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Columna
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Ocho y medio

Elvira Lindo

Mi amigo Jesús, de la Librería Ocho y Medio, dedica su vida a vender mitos. Como sabe cuáles son mis gustos, cada vez que le veo me enseña libros de fotografías que reflejan un mundo sublime, de personajes ya muertos a los que la cámara captó en un momento favorecedor o miserable. La librería Ocho y Medio edita también, primorosamente, guiones de películas de cine español. Es un esfuerzo por testimoniar que aquí también hacemos cine, a pesar del gigante americano, a pesar de que los jóvenes estén entregados a la industria estadounidense, que devora la competencia. Pero Jesús sabe que tengo una incontenible pasión por las fotos de los actores que hicieron el gran cine americano, soy capaz de pasarme una tarde mirando esas imágenes: la niña Liza Minnelli en brazos de Frank Sinatra; Marilyn asomada a una terraza de Park Avenue; Faye Dunaway echando la siesta sobre una toalla en un descanso de rodaje; Kirk Douglas jugando con sus hijos en la piscina; Shirley Mclaine cocinando...

La caseta de la librería Ocho y Medio me atrae poderosamente, curiosamente, porque me encanta comprar libros de imágenes, y también, claro, porque no hay nada más atractivo para una librería que el que sus dueños sean encantadores, solícitos. Yo diría que es una de las cosas más importantes, aunque haya quien no lo considere necesario. Jesús enseguida te sonríe, en cuanto te ve, enseñándote una dentadura de dientes infantiles, descolocados. No sé si su librería será rentable, sobre todo en un país en el que hay reticencias hacia las tiendas especializadas; pero, egoístamente, para los que amamos el cine, es sentimentalmente rentable que exista. No es una gran razón económica. Le compré un libro enorme de fotos de artistas. En los libros de fotografía también se lee, si te fijas mucho, puedes imaginar qué momento atravesaba la actriz que aparece retratada, si era felicidad o melancolía lo que refleja el brillo de sus ojos. El año pasado, la librería Ocho y Medio nos regaló un cartel en el que aparecía Marilyn Monroe embutida en un albornoz blanco, tumbada en un sillón, con el aire de pereza que da la siesta y leyendo un libro. ¿Sería uno de su amigo Truman Capote, de su marido Arthur Miller? No hay nada incongruente en la imagen, salvo para quienes creen que la belleza no es compatible con la inteligencia. Más bien diría que es la imagen más subyugante: una mujer asombrosamente hermosa entregándose al placer de un libro.

El librero y yo paseamos por la feria, hablamos de nuestra escasa afición a los mitómanos. Los mitos que para mí continúan inalterables son los que aparecen en el libro que le he comprado, vienen de un mundo ya inexistente y su alma sigue viviendo en ese momento que atrapó el fotógrafo. Casi todos están muertos o muy viejos, pero a mí me gusta recordarlos siempre jóvenes, y paso algunas tardes perezosas mirándoles a los ojos.

Cuando era adolescente, también me permitía mitos literarios, para mí los escritores eran algo tan lejano que contenían el misterio de cualquier estrella de Hollywood. Me acuerdo de haber esperado una cola para que Umbral me firmara un libro, La noche en que llegué al Café Gijón, que es el libro que me descubrió que había otras ciudades dentro de la ciudad en que yo vivía. Ahora es más difícil que espere, soportando el sol, a que alguien me regale una firma. Probablemente sea porque ese mundo se ha acercado más a mi vida y ha perdido el misterio necesario que precisa la admiración. El librero me cuenta que él tampoco es mitómano, aunque esta mañana ha ido a que le firmara un libro Salman Rushdie. Rushdie ha estado firmando bajo el sol furioso del (pre)verano madrileño. Pienso que yo también hubiera ido a pedirle una dedicatoria, aunque sólo fuera para transmitirle mi alegría por verle vivo, porque haya soportado la pesadilla de ser una víctima, sobreviviendo al odio de sus enemigos y a la incomprensión en ocasiones de sus amigos. Dicen que no hay que odiar al enemigo. Entiendo perfectamente a Rushdie cuando dice que respiró el día en que murió Jomeini. Sobrevivir al verdugo ha sido su venganza. Y seguir escribiendo. Y mostrarse de vez en cuando sonriente ante un fotógrafo para desafiar al enemigo con una mueca de felicidad. Aun a pesar suyo, su rostro tiene, en las fotos, una cualidad de mito.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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