Sin inmutarse
Esta mañana ha ocurrido algo horrible en el metro. Horrible para mí y para otra persona, pero no para el resto de gente que iba en el vagón. Me he subido en la parada de Verdaguer, en la línea 4, a las 9.30 para ir a la universidad en un vagón repleto de gente, y todo parecía normal: la gente hablaba, leía, escuchaba música... y no parecía afectarles en absoluto que había un chico joven tumbado en el suelo, inconsciente y con los ojos semiabiertos que necesitaba claramente ayuda médica.
A su lado una mujer leía un libro, sin inmutarse. Hemos avisado al conductor del metro, que ha intentado despertarle, pero, en efecto, no lo ha conseguido.
Y ha avisado a una ambulancia que esperaría en la última parada (por supuesto, ¡el metro no podía pararse en hora punta!).
No sé cuántas horas llevaría allí aquel chico, no sé si se había drogado, no sé qué ha pasado al final, pero me he sentido fatal viendo la insensibilidad, falta de humanidad y total indiferencia de la gente que iba subiendo. Sólo miraban.
Y he sentido miedo porque me he dado cuenta de que, si algún día me pasa algo, dará igual que esté en plena calle o en un lugar público, porque nadie me va a ayudar.
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