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La apuesta de Sevilla

Sami Naïr

Los responsables de la Unión Europea han decidido que en la reunión que mantendrán en Sevilla los días 21 y 22 de junio la inmigración se convierta en una de las grandes prioridades de su política para los meses venideros. Los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos han reforzado el temor a una inmigración insuficientemente controlada. El creciente desarrollo de las redes de tráfico de seres humanos, el incremento de los solicitantes de permisos de residencia y el ascenso en potencia de la extrema derecha xenófoba provocan, como se podía esperar, una avalancha de propuestas sobre esta cuestión.

Durante la reunión que celebraron en Roma el 29 y 30 de mayo de 2002, los ministros europeos del Interior decidieron, a iniciativa de los gobiernos británico y español, reforzar el arsenal europeo para luchar contra la inmigración clandestina. En este sentido, la Comisión ha elaborado un Plan de gestión común de las fronteras exteriores y de lucha contra la inmigración clandestina, articulado en torno al reforzamiento de los ejes ya contemplados (política común de visados y creación de oficinas comunes de visados, política de repatriación y readmisión, intercambio de informaciones, lucha contra el tráfico de seres humanos, reforma de la política de acogida, etcétera), y unas cuantas propuestas nuevas. Entre estas últimas, la creación de una instancia común de cooperación y coordinación encargada de armonizar las prácticas en materia de control de las fronteras y de garantizar el contacto entre los organismos de justicia y de policía. También está prevista la creación de un nuevo cuerpo europeo de vigilancia fronteriza para apoyar a los servicios nacionales. Este plan será discutido y probablemente aprobado en Sevilla.

Desde un primer momento, la política europea de inmigración se estableció bajo el signo de la seguridad. Sin embargo, en 1999 el Consejo Europeo de Tampere marcó un cambio. Ante la perspectiva de una mayor orientación comunitaria en la política de inmigración y acogida, los europeos expresaron la voluntad de elaborar una estrategia global que incluyese todos los aspectos de la inmigración. La Comisión elaboró entonces unas propuestas relativas a la entrada y la estancia, al estatuto de los residentes de larga duración y al agrupamiento familiar. Ahora, la vuelta masiva de las preocupaciones sobre seguridad interior relega estos esfuerzos a un segundo plano, aunque Romano Prodi recuerde que el reto principal sigue siendo integrar a los inmigrantes legalmente establecidos. En los Estados miembros la tendencia es similar. Alemania pretende endurecer su legislación relativa a la acogida de los refugiados y solicitantes de asilo. En Italia, Silvio Berlusconi desea que la legislación sobre las expulsiones ya no afecte únicamente a los extranjeros ilegales, sino también a todo aquel inmigrante que haya perdido momentáneamente su trabajo. Y propone la expulsión de esos inmigrantes. En definitiva, se trata de la vuelta a la esclavitud pura y dura... El Reino Unido contempla desplegar navíos de guerra en el Mediterráneo para interceptar los barcos que transporten inmigrantes clandestinos, así como recurrir a aviones militares para devolver en masa a esos inmigrantes a su país. ¿Acaso la retórica guerrera de Estados Unidos se ha apoderado de Europa?

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En 2001 el Reino Unido recibió a 71.000 solicitantes de permiso de residencia, Francia a 47.000 y España a 9.200. Pero hay que tomar estas cifras con prudencia, porque la definición de solicitantes de permiso de residencia varía de un país a otro. Un fenómeno idéntico ocurre cuando Alemania es descrita como el primer país de inmigración por el número de extranjeros presentes en su territorio. En efecto, los extranjeros son más numerosos en Alemania que en los demás grandes países de inmigración, por una sencilla razón: el rechazo de Alemania a permitir a los extranjeros acceder a la nacionalidad, sea cual sea la antigüedad y su integración en el país. Es cierto que desde 1998 Alemania ha decidido adoptar parcialmente el derecho de suelo. Pero la regularización de los casos anteriores es muy lenta.

