_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Perdona, Haider

Hace una semana, el canciller austriaco Wolfgang Schüssel explicaba el triunfo de sus ideas en el continente europeo. Adhiriéndose al binomio perverso inmigrante-delincuente, que tan bien conocemos por aquí, Schüssel se refería al 'tráfico de seres humanos', que él relacionaba directamente con la inmigración, y advertía: 'Es bueno que este problema ya no se identifique con la extrema derecha porque no era políticamente correcto hablar de él. Nosotros lo hicimos y fuimos denunciados por ello. Ahora está en el centro de la política europea: Blair, Aznar y Schröder lo han abordado'.

Schüssel tiene razón. En poco más de dos años la Unión Europea ha pasado de excomulgar políticamente a Jörg Haider por pedir la expulsión de los sin papeles y tratar de detener la entrada de nuevos inmigrantes a hacer suyas sus reivindicaciones y teorías. Esta evolución -que quizá sea más oportuno calificar de 'involución'- se ha acelerado en el último mes de la presidencia española de la Unión Europea.

Se ve que Aznar es así: según va avanzando en sus mandatos va soltándose, perdiendo complejos y acaba mostrándose tal cual es... Pero tampoco hay que echarle todas las culpas: el nominalmente laborista Tony Blair y el PSOE español le han prestado buena ayuda. Si a alguien le quedan dudas, repásense las declaraciones de Manuel Chaves pidiendo que a los encerrados en la Olavide le apliquen la Ley de Extranjería, una ley que el propio Chaves consideraba anticonstitucional. Y eso poco después de que el mismo Chaves comparara la inmigración en España con una 'barra libre' en la que, supongo, a los desheredados del mundo les correspondería el papel de gorrones. Visto el clima, lo honrado sería desagraviar a Jörg Haider y a Jean Marie Le Pen. No incluyo en el lote al fallecido Pim Fortuyn porque no olvido su condición de homosexual y no me gustaría ser confundido con un 'progre trasnochado'.

La cumbre de Sevilla ofrece una oportunidad única para este desagravio. Además, Sevilla es, sin duda, lo que se llama un 'marco incomparable' para acontecimientos de este tipo. Se podría hacer algo en la catedral, aunque sin contar con la ayuda de los seises, no fuera a interpretarse como un alegato a favor del trabajo infantil, que es lo único que nos faltaba. Además, como es sabido, los menores levantan muchas suspicacias últimamente en el mundo eclesial.

Podría tomarse como modelo la ceremonia de nombramiento del presidente de CajaSur como canónigo de honor del Cabildo Catedral de Sevilla, aunque convendría no pasarse y optar quizá por algo más sencillito: la Unión Europea está llena de protestantes incapaces de entender la hondura de nuestros sentimientos barrocos. Si necesitan figurantes para la ceremonia, cuenten conmigo. Me pirran los acontecimientos históricos y lo que decida la cumbre de Sevilla podría resultar inolvidable.

Porque lo peor aún no ha pasado: las muchas incomodidades que estos días aguantan los sevillanos no será nada comparado con la afrenta que tendrán que soportar de por vida al ver que el nombre de su ciudad se identifica con la cumbre europea que impuso un giro total -a la derecha- de la política sobre inmigración.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_