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Reportaje:

Mendigos en la era de la globalización

El perfil de los 'sin techo' ha variado en España. Ahora aumentan los menores de 35 años que no logran adaptarse a la vida laboral

Pablo Ximénez de Sandoval

Lleva una camiseta de baloncesto azul, pantalón vaquero, pelo limpio, perilla recortada y zapatillas de deporte, y sonríe al llegar a la cola del comedor de caridad Ave María, de las monjas Trinitarias, en el centro de Madrid. Conoce y le conocen. Se llama Julio, tiene 24 años y lleva tres meses durmiendo 'donde se puede' y comiendo de caridad. En la cola del desayuno, un par de cientos de personas de las 30.000 sin techo en toda España que componen una gran ciudad ambulante. Entre ellos, cada vez más (un 20% y aumentando, según Cáritas, que gestiona el 50% de los servicios de asistencia primaria), se esconden jóvenes como Julio. No están solos, porque tienen familia. Y no son inútiles, porque tienen experiencia laboral. Simplemente, son invisibles.

'Si trabajo, no tengo tiempo para comer. Y sin comer no puedo hacer bien el trabajo'.

'Aunque sepan leer, escribir y manejarse en metro, les faltan recursos para adaptarte a la vida competitiva', explica Andrés Arranzo, del gabinete de Estudios de Cáritas. 'El rejuvenecimiento del perfil de los sin techo empieza por la precariedad laboral y la búsqueda de trabajo. También vemos como causa el desplazamiento de una ciudad a otra'.

En las grandes ciudades, mendigos de 50 años, con tres abrigos y toda su vida metida en un carrito de la compra, los pobres visibles, compiten por un banco en las plazas con veinteañeros de camiseta prestada, zapatillas deportivas, pelo limpio y expresión clara, que leen de dos a cuatro periódicos al día, buscando ofertas de empleo o, simplemente, por distraer las horas. El teléfono móvil es habitual.

Su aspecto, normal, los hace invisibles. 'Cuando los niveles de protección social no incluyen a los jóvenes con poca experiencia, y tampoco los arropa la familia, de pronto se encuentran a la intemperie en una sociedad que sólo distingue a los mendigos por el aspecto, y por eso no sabe que existen', argumenta Arranzo. El patrón es siempre igual. 'Son víctimas de la precariedad en el mercado de trabajo, la falta de estudios y la ruptura familiar. Esta gente ha cortado las dos fuentes de estabilidad: laboral y familiar. Y hemos constatado que la precariedad permanente cronifica la pobreza. Vivir constantemente sin ningún tipo de seguridad produce además un gran deterioro psicológico', explica Arranzo.

En el caso de Julio, él quiere trabajar de albañil, como en el pueblo de A Coruña donde dejó a sus padres y su hermano. No se llevaba bien con ellos y un día de marzo decidió que en Madrid las cosas serían más fáciles. Nada más llegar le robaron la cartera con 50.000 pesetas, el DNI y el carné de conducir. Galleguísimo, contesta, sin embargo, que la calle no es un lugar peligroso, 'si te quieren pegar, te pegan, y si te quieren robar, te roban'.

Julio ha trabajado de comercial del Círculo de Lectores, de camarero y de vigilante de seguridad. Todos eran trabajos de unos 600 euros al mes, pero no duró más de 15 días en cada uno. Es el ejemplo de la condena que sufren estos jóvenes. 'Llegas al trabajo reventado de dormir en la calle. Como camarero yo no me podía ni mover, comprendo perfectamente que me echaran'.

Porque, además de un trabajo, hacen falta una fuerza y una moral sobrehumanas para dejar el asfalto. Andrés, de 31 años, tiene una nueva oportunidad mañana, lunes, 1 de julio. No quiere hacerse fotos ni dar su nombre, porque no hace mucho que tenía 'un trabajo, una familia y una vida'. Nadie, ni su familia ni la de su novia, sabe que hace la ruta de los comedores de caridad todos los días desde hace un mes, cuando perdió el último empleo y se quedó en la calle.

