De vinos y homenajes
La Casa de Lúculo entrega sus premios y Gorrotxategui recibe un merecido reconocimiento
En menos de una semana, se han sucedido en el País Vasco varios acontecimientos gastrónomicos de relieve. El primero se produjo en San Sebastián en el marco de los ya emblemáticos cubos de Moneo: la entrega de los segundos premios de la cofradía La Casa de Lúculo, formada por contrastados amantes del vino. Éste fue uno de esos casos en que la categoría de los premiados otorga prestigio a unos premios.
Como Vino Seleccionado del Año, fue elegido el Vega Sicilia Único cosecha del 90. El galardón a la Trayectoria de Bodega fue a parar a Alejandro Fernández, formidable divulgador en todas partes de su afamado Pesquera, que prestigia a los vinos de no sólo de su Ribera del Duero, sino al conjunto del vino español. Como Personaje del Mundo del Vino, recibió su galardón (en los tres casos una escultura de Iñaki Ruiz de Eguino) el catedrático de Enología José Luis Pérez Verdú, propietario y enólogo de las emergentes bodegas del Priorato Mas Martinet y Cims de Porrera, que han aportado ya vinos inolvidables, claramente en la onda actual, pero respetuosos con las tradiciones, sobre todo el empleo de las cepas autóctonas.
La cena ofrecida por Álex Lucas, chef del Kursaal-Martín Berasategui, no desentonó, lo que tiene mérito al lado de unos caldos de aúpa, los mejores de estas bodegas.
Otro evento, más intimo, pero no menos significativo fue el homenaje a un gran señor de los fogones como es Carmelo Gorrotxategui, a las puertas de su jubilación, más formal que real, que los cocineros vizcaínos agrupados en la recién creada asociación Geugaz Jan convocaron en Bilbao. El evento, una generosa propuesta e iniciativa del sumiller Manu Martín, se desarrolló en su propia casa, el Gorrotxa bilbaíno.
Allí, el cocinero de Etxebarri, ofreció unos retazos de su mejor y más refinada culinaria, en la que no pudo faltar el perfeccionista solomillo Wellington, bien regada por los magníficos caldos de una joven bodega de Rioja baja, Valsacro. Esa alta cocina del chef vizcaíno que tanto deslumbró en la década de los setenta y en el viejo Colavidas de la Estación de Abando a conspicuos gastrónomos, entre ellos, al conde de los Andes, quien firmaba en el Abc de aquella época con el significativo seudónimo de Savarin.
Carmelo Gorrotxategui, además de haber sido durante más de tres décadas el máximo estandarte en Vizcaya de la alta cocina clásica, de corte internacional, tiene un mérito añadido: allí donde quiera que ha ido le ha seguido la estrella Michelín, lo que conlleva una dificultad añadida, ya que obtener en Vizcaya estas preciadas estrellas ha sido y sigue siendo una tarea harto difícil, ya que la prestigiosa guía francesa se muestra un tanto rácana con este territorio histórico.
En el citado Colavidas, donde ejerció su magisterio durante casi 14 años consiguió su primera estrella. Mas tarde, en el entonces hipercreativo Goizeko Kabi, de la mano del prolífico Jesús Santos, obtuvo idéntica distinción y ya, en solitario, y en plena madurez profesional pese a estar situado su establecimiento en una estandarizada galería comercial del centro de la capital, volvió a alcanzar de nuevo el ansiado asterisco.
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