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Reportaje:Mundial 2002 | Cuartos de final: Brasil-Inglaterra

La deserción de Beckham

El jugador se escondió el día que más protagonismo reclamaba su figura

Hay dos Beckham. El futbolista que le pega al balón mejor que nadie y el icono de la moda cuyo corte de pelo ha causado sensación en Japón. Normalmente, logra combinar los dos papeles de manera admirable. Pero ayer, en el partido más importante de los más de 50 que lleva con la selección inglesa, el Beckham que saltó al campo fue el icono. El futbolista se quedó en la peluquería.

El gol del empate que marcó Brasil justamente antes del descanso fue consecuencia de un acto de cobardía del capitán de los ingleses, que se había convertido a lo largo de los últimos 12 meses en el héroe nacional más reverenciado desde los tiempos de Winston Churchill. En plena batalla, Beckham desertó. Hizo como si fuera a disputar el balón con Roberto Carlos y Roque Junior en la banda, cerca de los banquillos, a la altura del círculo central, pero en el último momento, justo cuando le correspondía meter el pie, pegó un saltito. Un saltito -sólo hay esa manera de explicarlo- de susto. De temor a que se fuera a hacer daño. Ese saltito le costó un gol a Inglaterra. Roque Junior pasó la pelota a Ronaldinho, que hizo la gran jugada del partido y se la pasó a Rivaldo, solo en el área inglesa, y... gol.

Justamente cuando le correspondía meter el pie, pegó un saltito de susto que costó un gol
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Todavía tenía tiempo Beckham para redimirse. Desafortunadamente para él, su contribución a la causa fue mínima. El acto de deserción en el minuto 47 del primer tiempo definió su partido.

Era el encuentro más esperado: Inglaterra-Brasil. Y allí estaba Beckham, el hombre que había inspirado tanta adulación que parecía el elegido de Dios, marcado por el destino. ¿Y qué hizo Beckham? Pues quizá lo más llamativo fuese que le robó el balón dos veces a Roberto Carlos en un primer periodo en el que su preocupación principal no era crear goles, para lo que uno suponía que le pagaban, sino impedir que el lateral brasileño atacara. Si uno se fijaba bien, veía que Beckham no daba ni un paso adelante sin primero mirar de reojo a Roberto Carlos. Como consecuencia de ello, cruzó la mitad del campo, entró en territorio enemigo, quizá una vez, quizá dos, en los primeros 45 minutos. Y sólo para lanzar un par de tiros de esquina. Disparos o centros desde la banda, ni uno.

En el segundo tiempo, cuando tuvo la obligación de subir tras el segundo gol brasileño y más posibilidades de hacerlo tras la expulsión de Ronaldinho, hizo menos que en el primero. Dejó de robarle balones a Roberto Carlos y sus intentos de sumarse al ataque fueron patéticos. Por la banda derecha, Mills, el muy voluntarioso y también muy torpe lateral derecho, tuvo mucha más presencia. De vez en cuando metió algún centro y hasta hizo un disparo a gol. Claro, es probable que la táctica brasileña fuera marcar de cerca a Beckham y dejar a Mills que hiciera lo que quisiera con la seguridad de que no sería mucho. Y casi seguro que la estrategia conservadora del seleccionador, Sven-Goran Eriksson, que insiste mucho, a la italiana, en la disciplina táctica, también limitara sus subidas.

Beckham fracasó en el día más importante. De todos modos, una vez que se acabe el Mundial, habrá dejado huella. O, si no, que se lo pregunten a la anciana japonesa de 92 años que todos los días aparecía a la entrada del campo de entrenamiento inglés, en la isla de Awaji, para saludar a su ídolo cuando llegaba en autobús. La señora, en silla de ruedas, llevaba el pelo blanco al estilo Beckham, con una crestita de gallo teñida de rojo. El peinado bajo el que ayer se escondió el futbolista más esperado.

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