Nunca repetiremos lo bastante que en el ámbito de la gestión de las migraciones, la única solución es un planteamiento político global: entrada y estancia, integración, circulación y política de desarrollo conjunto, lucha contra las redes mafiosas y contra el trabajo clandestino. A la inversa, la política totalmente represiva propuesta por la Unión Europea es tan ineficaz como peligrosa. Ineficaz porque no se enfrenta a las raíces de las migraciones. La 'presión migratoria' seguirá sin modificarse. Los dramas humanos se multiplicarán. Peligrosa porque corre el riesgo de provocar en la opinión pública la reacción opuesta a la esperada: las tesis racistas y xenófobas de la extrema derecha en Europa se verán reforzadas.

No obstante, la realidad que hoy se oculta tras estos desdichados que se apiñan en Sangatte, que tratan de cruzar el túnel bajo el canal de la Mancha o arriesgan su vida sobre una patera para llegar a las costas españolas, remite directamente a la política llevada a cabo por los estadounidenses y europeos en sus países de origen. Los solicitantes de un permiso de residencia y los inmigrantes ilegales que 'asedian' Europa provienen principalmente de las regiones del mundo donde 'actúan' los poderosos. El 90% de las personas que cada día llegan al centro de Sangatte para tratar de cruzar al Reino Unido son originarias de Afganistán e Irak. Las primeras nacionalidades presentes entre el millón de inmigrantes ilegales en el Reino Unido son las de Afganistán, Irak y Somalia. Los 'falsos refugiados', aquellos a los que se acusa de querer vivir mejor en Europa, son originarios de las regiones empobrecidas por los efectos destructivos de las estrategias económicas ultraliberales decididas en el marco del G-8 y por las reglas implacables del comercio internacional fijadas por la OMC (África negra, sureste de Asia y orilla sur del Mediterráneo).

Los europeos desean, legítimamente, controlar los desplazamientos de población. La organización de los flujos migratorios es una condición imprescindible para el éxito tanto de la integración como de la existencia de relaciones armoniosas con los países de origen. La lucha contra las redes mafiosas y el trabajo ilegal también es indispensable. Pero todo ello es insuficiente y, sobre todo, no debe ser el eje central de una política de inmigración digna de este nombre.

La interdependencia económica, política y cultural entre las naciones y los conjuntos geopolíticos requiere hoy una relación más estrecha entre política exterior y política de inmigración. La Unión Europea comete un error al convertir la inmigración en una cuestión policial y de seguridad interior. Por el contrario, habría que convertir la política migratoria en un elemento de la PESC y, sobre todo, de la política de cooperación al desarrollo. Reducir la inmigración a una cuestión policial impide plantearse una estrategia a largo plazo y, por consiguiente, elaborar con los países de origen una gestión concertada de las migraciones. Los problemas relacionados con la circulación de las personas deben ser abordados al mismo tiempo: desarrollo y construcción de Estados de derecho en el Sur y evolución demográfica y económica (necesidades del mercado de trabajo) en el Norte. Además, es necesario elaborar una política global: entrada, estancia, integración y nacionalidad, circulación y desarrollo conjunto respetando las legislaciones nacionales que son las únicas que pueden responder a la diversidad de las situaciones históricas.

El ansia de seguridad que se ha apoderado ahora de España y del Reino Unido obedece a razones que poco tienen que ver con los flujos migratorios. En realidad, para evitar enfrentarse a los verdaderos problemas planteados por la liberalización de los mercados del trabajo, el desarrollo del trabajo precario y la sistematización de la flexibilidad, los defensores del ultraliberalismo económico prefieren desviar la atención hacia los problemas de 'seguridad'. Pero ¿qué hacen contra la economía sumergida, contra quienes contratan a inmigrantes clandestinos?

La cuestión de la inmigración es hoy fundamental no debido a la inmigración clandestina, sino porque los flujos migratorios se desarrollan debido a las crecientes desigualdades engendradas por la globalización liberal. Es una cuestión de civilización. O bien Europa le hace frente y la visión democrática se impone ampliando el derecho y protegiendo la dignidad de las personas, o bien la demagogia triunfa, el derecho queda sometido a una visión policial estrecha y el odio entre la gente no hará más que aumentar. Por desgracia, nada hace pensar que Europa tomará el rumbo correcto en Sevilla.

Sami Naïr es eurodiputado y profesor invitado de la Universidad Carlos III de Madrid.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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