Libros durmientes y libros fantasmas
Hay libros durmientes y libros fantasmas que caminan por casa y asustan. Hay libros que nunca duermen y libros con insomnio que están en casa esperándote, tal vez odiándote, nerviosos.
Ésta es la idea que rige un curioso libro de ensayo sobre la literatura universal. Quiere escribirlo y lo cuenta el escritor portugués António Lobo Antunes (1942) en el acto de presentación de su libro No entris tan de pressa en aquesta nit obscura (Siruela en castellano y Proa en catalán), que se presentó una noche de verano en el espléndido marco del auditorio modernista de la sede de Enciclopèdia Catalana. Después de que los editores Isidor Cònsul (director editorial de Proa) y Jacobo Stuart (director de Siruela), junto a la escritora Ana Maria Moix, presentaran la novela, Lobo Antunes contestaba las preguntas del público.
A Lobo Antunes le enternece que tanta gente se dedique a algo tan ingrato e inseguro como escribir
Visto desde esas categorías, No entris tan de pressa... es una novela nocturna con insomnio. Hay libros que deben leerse a la luz del día y otros que no soportan ni el sol ni las voces enérgicas. No entris tan de pressa... es, a mi manera de entender, un libro que, para extraerle todo el jugo, hay que leer por la noche a la luz amarillenta de una pequeña lámpara de mesa, degustándolo como quien sorbe una copa de armagnac tras una larga cena.
La novela No entris tan de pressa..., subtitulada Poema, es un río que fluye, en el que uno nada por la noche bajo las estrellas, un río cuyas orillas ilumina a penas la luna decreciente. Hay que dejarse llevar por las olas de la corriente, nadar y sentir los ríos afluentes, sentir el río cada vez más amplio, alimentado por aguas grandes y pequeñas: son las voces polifónicas de la novela, las voces que se unen hasta formar una composición musical grande y ambiciosa. Tal vez una sonata.
No entris tan de pressa... es una novela sobre la creación de una mujer joven y su identidad. Esta creación dura siete días. Siete son también las palabras que componen el título; por lo menos lo son en portugués. La noche oscura, presente en el título, tiene un regusto a san Juan de la Cruz; es todo un juego de poetas y de poemas.
A la hora de contestar las preguntas de los lectores presentes en el acto, Lobo Antunes no se rige por la lógica aparente de la pregunta, sino por su sentido oculto y la inspiración momentánea. Así, a la pregunta por sus autores predilectos, nos regala con gran profusión de detalles una completa narración con tesis. 'Los escritores, sobre todo los malos', bromea Lobo Antunes, 'adecuan su aspecto exterior y su comportamiento para adoptar el estereotipo del intelectual: llevan gafas de tres dioptrías como mínimo, además de barba y pelo largo y vestimenta de intelectuales. Cuando yo era jovencito', prosigue el escritor, 'me detenía ante una taberna donde solían cenar los autores y me horrorizaba: ¡Qué mal que comen los escritores! Comían con la boca abierta, tirando los huesos de las aceitunas al suelo, y si sólo fueran los de las aceitunas!'.
Lobo Antunes, desde luego, no responde al estereotipo del intelectual que acaba de describir: no lleva gafas ni barba ni pelo largo; tampoco viste con esa estudiada dejadez, con esa arrugada elegancia de los intelectuales en la que los parisinos son maestros. Es fuerte, musculoso, tiene unos ojos tímidos y se cubre la cara con las manos a la vista de una máquina fotográfica. Se incomoda visiblemente al oír homenajes públicos dirigidos a su persona. Sólo cuando habla del proceso creativo y de la literatura, se anima, a pesar de que, antes de empezar sus confesiones torrenciales a menudo salpicadas de humor e ironía, nos había advertido, con un mal genio aparente, que no tenía nada que decir, que todo lo había escrito en sus libros.
Escribir libros: ¿por qué?, le preguntan. 'Siempre me ha enternecido el hecho de que haya tanta gente que se dedique a algo tan inseguro e ingrato, además de poco lucrativo, como es la escritura. ¿Por qué tanta gente escribe libros?'. 'Una vez', cuenta el autor, 'el periódico francés Libération preguntó en sus páginas a varios escritores por qué escribían. Todos hicieron grandes elucubraciones sobre la creatividad y su expresión, sobre la búsqueda de uno mismo, sobre la creatividad que yace en el inconsciente. Samuel Beckett, en cambio, respondió con una sola palabra: Bocassa'. Que, supongo, en el lenguaje beckettiano significaba algo así como ¡vete a saber!
'El libro es un organismo independiente', prosigue Lobo Antunes. 'El libro manda; el autor sólo pone sus exigencias en palabras. El escritor debe evitar las piruetas técnicas y estilísticas, así como cualquier otra manera de lucir sus habilidades y conocimientos. Un libro tiene que ser eficaz. E impecable'. Y confiesa que, mientras su primera mujer estaba muribunda y tras su muerte, vivió una época de gran fertilidad creativa. 'Entonces empecé a ver la vida desde un ángulo muy distinto, y eso me dio un gran ímpetu para escribir'.
La velada con António Lobo Antunes ha despertado en el lector el gusto por una lectura activa y creadora. Una lectura en que el público participa. Y es eso lo que pide el autor: 'Los libros son para ser vividos, no para ser leídos'.
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