_
_
_
_
CUMBRE DE LA UE EN SEVILLA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Europa traicionada

Los países del Sur reprochan a Europa el ser una de las dos grandes potencias que han impuesto un orden mundial injusto y regresivo y que se obstinan en mantenerlo. El argumento de nuestra posición subordinada respecto del imperio americano y nuestra condición de primer contribuyente al desarrollo no cancelan nuestra responsabilidad en la persistencia de un sistema del que somos beneficiarios directos. Y en cualquier caso contradice la vocación actual de la UE, que, agotada la fase imperial y colonizadora de sus Estados miembros, tiene como tarea fundamental el cumplimiento de su compromiso solidario con el resto del mundo que deriva de su historia y se inscribe en el centro mismo del modelo europeo de sociedad. Por eso han sido tan lamentables los resultados de la reciente cumbre contra el hambre de Roma, cuyo productivo realismo amenaza con asignar el mismo destino a la que se celebra en Sevilla. Hemos asistido durante las últimas semanas al bochornoso concurso de medidas de represión de la inmigración ilegal, que van desde la utilización de las fuerzas navales para interceptar a los trabajadores clandestinos (Reino Unido) hasta las represalias económicas contra aquellos países que no logren contener su emigración laboral (España, Reino Unido, Alemania, etcétera, menos Francia y Suecia).

La propuesta de estas prácticas, que sabemos que no va a impedir que al menos 500.000 inmigrantes accedan cada año al espacio europeo, está acompañada de un endurecimiento de las políticas de inmigración y de la nacionalidad que tienen como destinatarios a los inmigrantes legales. Alemania introduce un sistema de cuotas con severas restricciones para los reagrupamientos familiares; Italia, con la ley Fini-Bossi, no sólo fija cuotas a la inmigración, sino que limita su condición a aquellos que tienen ya un permiso de trabajo e instaura un fichero de huellas digitales para todos los extranjeros; Tony Blair impedirá que aquellos extranjeros a los que se haya negado el derecho de asilo puedan recurrir contra tal decisión y serán inmediatamente expulsados; los Países Bajos expulsarán también a aquellos solicitantes de asilo que carezcan de documentación y se opondrán al reagrupamiento de las familias de los inmigrantes legales; Austria obligará a partir de ahora a todos los inmigrantes, que no sean ciudadanos de la UE, a aprender alemán en tres años, y las personas con trabajo temporal no podrán exceder de 8.000 al mes; España quiere suprimir la posibilidad de que los trabajadores clandestinos regularicen su status mediante una residencia de cinco años, así como adoptar la ley alemana, etcétera.

Esta agitación normativa, que constituye al inmigrante en previsible delincuente, en terrorista potencial o cuanto menos en desconocido peligroso, alimenta la xenofobia y radicaliza los integrismos populistas. ¿Cómo sorprendernos luego de la expansión ideológica de la extrema derecha? Además ¿cabe algo más irracional que querer suprimir unos efectos sin referirse nunca a sus causas ? El proceso global que representa la inmigración ha de tratarse, tanto en destino como sobre todo en origen, promoviendo el desarrollo de los países del Sur. Lo cual, mal que le pese al social-liberalismo, no pueden resolverlo los controles policiales ni las virtudes del mercado, sino que reclama una fuerte voluntad política, con una concertación programada e importantes recursos. ¿Por qué nadie ha evocado en Sevilla la necesidad de establecer para todo el ámbito Schengen un programa global de inmigración para 10 años y 50 millones de inmigrantes, considerados por países y por sectores económico-laborales? ¿Por qué no se erige Europa en actor de un nuevo desarrollo mundial, de carácter sostenible, cuyos primeros objetivos sean la lucha contra el hambre y el analfabetismo, financiado mediante un impuesto extraordinario sobre el comercio de armas y de los productos más nocivos? Este tipo de propuesta y otras análogas que no han sido ni siquiera evocadas en Sevilla, son las únicas capaces de asegurar el futuro de nuestro planeta. Y sólo Europa puede hacerlo. A pesar de la cumbre. Porque o todos o ninguno.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_