Mañana empieza otro trabajo que le ha buscado el Inem en la construcción, donde tiene experiencia. Pero la obra es en Las Rozas, a 18 kilómetros de la plaza de Oriente, donde duerme en un saco que esconde en el hueco de un árbol. 'Tendré que levantarme muy pronto para que me dé tiempo a coger el metro gratis y después pedir lo suficiente para el autobús. El tiempo que pase trabajando, no como. Para la hora de volver, ya no habrá ningún comedor abierto [el último bocadillo gratis que se puede conseguir en Madrid es a las 19.30 en un comedor de Malasaña]'. Con el estómago vacío dormirá en el suelo. Reventado, volverá a trabajar. 'El problema de la calle es que no descansas nunca. No sé lo que duraré, pero necesito llegar a la primera paga como sea'. Aun así, 'lo peor seguiría siendo no poder ver a mi hija, de tres años'.

Sentados en las escaleras de la catedral de la Almudena, una pareja de 23 años apura una cerveza compartida. Sólo de cerca se aprecian los efectos de un mes en la calle. Sólo cuando se quitan las zapatillas se ve una suciedad que ya es barro entre los dedos y unas llagas que sangran desde los tobillos. David García e Isabel Franco dejaron una hija de siete meses con su tía en La Bañeza (León) y viajaron a Madrid creyendo 'que aquí las cosas eran más fáciles. En León no puedes irte de casa y quedarte en la calle, porque te conoce todo el mundo'.

'Tenemos una pastelería fija donde nos dan de desayunar. Luego te pasas la mañana buscando para comer y la tarde buscando para cenar'. Fuman colillas del suelo y con tres euros comen dos días. Ahora quieren reunir dinero para ir en autobús hasta Sevilla, donde David, cinturón negro de taekwondo y con experiencia como albañil y montando aparatos en las ferias ambulantes, tiene un amigo que 'seguro' que le ayuda.

'Aparte de haber visto de todo', comenta David, 'me sorprendió ver tanta gente joven tirada'. Es un chico fuerte, muy despierto, que habla como una ametralladora. 'Lo que más te jode es el coco. Esta hora, la de cenar, es la peor. Anochece y ves cómo la gente se va a sus casas y tú te buscas un rincón en el césped'. Las familias de los dos están desechas, con padres separados que nunca han aceptado su relación. Una situación insostenible. 'Me jode todo esto, pero siempre pienso que sería mucho peor estar en la calle con mi hija'.

Buscar dónde desayunar, comer, cenar y dormir acaba componiendo un horario casi fijo, que permite encontrarse las mismas caras durante días y semanas en el desayuno, la comida y la cena de las casas de caridad de Madrid. Pero sólo entre los españoles, los inmigrantes (el 80% de los que acuden a los servicios de atención primaria) no se quedan. No han venido a eso. La solidaridad entre nacionalidades o etnias, y la fuerza que les ha traído hasta aquí, no les permite estar mucho tiempo en la calle. En apenas unos días el inmigrante encontrará un compatriota, hará un amigo, lo llevarán a un piso. Sólo hasta entonces comerá y dormirá de caridad. 'Los centros están siempre llenos de inmigrantes', relata un voluntario, 'pero nunca son los mismos, como los españoles'.

Dicen los trabajadores sociales que de vivir en la calle se llega a un estado de depresión, a una conciencia de estar en el fondo del pozo de la que no se sale nunca. Como Andrés, un madrileño de 27 años incapaz de explicar el problema que tiene con sus padres y que le ha llevado a la calle.

Lo que sea que le tortura, le hace caminar durante horas y horas, decenas de kilómetros cada día, para quitarse 'el nerviosismo', para pensar menos, tener algo que hacer. 'No puedo encontrar un trabajo hasta que no solucione ese problema, y no puedo solucionar ese problema hasta que no vuelva a mi casa. Y a mi casa no puedo volver. Yo creo que ya me he quedado aquí para siempre'.

A su lado, en la cola del bocadillo de las siete, Antonio, un superviviente de 44 años que lleva desde los 12 en la mendicidad, le acusa: 'Yo sabía que iba a recoger basura toda la vida, pero el que puede y no quiere, no tiene perdón. Tú puedes y no quieres, y eso es un crimen'.

Julio (de 24 años), en la puerta de un comedor de caridad.
Julio (de 24 años), en la puerta de un comedor de caridad.LUIS MAGÁN

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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