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El director de escena Harry Kupfer reivindica al Beethoven de los ideales y al Wagner carnal

El artista triunfa estos días con 'Fidelio' en Granada y con 'Tannhäuser' en el Teatro Real

Jesús Ruiz Mantilla

A Harry Kupfer le gustan las cosas claras. Quiere preguntas concisas y tiene pocas ganas de teorizar. No habla de planes, pero es llano y meridiano en todo lo que domina. Como el Fidelio, 'una obra sobre los ideales', dice acerca de la única ópera que compuso Beethoven y que su compañía de la Ópera Cómica de Berlín ha representado en el Festival de Granada. O como el Tannhäuser, de Wagner, que se representa en el Teatro Real, con Daniel Barenboim como director musical. Tanto Kupfer como Barenboim le han dado un punto carnal a esta pieza, que trata 'los dilemas del arte', según el primero.

Es uno de los grandes protagonistas del final de temporada en España. Su Tannhäuser triunfa en Madrid estos días tras su estreno el pasado domingo, y su Fidelio, desnudo y directo, ha impactado en Granada anteayer. Desde la ciudad andaluza, adonde Kupfer ha acudido esta semana a ultimar detalles del montaje de la ópera de Beethoven sobre el preso símbolo universal de la libertad y los ideales, este director de escena, de largo alcance y amante de los proyectos duraderos, conversa por teléfono.

Para Fidelio no ha utilizado más decorados que las columnas del patio del Palacio de Carlos V. 'No hay drama mayor que el que proporciona la música de Beethoven. No necesita decorados, y en este lugar tampoco son imprescindibles', asegura Kupfer. Además, todo eso despista. 'Uno se acerca más a la música sin fijarse en nada más. Hay mejor concentración en lo que hacen los intérpretes', añade. ¿Y el vestuario? 'Son cosas simples, no identificadas con ningún lugar ni tiempo en concreto', explica.

Para que tanta desnudez sea efectiva, Kupfer se lo juega casi todo con intérpretes como Nadine Secunde, Matthias Hölle o Jürgen Freier. 'Los cantantes de ópera deben ser grandes actores. Pero ellos, además, no sólo deben actuar con el cuerpo, sino con la voz, es muy importante que interpreten con su voz', cuenta. Pero esa exigencia que les hace Kupfer puede chocar de lleno con las competencias de los directores musicales. Al fin y al cabo, el de la música es su terreno.

Sin embargo, Kupfer asegura que nunca ha tenido ningún roce por eso. 'Nunca, ningún problema', dice. Será porque en su trayectoria de 30 años como director de escena en Europa y América, con 180 montajes a sus espaldas y responsabilidades en varios teatros alemanes de ciudades como Leipzig, Dresde y Berlín, donde en 1981 entró en la Ópera Cómica y donde desde hace 10 años colabora asiduamente con la Staatsoper, siempre ha buscado talantes abiertos y comunicativos. Como Daniel Barenboim, con quien ha montado todas las óperas de Richard Wagner en un trabajo que se ha convertido en referencia para muchos.

La mejor época de su vida

De éstos, los dos han traído a España Tristán e Isolda, Los maestros cantores de Núremberg y, ahora, Tannhäuser. '¿Que si Barenboim marca la diferencia? Barenboim es el mejor', afirma sin ninguna duda. 'No sólo he vivido con él la mejor época de mi vida, nunca he tenido oportunidad de colaborar tan intensamente con alguien. Piensa, aporta, llama la atención sobre los significados de la música...'.

Juntos han conseguido elogios, adhesiones y también críticas. Luces y sombras en un trabajo ambicioso con vocación de referente: 'Tuvimos desde el principio una ambición, que el desarrollo fuera coherente, que hubiera una línea clara', asegura. Y dentro de esa línea clara está el deseo de ambos de bajar a Wagner de los cielos y hacerlo más humano, como su visión antiheroica de El anillo del Nibelungo o las dimensiones carnales, incluso violentamente pasionales, como pasaba en su versión de Tristán e Isolda, con un escenario único, claustrofóbico, y una dirección musical llena de fuerza sensual.

'La claustrofobia es la clave para esa ópera, todo debe concentrarse y aprisionarse, tanto las convenciones como los deseos, para que así explote con mayor impacto, porque los personajes son responsables de su propia destrucción', afirma.

¿Y de Tannhäuser? Muchos han apuntado que Kupfer y Barenboim han optado por una versión terrenal y poderosamente dramática del artista que se debate entre la pureza y el pecado. 'El dilema de Tannhäuser es el dilema de los grandes músicos, son las dudas, los conflictos del propio Wagner o de Verdi: su relación con la sociedad. Es un conflicto en el que los artistas nos sentimos identificados, me pasa también a mí', confiesa. 'La ambición, la pasión, las dudas entre elegir el amor o el éxito. Él puede llegar a matar por amor, destruye su vida, se vuelve un tanto anarquista por sus conflictos con la sociedad, algo que trae consecuencias trágicas para su arte', afirma.

Una escena del montaje de Harry Kupfer de la ópera <b></b><i>Fidelio, </i>estrenada anteayer en Granada.
Una escena del montaje de Harry Kupfer de la ópera Fidelio, estrenada anteayer en Granada.EFE

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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