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NUEVO ESCÁNDALO FINANCIERO EN EE UU

Un visionario con pies de barro

Bernard Ebbers asiste al derrumbe del imperio que creó de la nada

La noticia del multimillonario fraude en las cuentas del gigante de las telecomunicaciones WorldCom supone otro paso más en el rápido descenso a los infiernos de Bernard Ebbers, creador y presidente hasta el pasado mes de abril de la segunda compañía telefónica de larga distancia en Estados Unidos. Ebbers, antiguo ganadero, visionario y emprendedor, está llamado a declarar ante el Congreso de Estados Unidos para explicar por qué el imperio empresarial que él creó de la nada maquilló sus cuentas y presentó como inversiones 3.850 millones de dólares que en realidad eran gastos. Junto a él estarán John Sigmore, ejecutivo principal de la firma, y el recién despedido Scott Sullivan, el responsable financiero principal, al que se acusa de ser el cerebro del fraude.

El veto para comprar Sprint y la crisis de las 'punto com' marcaron el principio del fin
El principal objetivo de Ebbers era que WorldCom triunfara en Wall Street

Ebbers comenzó su andadura con una oscura empresa telefónica de Misisipí y durante dos décadas logró construir un imperio a golpe de talonario y de una ambición sin límites.

Cuenta la leyenda que el imperio WorldCom se gestó en 1983, sobre la mesa de un restaurante. Ebbers, nacido en Canadá en 1941 y que por entonces se dedicaba a la administración de moteles, y otros tres amigos dibujaron sobre una servilleta de papel el borrador de un negocio. El plan era sencillo: comprar minutos al por mayor a AT&T y otras compañías de larga distancia y, mediante agresivas campañas de publicidad, revenderlos más baratos.

Así nació LDDS (Long Distance Discount Calling, o lo que es lo mismo, llamadas a larga distancia con descuento), la modesta firma que se dedicaba en principio a prestar servicios telefónicos a las empresas. LDDS fue posteriormente rebautizada como WorldCom, y transformada en una especie de monstruo de Frankenstein empresarial creado por el 'doctor Ebbers' a base de ir ensamblando hasta 75 sociedades adquiridas compulsivamente durante los años que duraron las vacas gordas.

En 1996, el canadiense entró en el mundo de las punto com haciéndose con MFS, una firma de cables de fibra óptica instalados en las principales ciudades de Estados Unidos. Un año más tarde, Ebbers dio el gran paso lanzando una oferta pública de adquisición (OPA) hostil sobre MCI, la segunda compañía telefónica de Estados Unidos, por más de 40.000 millones de dólares, el órdago más elevado hasta entonces en el sector de las telecomunicaciones.

La operación logró además que el canadiense subiera muchos enteros ante la opinión pública, por haber arrebatado a una compañía emblemática de las fauces de la británica British Telecom (BT), que también la pretendía.

En pleno proceso de fusión de WorldCom y MCI, Juan Villalonga, entonces presidente de Telefónica, anunció una alianza entre las ambas compañías y British Telecom, con la idea de desarrollar negocios conjuntos en Europa y acuerdos de colaboración en América Latina y Estados Unidos. Una alianza que posteriormente se frustró sin obtener resultados prácticos.

Por entonces, Ebbers aseguraba: 'Nuestro objetivo no es conseguir cuota de mercado o ser una empresa global. Nuestro objetivo es ser número uno en Wall Street'. Un objetivo ampliamente alcanzado: en 1999 la acción de WorldCom alcanzaba su máximo: 62 dólares por acción (el martes, los títulosvalían sólo83 centavos de dólar, es decir, casi se ha evaporado su valor en Bolsa). La revista Forbes cifraba en 1999 la fortuna del antiguo lechero en 1.400 millones de dólares.

Pero un año después el canadiense, aficionado a conducir el tractor en sus ratos libre y propietario de uno de los mayores ranchos del país, con más de 66.000 hectáreas, se topó de bruces con las vacas flacas.

En 2000, el Departamento de Justicia estadounidense vetó la propuesta de compra de Sprint, entonces la tercera operadora del país, tras la oposición mostrada por la Comisión Europea, primero, y por el Gobierno de Bill Clinton, después. Una operación por valor de 129.000 millones de dólares que, de haberse concretado, habría supuesto la mayor fusión empresarial de todos los tiempos. El tropiezo coincide con el estallido de la burbuja tecnológica. El hundimiento de las empresas de Internet arrastra a WordlCom, que por entonces contaba con 20 millones de clientes y 80.000 empleados en todo el mundo, pero también con unos libros de contabilidad más que dudosos.

La deuda de la empresa se eleva a 30.000 millones de dólares. Y como WorldCom está pensada a imagen y semejanza de su creador, a Ebbers tampoco le salen las cuentas. El canadiense había pedido un préstamo de 366 millones de dólares para comprar títulos de la firma en el momento en que estaban por las nubes, y no se puede deshacer de ellas luego para no dar sensación de pánico, y no perder un dineral por la diferencia de cotizaciones. Ebbers se ve obligado a vender su famoso rancho, y es expulsado del selecto club de las mayores 400 fortunas de América por la revista Forbes.

WorlCom, instalada en la actualidad en más de 60 países y con 67.000 empleados, de los cuales, 17.000 serán despedidos, forzó la dimisión de Ebbers el pasado mes de abril. Le sustituye John Sidgmore, en cuya prudencia y espíritu racional confían los inversores para salir del agujero. Una forma de entender el negocio diametralmente opuesta a la de Ebbers, un personaje en quien bien podría inspirarse Tom Wolfe para escribir una nueva entrega de La hoguera de las vanidades.

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