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VISTO / OÍDO
Columna
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Jugar a los médicos

El 'abuso sexual' se ha ido convirtiendo en una campaña y en uno de esos delitos que cada época elige como propios. Con tal de parar una sexualidad libre que va contra principios legendarios, aunque no contra sus glándulas, éstos están exagerando el tema y lo llevan a los niños, que es lo que todos tendemos a defender en nombre de una pureza de la que dudó algo Freud: y por poco lo matan. Entre tantas precauciones contra los curas, o tanto abuso sexual como el de Bono al publicar listas de sospechosos, aparece ahora lo increíble: hay que vigilar a los niños, allá donde estén -recreo, jardín, patio, calle, casa- para que no practiquen entre sí juegos de carácter sexual. ¡Jugar a los médicos! Conservo recuerdos que no me importaría repetir siendo un viejo ridículo. Supongo que a ellas también les gustaría. Algo aprendimos de lo vedado, de lo clandestino. Había fuentes: el espionaje a los mayores, las lecturas de los diccionarios para dar su verdadero valor a los términos, las conferencias inexactas imaginarias de los que tenían algún acceso, los agujeros en las paredes... Siempre fue así, y Góngora cuenta cómo hacía con la hermana Marica 'las bellaquerías detrás de la puerta'. Pese a todo el principio de placer prohibido -doble placer- de las bellaquerías, algo funcionaba mal en el aprendizaje. Cuestiones de tamaños, capacidades y visiones celestiales en momentos orgásmicos: la vida no es así, y siempre quedaban sensaciones de insuficiencia o de incapacidad.

Como con la pornografía: yo, que soy partidario de ese bendito género, creo que es tan exagerado como las novelas de aventuras que no estaban prohibidas y que incitaban a una virilidad asesina y a un desprecio al indígena absolutamente nefastos. Habría que aceptar un axioma: el sexo no es malo. Todo lo contrario. Habría que saber que el sexo se ha ido convirtiendo en economía en todas las sociedades -hasta las monarquías obligan a casarse por conveniencia-, y que atañe a la libertad del individuo.

Habría que saber que la única censura que todo el mundo admite, sin saber por qué, es contra 'sexo y violencia', como si fueran equiparables, cuando uno es amor y otro bestialidad. Y que el abuso sólo se comete cuando la otra o las otras personas son manipuladas contra su voluntad y en su daño. Quizá el siglo XXII sea más libre. Mientras tanto, mejor matar a Freud.

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