseguido dejar marchamo de primer cumplidor de la cruzada libertad duradera porque en Europa donde manda Blair no manda marinero y la propiedad fundamental de la lucha contra el terrorismo elevado a la condición de antítesis del Imperio del Bien la tiene el eje Washington-Londres. No ha colado del todo Aznar el imaginario de la peligrosidad de ETA como equivalente y complementaria de la de Bin Laden, entre otras cosas porque ETA ha heredado contactos con el Imperio derivados de aquellos tiempos de pastores vascos y de agentes del PNV colaboradores del Departamento de Estado bajo la batuta de Aguirre e Irala. Ignoro si el terrorismo islámico o las bombas de expansión demográfica van a cumplir su papel de enemigo del Imperio durante mucho tiempo, pero de momento justifican una estrategia vertebradora y armamentista que estaba en crisis tras el final de la guerra fría. Tampoco sabemos si la lucha contra terrorismo tan fundamental implica a terrorismos considerados periféricos como el de ETA, hasta ahora un problema exclusivamente español. Ni siquiera francés.

No hay, pues, demasiados motivos para balances semestrales eufóricos y, tal vez, el error fue inicial, prometiendo lo que no podía cumplirse y colocando una vez más el optimismo de la voluntad a la altura de la poquedad de la lucidez.

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