Brasil desnuda a Inglaterra
Ronaldinho lidera la remontada de su selección ante un equipo que fracasó cuando tuvo que llevar la iniciativa
A Brasil le sobra firmamento: si se derrite Ronaldo, se aúpa Rivaldo, y si éste se ofusca toma el relevo Ronaldinho. Ocurrió tal cual frente a los ingleses, que se hundieron con estrépito cuando, por una vez en el campeonato, tuvieron que regatear un resultado. Entonces apareció la peor Inglaterra posible y con un maniquí al frente, Beckham, al que el partido dejó en muy mal lugar. Cuando dos zarpazos de Ronaldinho remontaron el gol inicial de Owen, los ingleses se quedaron al desnudo, incapaces de ofrecer un gramo de fútbol, confusos y a la deriva frente a un equipo con sólo diez jugadores durante media hora y al que no jalean precisamente sus gestas defensivas.
Antes de que desenfundara Ronaldinho -expulsado poco después por planchar el pie de Mills y exagerar éste más de la cuenta-, el equipo de Eriksson expuso lo mismo que en encuentros precedentes: solidez defensiva con dos líneas de cuatro jugadores con pegamento entre ellas y máxima atención a los deslices del rival. Vamos, el calcio en estado puro. Brasil, que tampoco estuvo a la altura de una cita con tanto pedigrí, se lo tomó con calma, a la espera de alguna estrella fugaz, de algún jugador que ventilara un choque muy cargado, espeso y excesivamente medido.
Con el encuentro trabado, Inglaterra cazó la primera que tuvo. Lucio, con todo a su favor, despejó hacia el camino de Owen, que superó a Marcos tras un sutil amague. Inglaterra, de nuevo al frente por un error del contrario, como cuando Pochettino cayó en el pique del propio Owen o el portero danés se metió con el balón hasta la cocina. Entonces había sabido taparse sin brillantez, pero con eficacia; ayer tenía delante al mejor ataque. No obstante, a Brasil, con Cafú y Roberto Carlos a toda pastilla por los costados, le faltaba algo más de mimo en el eje, donde Gilberto Silva y Kleberson son demasiado planos. Scolari, ante su primer partido de alto rango, había borrado a Juninho en favor de Kleberson, un parachoques con mucha casquería y las luces justas.
Inglaterra esperaba cada vez más atrás, de nuevo a la italiana, la trama por la que había avanzado en el torneo con cierta fiabilidad aunque con algunas señales diabólicas, inexplicables. Por ejemplo, la actitud de Beckham, que siempre había rendido bien con el sueco al timón. Sea por mandato de Eriksson o por antojo propio, al capitán le dio por jugar de lateral mientras Mills, que no puede ser otra cosa, simulaba que era extremo. Esperpéntico. Beckham ha decidido vivir de las faltas y las tira todas, por irrelevantes que sean, aunque se ejecuten junto al córner propio. Ni un solo intento de regate ni una carrerita de diez o quince metros. Como mucho, de banquillo a banquillo.
Y fue junto al banco suramericano, cuando al spice le dio un ataque de pánico que originó el gol de Rivaldo. Beckham protegía la pelota hasta que vio de reojo la llegada de Roque Junior. Se asustó, saltó por encima del balón y éste acabó en los pies de Ronaldinho, que puso la directa, quebró a unos cuantos y le pasó el trago final a Rivaldo, que la colocó de maravilla, por abajo, a las antípodas de Seaman.
Desde Suecia, en el primer partido, ningún equipo había agujerado la red inglesa. Brasil lo hizo por segunda vez. En una falta lateral, alejadísima del área, Ronaldinho metió la rosca con el empeine interior derecho, la pelota no obedeció y, en vez de girar como una noria hacia el punto de penalti, salió en dirección a Seaman, tan pesadote a sus 38 años que se la comió. Inglaterra, de repente, se vio obligada a tomar las riendas. Era el momento, el primero, de llevar la iniciativa, de salir de las trincheras.
Brasil, como tantas veces han hecho los ingleses en Japón, enfrió el asunto con largas charlas de Roberto Calos con el árbitro o con el teatrillo de Rivaldo, herido de muerte en cada roce. Los ingleses eran una calamidad. Mills seguía de Beckham y éste se mantenía en los laureles. Los centrales largaban globos por todos los sitios. Quienes debían rematarlos, Sheringham, Vassell, Heskey..., se iban del área mientras los menos indicados aparecían por donde aplaudían los centrales. Brasil, con dos revolcones, había agitado la pócima italiana de Eriksson.
Agotados los resultados, el sueco deberá revisar su metamorfosis, al menos en lo que se refiere a cruzar las líneas. Si no lo corrige, su apuesta resultará corrosiva y todo serán añoranzas de aquel fútbol inglés de ida y vuelta, emotivo y febril. Mientras tanto, los brasileños, que ya se ven en su séptima final, seguirán a la suyo, en búsqueda del amparo de algún iluminado. Un recurso que les hace verdaderamente temibles.
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